ANÁLISIS
Las cargas de profundidad en el Capitolio
El asalto al emblemático edificio que alberga las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos deja al descubierto las grietas de la primera democracia del mundo. Los intelectuales aducen razones económicas, pérdida de autoestima y quiebra moral
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Iniciar sesiónEl sabio ilustrado -e ilustrado esclavista- Thomas Jefferson aspiraba a que la joven República americana se enraizase simbólicamente en pretéritos momentos estelares de la humanidad. Por eso se empeñó en que la Casa de Representantes, levantada sobre una colina de Washington , ... fuese denominada el Capitolio . La Capitolina fue una de las siete colinas de la antigua Roma. La coronaba el templo de Júpiter Óptimo Máximo, consagrado a la libertad. El Capitol Building de Washington, completado en su primera versión en 1800, es un imponente edificio albo de patrón neoclásico, sede del poder legislativo de Estados Unidos . Su ala Norte acoge el Senado, y la Sur, la Cámara de Representantes.
El día de la turba
El pasado 6 de enero, en nuestro día de Reyes, ambas cámaras celebraban una solemne sesión conjunta para dar luz verde a los votos electorales, último paso para proclamar presidente a Joe Biden . El candidato demócrata había derrotado al atrabiliario Donald Trump en las elecciones del 3 de noviembre con siete millones de papeletas de ventaja en voto popular. Pero una turba variopinta de gañanes enfurecidos asaltó el Capitolio: trumpistas con viseras rojas de MAGA , conspirólogos de QAnon , supremacistas con banderas sudistas, enajenados partidarios del Holocausto, turistas del Medio Oeste de vacaciones de Navidad en la capital y con ganas de gresca, antisistemas de extrema derecha y hasta un actor menor disfrazado de hombre-búfalo, con una estampa que evocaba algún añejo vídeo kitsch de Village People . La revuelta, con algunos de los vándalos armados, denunciaba un supuesto amaño electoral del establishment en favor de Biden. Murieron por disparos cuatro de los sediciosos y un policía que protegía el recinto. Los insurrectos habían sido arengados en un mitin por el presidente y comandante en jefe , Trump, que los había animado a «mostrar vuestra fuerza». Con la revuelta en curso, el presidente, todavía inconsciente de la gravedad de la situación, como si aquello fuese uno más de los reality shows en los que se fogueó, continuó apoyándolos con un mensaje de «os quiero y entiendo vuestro enfado».
Teorías conspiranoicas
Los indignados del Capitolio simplemente creían a pies juntillas en las quejas airadas que ha venido machacando Trump: un país sobrepasado de inmigrantes y extranjeros, un país humillado en el mundo, unas elecciones robadas por las élites. Todo aderezado por teorías de la conspiración tan febriles como la de QAnon, que sostiene que el mundo está controlado por un anillo secreto de pederastas incrustados en la cúpula de las élites y que Trump es el héroe del pueblo que les hace frente y «salva a los niños».
Los populismos explotan el malestar legítimo de sectores que han perdido la fe en la democracia
Insólito. Para encontrar otro ataque directo al Capitolio, la sede de la soberanía popular estadounidense, hay que remontarse a los días de la Revolución Americana, cuando en 1814 las tropas británicas prendieron fuego a los edificios oficiales de Washington . En las horas siguientes al asalto del 6 de enero, la frase más repetida por los medios y políticos convencionales, empezando por un demudado Joe Biden, fue la de «esto no es lo que somos». «Las escenas de caos del Capitolio no representan a Estados Unidos», sentenció hasta Donald Trump Jr.
Una raya de odio
¿Es cierto ese aserto? Politólogos, filósofos y ensayistas llevaban más de una década alertando de una grave enfermedad americana , con una sociedad separada por una profunda raya de odio, con amplios sectores que han perdido la fe en la democracia liberal. Con una creciente masa de «left-behinds» legítimamente enojados , porque sus vidas han empeorado con la globalización. Personas que acumulan resentimiento contra una política convencional elitista, dirigida por amos del universo que no abordan sus problemas cotidianos y los desprecian como una grey iletrada y que no se esfuerza. Un malestar que tiene su razón de ser y es explotado por populismos de derecha e izquierda, que crecen electoralmente a lomos de la ira y ofrecen soluciones milagreras a golpe de márketing político. La violencia ni siquiera empezó en el Capitolio. Se suele soslayar que el pasado verano grupos de ultraizquierda asociados al Black Live Matters provocaron batallas campales en Portland, Seattle y Kenosha, en Wisconsin.
Motivos de la crisis
¿Por qué? ¿De donde viene esta rabia? Algunos pensadores hacen una lectura económica, con sueldos estancados y una desigualdad que se ha agudizado . Otros creen que pesa más un factor psicológico: muchas personas sienten que no se está respetando su dignidad , un problema que la nueva izquierda a lo Obama, metropolitana y más bien pija, ha ignorado y hasta agudizado. Todos concuerdan en que Occidente sufre una epidemia de individualismo, que ha provocado una pérdida de interés por lo común, gangrena que acaba generando sociedades disfuncionales.
Edward Luce , que en cierto modo anunció esta crisis en 2017 en su libro El retroceso del liberalismo occidental , se inclina por la tesis economicista: «El mayor pegamento de las democracias liberales es el crecimiento económico y si se estanca comienza un giro oscuro». Las clases medias se han empobrecido . El ascensor social se ha trabado. Estados Unidos era el país occidental con mayor movilidad social. Hoy presenta la menor. Luce recuerda que actualmente un trabajador estadounidense medio en una ciudad grande necesita el doble de horas de trabajo para pagarse un alquiler que en 1950. «Y el coste de los seguros de salud y un grado universitario ha subido todavía más».
Decae el genio inquieto
Los síntomas estaban ahí, a la vista. El país lleva tiempo padeciendo una epidemia de consumo de opiáceos. La esperanza de vida se ha contraído. La intolerancia respecto a los puntos de vista ajenos se ha disparado , azuzada en buena medida por internet y las redes sociales, convertidas en clubs cerrados de ratificación de prejuicios. El exitoso ensayista y conferenciante conservador Todd G. Buchholz , economista que en su día dirigió la oficina económica de George W. Bush , ha venido lamentando que Estados Unidos ha perdido su garra, el «grit» que la hizo grande: «De la generación que derrotó a Hitler hemos pasado a la ‘Generación Por Qué Molestarse’ ». Triunfa el hedonismo y aquel «genio inquieto de los norteamericanos» que elogió Tocqueville ha decaído.
Hay quien culpa del descalabro a la codicia, el egoísmo y el narcisismo, que ya no son sostenibles
Adam Smith sostenía en su Teoría de los sentimientos morales que «las consecuencias de perder la esperanza son devastadoras» para los países. En 2010, solo unos meses antes de morir y con su cuerpo apresado por la ELA, Tony Judt , historiador socialdemócrata londinense afincando en Nueva York, escribió un breve opúsculo premonitorio titulado Algo va mal . Allí denunciaba que «el estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea reduce el interés por el bien común» y advertía que «las desigualdades crecientes en riqueza, la explotación económica y los privilegios del dinero ocluyen las arterias de la democracia». Judt anunciaba una espiral diabólica: «La inseguridad engendra miedo. El miedo al cambio, a la decadencia, a los extraños y a un mundo ajeno está corroyendo la confianza en interdependencia en que se basan las sociedades civiles». Y es que como sostenía el patrón del liberalismo, Adam Smith, «ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de los miembros son pobres y desdichados».
Pose retórica
Estados Unidos domina el ránking de las mayores multinacionales del planeta con los GAFA, sus extraordinarios gigantes tecnológicos que han otorgado a sus propietarios y altos directivos una riqueza jamás vista. Pero los frutos de esa economía digital no están fluyendo adecuadamente hacia abajo. Judt avisaba además de que nueva izquierda caviar estaba desatendiendo ese problema «con su irresponsable pose retórica». La desigualdad , que se había reducido de manera extraordinaria desde el fin de la II Guerra Mundial hasta 1970, volvía a dispararse. Era como si los postulados de la «Teoría de la Justicia Social» que expuso con tanto brillo el filósofo John Rawls en 1971 hubiesen saltado por los aires.
Pero existen tesis más prácticas, más a pie de mostrador, para tratar de explicar el éxito del trumpismo y los fenómenos populistas. El pensador libanés Nassim Taleb es un inversor de éxito y acaudalado, un analista que supo predecir la crisis de 2008 y lo que iba a provocar el covid nada más verlo. Autor multiventas, célebre por su libro El cisne negro , Taleb cree que asistimos a una «revuelta global contra los expertos» , que se han vuelto ininteligibles para buena parte de la población. «Obama era un actor. Tenía buena apariencia y era respetable y educado. Pero no arregló la economía, solo le puso novocaína al sistema. Obama creo desigualdad porque distorsionó el sistema. Ya solo puedes hacerte rico si previamente tienes bienes. Trump puso algo de sentido de los negocios al sistema. Lo que dice Trump tiene sentido para el tendero. Pero con Obama el tendero si siquiera entendía qué le estaba diciendo».
Taleb se muestra comprensivo con la reacción populista que supusieron el Brexit, Trump o el ascenso de los nuevos partidos radicales europeos: «Lo que se vio es que la gente está harta de la clase dirigente. Y eso no es fascismo . Esto tiene que ver con los falsos expertos. Con una élite diferente no tendríamos este problema».
Tiranía del mérito
Michael Sandel , filósofo político estadounidense de 67 años, con aura de estrella en el circuito de conferencias y canal propio de YouTube, se muestra más sofisticado. Su diagnóstico es que «la reacción populista ha sido una revuelta contra la tiranía del mérito». A su juicio, el énfasis del progresismo en la «meritocracia» ha supuesto una traición a la clase trabajadora tradicional de cuello azul, que se siente herida y despreciada. Ante las amenazas de la globalización, la desigualdad y la desindustrialización , que tienen consecuencias devastadoras para el bien común, lo único que se le ha ocurrido a la izquierda es apostar por la meritocracia , sobre todo poniendo el énfasis en el ascensor social de la educación . Pero para Sandel esa vía es una quimera, porque no existe un campo de juego de partida que sea igual para todos, e incluso si lo hubiese «existe una parte oscura en la meritocracia, desmoralizadora para los que no progresan, que se culpan a sí mismos». El filósofo recuerda que dos tercios de sus alumnos en Harvard proceden del 1/5 con más ingresos de la sociedad.
Resentimiento
Francis Fukuyama sostiene un punto de vista no muy alejado en su libro Identidad , que estudia «las políticas del resentimiento». Cuando mi yo interior no concuerda con el aprecio social que recibo, el resultado es que me siento cada vez más molesto, incluso indignado. «Durante gran parte del siglo XX, en las democracias liberales la política giraba en torno a cuestiones generales de economía. La izquierda progresista buscaba proteger a la gente común de los caprichos del mercado y utilizar el Estado para una distribución más equitativa. La derecha buscaba proteger el sistema de libre mercado y la capacidad de todos de participar en él». La izquierda buscaba más igualdad. La derecha, más libertad. Pero los paradigmas han mutado. «Partidos y políticos nacionalistas o religiosos, las dos caras de la política de la identidad» han ido desbancando «a los partidos de izquierda de clase, tan prominentes en el siglo XX». Los populistas «brindan una ideología que explica por qué las personas se sienten solas y confusas, y se centran en la victimización, culpando de la situación infeliz del individuo a grupos ajenos».
Niall Ferguson , el brillante historiador escocés afincado en Estados Unidos, abre una rendija para el optimismo. El título de su análisis en Bloomberg tras el asalto del Capitolio es chisposo y sugerente: «América ha alcanzado la inmunidad de rebaño contra el trumpismo (o eso espero)» . Ferguson aporta un enfoque original: a lo largo de la historia, «las enormes pandemias coinciden con contagios religiosos o políticos». Recuerda cómo Tucídides, ante la peste de Atenas de 430 a 426 a.C. reseñó que «la gente parecía haber perdido su compás moral».
Contrapoderes
Ferguson también celebra la vigencia y efectividad de la Constitución estadounidense de 1787, que ha superado el test del tiempo. James Madison ideó una estructura de separación de poderes para mitigar la posibilidad de la tiranía, su mayor temor, incluso pagando el precio de que fuese una fórmula más morosa a la hora de la acción. Ahora ese soberbio mecano de contrapoderes de los padres fundadores ha servido para frenar a un demagogo que siente un desagrado instintivo por el imperio de la ley: Donald Trump. «Más que empeorar el país, mi pronóstico es que los acontecimientos de la semana pasada reforzarán el centro político», escribe esperanzado Ferguson.
Hay más optimistas, Paul Collier y John Kay , profesores de Economía en Oxford, han titulado su último ensayo La codicia ha muerto . Su tesis es que hemos sido demasiado codiciosos y lo pagamos: codicia de dinero; codicia de atención, con el narcisismo de las redes sociales y «el expresivo individualismo de las celebridades, los activistas y los guerreros digitales, todos ellos declarando su superioridad moral y que son juzgados por la intensidad de su pasión, más que por la profundidad de su conocimiento». Pero «la codicia ya no es intelectualmente sostenible» , pronostican, porque los seres humanos «no han tenido éxito siendo egoístas, sino siendo sociales y cooperativos».
Veremos. Mientras tanto, la alternativa más siniestra, la vía autoritaria de China, Rusia y Turquía , festeja las turbulencias de Estados Unidos y las saluda como la aparatosa prueba de una imparable decadencia de la democracia liberal. El tiempo -y cómo salgamos unos y otros de la pandemia- dirá.
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