MÚSICA
Caetano Veloso: «Para la dictadura mi música era como las armas que usaba la guerrilla»
En 1968, la Policía Militar detenía en su casa al cantautor brasileño por sorpresa, lo acusaba de «terrorista cultural», lo enviaba a prisión y, después, al exilio en Europa durante tres años, en un episodio traumático que recuerda ahora con ‘ABC Cultural’
Pasado y presente. Caetano Veloso, a finales de los 60, después de ser puesto en libertad (derecha), junto a un retrato de 2007
Caetano Veloso (Santo Amaro da Purificação, 1942) recuerda perfectamente lo que cantó en su casa el 27 de diciembre de 1968: ‘Súplica’ , un vals grabado por Orlando Silva en 1940; ‘Assum Preto’ , una samba de Luiz Gonzaga, el «Rey del Baiao», y ... ‘Onde o Céu Azul É Mais Azul’ , un tema tradicional que le «emocionaba mucho». No celebraba ninguna fiesta, era solo una noche más de las que pasaba con sus amigos en el apartamento de São Paulo que tenía alquilado con Dedé, su primera esposa. «Se me quedaron grabadas porque fue lo último que canté antes de que la Policía Federal llamara a mi puerta y nos llevaran detenidos. [Gilberto] Gil estaba allí porque salía con la hermana de Dedé, Sandra, con la que tuvo tres hijos», cuenta el cantautor a ABC Cultural.
Tenía razones para estar asustado. Dos semanas antes, la dictadura había decretado el Acto Institucional número 5, una resolución que legitimaba las persecuciones políticas, los encarcelamientos sin juicio previo y las torturas. Veloso, a sus 26 años, estaba en el punto de mira, pues acababa de publicar, junto a Tom Zé , Os Mutantes , Gal Costa y su amigo Gilberto, ‘Tropicália ou Panis et Circensis’ , el disco que desafío a los militares y cambió la música de Brasil para siempre.
Así relata Caetano lo sucedido después en el documental que estrenó en el último Festival de Cine de Venecia y en el In-Edit de Barcelona, ‘Narciso de vacaciones’ , sobre el traumático episodio: «Llegaron a mi casa temprano. No sé… cuando estaba amaneciendo. No había podido dormir en toda la noche, y justo cuando empezaba a conseguirlo, llamaron al timbre. No tenía ni idea de qué era aquello. A Gil y a mí nos metieron en un furgón. Pensaba que sería cuestión de diez minutos contestando a preguntas de un oficial en Sao Paulo, pero, para nuestra sorpresa, cogieron la carretera y nos llevaron a Río de Janeiro. Era una pesadilla».
Los dos músicos pasaron la primera semana en una celda del cuartel de las Fuerzas Armadas de Río de Janeiro. A continuación, tres meses en prisión que ya fueron descritos por Veloso en ‘Verdad tropical’, la autobiografía publicada en Brasil en 1997, que el año pasado reeditó Marea en español y en la que se basó el documental dirigido por Renato Terra y Ricardo Calil. A estos le siguieron cuatro meses de arresto domiciliario y tres años de exilio que el artista califica hoy como el periodo más triste de su vida.
Este comenzó con una ‘performance’ absurda y siniestra que narra así: «Al llegar al edificio de las Fuerzas Armadas, dos soldados nos llevaron a una sala grande donde había un oficial de alto rango sentado en una silla de estilo monumental. Nos miró durante mucho tiempo sin decir nada. Yo pensaba: ‘Este debe ser el tipo que nos va a interrogar’. Entonces tocó un timbre debajo de la mesa y vinieron dos soldados. Les dijo algo que no pude escuchar y, al rato, volvieron con comida. Le arreglaron la mesa y comió tranquilo. Asistimos a todo el banquete mientras nos miraba. Al acabar, permaneció en silencio un rato más. Duró una hora y no hubo interrogatorio. Fue una tortura psicológica. Por la noche nos trasladaron a un cuartel y nos separaron».
La primera cifra oficial de víctimas de aquellos años no se hizo pública hasta diciembre de 2014 con el informe de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV). Contabilizó 431 asesinatos y desapariciones entre 1964 y 1985. Las Fuerzas Armadas apenas colaboraron, por lo que se cree que fueron más. Se identificaron también centros ilegales de torturas y ochenta empresas que espiaron a sus trabajadores para la dictadura. Entre ellas, Volkswagen, Chrysler, Ford, General Motors, Toyota, Rolls-Royce, Mercedes Benz y Petrobras. A raíz de la Ley de Amnistía de 1979, estas violaciones de derechos humanos nunca fueron juzgadas.
Entre ellas, la acusación contra Caetano y Gilberto de haber publicado la canción ‘Che’, considerada propaganda socialista en apoyo a la revolución cubana; de ser «terroristas culturales», por pertenecer al ‘Grupo Baiano’ y a otras organizaciones «de compositores filocomunistas», y de cantar una parodia del himno nacional «a ritmo de Tropicalia» en un concierto de Río de Janeiro. El juicio fue «surrealista», asegura, porque nada de aquello era cierto: jamás hubo tema o disco con ese nombre, ni organización criminal y, mucho menos, la mencionada burla, como señalaban las 330 páginas de alegaciones presentadas por el régimen. El cantautor, que publicó disco nuevo en octubre, ‘Meu Coco’ (Sony), se lo intentó explicar a los militares sin éxito: «Al preguntarle si podía cantar el himno con la melodía de ‘Tropicália’, respondió que es imposible, porque los versos del himno nacional son decasílabos y los de la ‘Tropicália’ tienen ocho sílabas poéticas. Además, el acento poético es totalmente diferente».
—¿Qué significaba «terrorismo cultural»?
—Usaron esa expresión para decir que lo que hacíamos en la escena cultural era lo mismo que la guerrilla hacía con las armas. No hay que olvidar que toda la transcripción de mi interrogatorio estaba llena de errores en portugués e incluía frases mal escritas y ordenadas. En la dictadura hubo mucha confusión, aunque los entusiastas de la derecha defiendan ahora que fue un período más racional de lo que pensamos, pero no.
—En prisión, un sargento arriesgó su cargo y le facilitó un encuentro con Dedé en su celda. Es el único momento del documental en el que se emociona. ¿Por qué?
—No pude evitar las lágrimas porque me di cuenta de que no había retenido su nombre. Aquel militar no era muy joven. Era un mulato de Salvador de Bahía que sabía que nunca conseguiría ascender más allá de su rango porque no tenía la educación suficiente. Gil y yo estuvimos encarcelados hasta febrero de 1969, luego confinados en Salvador cuatro meses más y, finalmente, exiliados forzosamente a Europa. Al enfrentar todos esos traumas, regresé a Brasil sin recordarlo.
—¿Nunca se reencontró con él para darle las gracias?
—Nunca pude al no recordar su nombre. Fui incapaz de ir a Río de Janeiro a buscarlo. Tendría que haber investigado en el propio Ejército y la única información que tenía sobre él era que había realizado el servicio militar en el cuartel general donde Gil y yo estuvimos presos. Me haría muy feliz poder agradecerle lo que hizo y hablar con él sobre la vida y el amor.
—En el momento de su detención, acababa de publicar ‘Tropicália’, que se convirtió en una especie de manifiesto cultural y político que pedía cambios en Brasil. ¿Fue perfecto o cambiaría hoy algo?
—No diría que fue «perfecto», pero sin duda fue lo más representativo de nuestro movimiento que pudimos haber hecho en ese momento. Si pudiera volver a 1968, intentaría hacer más cosas para cambiar la situación política de entonces, pero no las canciones y los arreglos musicales de ese álbum.
—¿Puede existir un movimiento musical parecido, que remueva la conciencia de esos «entusiastas de la derecha» sobre la necesidad de cambios en el Brasil de Bolsonaro?
—Espero que sí.
—¿No le sorprendió su victoria electoral en 2018?
—Estábamos preocupados por esa posibilidad. Mi manager, Paula Lavigne, que es la mujer con la que convivo desde hace años, estaba segura de que iba a ganar , tras observar los debates de televisión y a la gente en las calles y en las redes sociales. Para la mayoría de nuestros conocidos. Sin embargo, era imposible. Cuando pasó a la segunda vuelta, hubo un giro en el voto, pero ya fue inútil. Es un fenómeno global.
—¿Por qué cree que se ha producido?
—Por resentimiento. Existe la creencia de que los trabajadores y las personas más pobres han sido desatendidos por la izquierda, la cual parecía prestar más atención a la legalización de las drogas, la aprobación del derecho al aborto y el reconocimiento del movimiento LGBTIA+ que a la redistribución de la riqueza y la creación de oportunidades. Esto ayudó a Trump a ganar las elecciones en Estados Unidos, a lo que se sumó el fenómeno de las redes sociales, los memes y Cambridge Analytica [la consultora británica que recopiló datos de millones de usuarios de Facebook, sin su consentimiento, y los utilizó para la propaganda política]. El mundo está atravesando un gran cambio y la gente no sabe qué hacer con él.
—En lo musical, el tropicalismo comenzó con la fusión de la música tradicional brasileña con el jazz y el rock. ¿Nunca le preocupó que le consideraran un sumiso al imperialismo estadounidense?
—Es curioso, porque el rock hizo que, efectivamente, los nacionalistas de izquierda dijeran que éramos sumisos a ese imperialismo. Sin embargo, el jazz ya se había infiltrado en el segundo periodo de la ‘bossa nova’. Las bandas de los clubes nocturnos de Río, en concreto, los que había en una calle de Copacabana apodada ‘El Callejón de las Botellas’, y el famoso programa de televisión dirigido por Elis Regina y Jair Rodrigues, ya habían presentado un estilo musical fuertemente influenciado por el ‘jazz’… y no fueron los primeros.
—¿Quiere decir que esa influencia viene de lejos?
—Así es, la ‘bossa nova’ tuvo mucho que ver con el ‘cool jazz’ [estilo creado en 1950 por Miles Davis con su disco ‘Birth of the Cool’, publicado en Blue Note], pero incluso antes ya tuvimos cantantes, compositores e intérpretes muy influenciados por este estilo genuinamente americano. A finales de los 50 y principios de los 60 también hubo artistas muy famosos y comerciales influidos por el rock, como Roberto Carlos y Erasmo Carlos, a los que prestamos mucha más atención que a los Beatles o Jimmy Hendrix. Eso es algo que siempre me ha resultado chocante.
—Ellos fueron elogiados y ustedes criticados…
—Sí, a nadie se le ocurrió decir en ese momento que Dori Caymmi o Edu Lobo eran sumisos al imperialismo estadounidense por la presencia del ‘jazz’ en su música, pero nuestro interés por el ‘rock’n’roll’, sobre todo por el ‘neo-rock’ británico, que descubrimos entonces, causó indignación.
—¿Cuáles fueron esas bandas y cómo llegaron sus discos al Brasil de la dictadura?
—Los discos de los Beatles y los Rolling Stones se vendieron bien desde el principio. Algunos de Pink Floyd, Hendrix y The Doors también. Recuerdo escuchar a Big Brother and the Holding Company [grupo de rock psicodélico formado en San Francisco en 1965] en la casa del poeta Augusto de Campos cuando regresó de Estados Unidos, justo en la época en la que también nos enamoramos de Janis Joplin en ‘Summertime’. Aquel arreglo de su banda para ese tema no era muy bueno, pero su voz y su interpretación eran asombrosas. De todas formas, los que más nos marcaron fueron los Beatles.
—¿Antes de esos descubrimientos no escuchaba música de Estados Unidos?
—Sí. Me encantaba Ray Charles y de niño ya escuchaba a Nat King Cole, Sinatra, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan. Más adelante, cuando la ‘bossa nova’ se convirtió en ‘cool’ para mí, me enamoré de Chet Baker y los discos de Miles Davis con Gil Evans. En 1960, descubrí a Thelonious Monk, pero también a la cantante de gospel Mahalia Jackson. Algunos de esos discos los traían mis amigos desde Estados Unidos. En 1966, sin embargo, sentimos la necesidad de seguir adelante con lo que había hecho la ‘bossa nova’ y comenzamos a prestar atención a los éxitos masivos de Brasil de los años 40, 50 y 60 y a los del pop internacional, como ‘Strawberry Fields Forever’. Maria Bethânia me dijo una vez que los famosos programas de televisión en los que aparecía Roberto Carlos eran más importantes para nosotros que toda aquella música sofisticada llamada post-’bossa nova’.