SERIES
«Los Bridgerton», una cuestión de amor y odio
En el territorio inabarcable de las series de televisión, nace una estrella cada cinco minutos. La última, «Los Bridgerton», un folletín con todas las de la ley que ha encendido pasiones. He aquí un debate a favor y en contra
Inés Martín Rodrigo / Federico Marín Bellón
No es Jane Austen, ni falta que hace
Por Inés Martín Rodrigo
De un tiempo a esta parte, la realidad se ha vuelto tan fea , tan atroz y monstruosa, que la ficción que venga a partir de ahora, ya sea en las páginas de los libros o en las pantallas ... de toda clase y condición, tendrá que ser hermosa... O no será. Esa es la conclusión a la que he llegado, en lo que a la materia prima de la que deben nutrirse los sueños culturales se refiere, en un arranque de año tan convulso como el ominoso 2020 que tanta prisa teníamos por dejar atrás.
Y a esa resolución me he encaminado, también, después de sufrir, en la acepción más leve que permite el término, claro, durante meses, por no decir años, las tramas más retorcidas y enrevesadas , siempre con un misterioso crimen oculto o algún secreto inconfesable de protagonistas psicológicamente inestables y con un pasado oscuro.
Hastiada de toda esa ficción, y cuando el mundo que hasta ahora hemos habitado parece caerse a trocitos, como el hielo que, todavía estos días, se acumula en las cornisas de los edificios más y menos ilustres de Madrid, empecé a buscar un desahogo, un refugio para pasar las muchas horas de autoconfinamiento por la borrasca con nombre de personaje de novela y la pandemia.
Y, busca que te busca, de plataforma en plataforma y tiro porque me toca, di con «Los Bridgerton» , la primera serie de la todopoderosa Shonda Rhimes , creadora de «Anatomía de Grey» y «Scandal» , para Netflix -ha firmado un contrato de los que quitan el hipo, incluso con mascarilla, para desarrollar ocho proyectos con la empresa de Reed Hastings -. Confieso que no soy mucho de series de época, y venía, además, de deleitarme los ojos, pero sobre todo el cerebro, con la belleza estética y narrativa que sigue siendo «Retorno a Brideshead» cuarenta años después de su estreno televisivo.
Pero mis fobias literarias hicieron que me detuviera en ella al ver el nombre de Julia Quinn , escritora estadounidense de novela romántica que nunca ha sido santo de mi devoción y autora de la saga de libros en la que está basada la serie de Rhimes. En ellos se cuenta, obviamente, la historia de los Bridgerton , una noble familia inglesa que vive y deja vivir en el Londres de principios del siglo XIX.
Trama
Su protagonista, Daphne, la hija mayor, ansía un buen matrimonio, con el que seguir acumulando títulos, pero no renuncia a hacerlo, pobre, por amor. Y la trama se ajusta como un guante a sus deseos cuando conoce al apuestísimo Simon, duque de Hastings, quien, además, es íntimo amigo de su hermano Anthony, vizconde y cabeza de familia desde la reciente muerte de su padre.
Los personajes que pululan alrededor de ellos, con una Reina de Inglaterra de color -también lo es el duque de Hastings y otros secundarios de lujo que encarnan a miembros de la nobleza en la serie, demostrando que otra Historia habría sido posible- y caprichosa, aunque doliente por la demencia de su marido; una misteriosa escritora, Lady Whistledown , autora de una revista de chismes que tiene a maltraer a la alta sociedad; una soprano libérrima o un boxeador noble pero sin título, aseguran el entretenimiento, como en todo buen folletín novelesco que se precie.
No es Jane Austen , ni falta que hace. Es la mejor diversión para tiempos de pandemia .
Las amistades perniciosas
Por Federico Marín Bellón
En su día, se decía que Sansón y Dalila era la primera película en la que el héroe tenía más pecho que la heroína. Víctor Mature era peor actor que Regé-Jean Page . E incomparablemente más feo. Los Bridgerton son una fantasía inocente, aunque no para todos los públicos . Si Tarantino se dio el capricho de matar a Hitler, Shonda Rhimes puede convertir a la nobleza británica en bicolor y permitir que su protagonista cometa un «atraco de esperma» que, tampoco dramaticemos, no justifica los ataques de una minoría a esta versión decimonónica de Wisteria Lane .
Rhimes no es la mujer más poderosa de la industria por casualidad. Intuye lo que más de la mitad del público desea, el secreto mejor pagado. La falta de humildad que exhibe la «magnata» al bautizar su productora se compensa por el hecho de no presumir de creadora. Merece todo el crédito Chris Van Dusen , que adapta su criatura a una marca que conocía bien. Entre los dos superan otro reto: que la serie tenga aspecto profundo pero la entienda todo el mundo.
Rhimes conoce tan bien a los espectadores que se permite el lujo de no darles solo lo que quieren. Diluye en el cóctel de referencias su toque personal, un festín de diversidad y feminismo quién sabe si bien entendido. El racismo no es ni anecdótico, pero las mujeres viven encorsetadas.
¿Se puede acusar a Los Bridgerton de hipócrita? Solo si nos los tomamos demasiado en serio . Es una adaptación libre de un género denostado. Tendría gracia ver una reseña de Julia Quinn en estas páginas. Sus ocho libros, una mina de oro, son el origen de todo. Shondaland y Netflix no reparan en gastos . Los que se fijen en esas cosas disfrutarán del vestuario. Los viajeros harán reservas para conocer Bath, ciudad que merece la pena visitar en cuanto escampe el infierno.
Pero el mayor atractivo de la serie es su moderna visión de las relaciones sexuales . Prácticamente todas las escenas eróticas buscan el placer femenino, un olvido histórico. Y aunque la belleza resida en el interior, es desde fuera como mejor se aprecia, de nuevo con especial atención a la representación masculina. Quien paga manda. Que Phoebe Dynevor sea más «normalita», aunque no exenta de encanto, facilita el impacto del cuento.
El principal problema de Los Bridgerton es su previsibilidad y monotonía . Se ve venir de lejos quién es la enigmática Lady Whistledown (tengo una testigo cualificada). Los guionistas se dieron cuenta y no esperaron tanto como los libros para desvelar el misterio. Se admite que todos vivan de fiesta en fiesta, pero: ¿cuántos capítulos necesitan los tortolitos para saber que se aman? ¿cuántas veces tienen que pelearse para alargar la tensión sexual revuelta? -no es una errata ni un homenaje- ¿por qué el hermano mayor es tan tonto?
El guion hilvana excusas para que ocurra lo que tiene que ocurrir. El folletín, en suma, no es apto para historiadores ni admiradores de Jane Austen , aunque sean bienvenidos. La historia se acerca más a un Frozen para adultos y sin canciones. Viva el placer, que nunca es culpable. Reivindiquemos el hedonismo. El sexo nos gusta a todos... O debería.
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