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LIBROS

El «boom» de la novela histórica en español

Género que tardó en vencer los tabúes de los críticos, que lo consideraban folletinesco y de escasa calidad, hoy se reconocen como clásicos muchos de sus títulos y en España arrasa

Fotograma de «La peste», serie que puede verse ahora en Movistar +. El éxito de la novela histórica tiene su eco en las producciones para la televisión

JUAN GÓMEZ JURADO

Cuando Alejandro Dumas firmó -quién sabe si escribió o quizás dirigió, aunque sin duda cobró- «Los tres mosqueteros» en 1844, los cimientos del «best seller» histórico quedaron establecidos para siempre. Quince años después, el otro gran superventas del XIX, Charles Dickens , comenzó a publicar por entregas «Historia de dos ciudades», y ya no había vuelta atrás. El primero tenía un taller repleto de negros literarios a los que sugería qué escribir, y pagaba una fracción de sus pingües beneficios , que le permitieron ser lo más parecido que había en Francia entonces a una estrella del rock, con sus mansiones y sus juergas y todo. El segundo no le iba a la zaga en fama ni en riqueza, aunque le sacara varios cuerpos literarios de ventaja, sin duda porque se molestaba en poner él mismo las palabras sobre el papel, lo cual siempre ayuda mucho.

Eran buenos tiempos. Era el mejor de los tiempos, si me permiten. A Dickens se lo permitieron sus lectores, claro, aunque no sus críticos. Los críticos decían que Dickens y Dumas apestaban , porque los críticos siempre han -hemos- sido los gilipollas de la clase, los que nacieron con cara de estar oliendo un pedo que solo sus delicadas fosas nasales podían captar. Al que suscribe no le van a faltar sus buenos años de purgatorio por algunas cosas que escribió como crítico, cosas de las que me arrepentí en cuanto firmé mi primera novela.

Los críticos, claro, creían que la novela histórica era un folletín para amas de casa, criadas y cocheros. La gleba, vamos. Porque vendían. Y ganaban dinero. Luego llegaría el siglo XX y miraría de rodillas a Dickens y a Dumas, y diría que poco ganaron, y se dedicaron a ponerles estatuas.

Los pioneros

Me dirán ustedes que la novela histórica se la inventó Walter Scott («Waverley»), que la continuó Fenimore Cooper («El último mohicano») y que luego llegó Alessandro Manzoni («Los novios») y le puso «baci e amore». Y que si Victor Hugo («Nuestra Señora de París») y que si Gustave Flaubert («Salambó»).

Todo eso es verdad, pero quienes dejaron el género alicatado hasta el techo y para entrar a vivir fueron Dumas y Dickens. Sabían, zorros ambos, que las narraciones de héroes secundarios, de la gleba de la Historia, vendía mucho. Sí, a las amas de casa, a los criados y a los cocheros. Pero también a escritores como Chesterton , quien diría de «Historia de dos ciudades» que era «la más bella narración que se había escrito en lengua inglesa», y sabía muy bien este señor que estaba diciendo eso a tiro de piedra del lugar donde Shakespeare hincó la rodilla.

Nosotros empezamos nuestros pinitos por aquellos años, aunque si les cito los primeros siete señores que escribieron novela histórica en España no les va a servir más que para llevarse el quesito marrón en el Trivial. «Ramiro, Conde de Lucena», de Rafael Humara y Salamanca, es la primera de nuestras intentonas. Manténganse alejados de ella, que es como una de esas momias de las películas, que se convierte en polvo en cuanto la tocan.

Aquí tendríamos nuestro particular duelo de titanes protagonizado por Galdós y Baroja . 46 fogonazos del canario en forma de 46 «Episodios nacionales», 22 del donostiarra en forma de unas «Memorias de un hombre de acción». Decía Max Aub que Galdós, como Lope de Vega, «asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí que desde Lope ningún escritor fue tan popular, ninguno tan universal desde Cervantes».

Clásicos eternos

Y escribía novela histórica, cosa de la gleba. De amas de casa, de criadas y cocheros. Baroja, por cierto, tampoco era manco, que digamos. Ni Blasco Ibáñez , ni Valle-Inclán, ni Foxá, ni Gironella. Ni Thomas Mann, ni Bertol Brecht, ni Pushkin , ni Tolstoi.

Hay premios Nobel con novela histórica, o novela histórica con Nobel, como prefieran

Muchos comienzan «Guerra y Paz» creyendo que solo van a leer una novela histórica. Muchos menos alcanzan la página 1.900, pero, de esos, pocos creerán que eso es material para la gleba. Más bien al contrario, la mejor novela de todos los tiempos. Del mejor de los tiempos y del peor de los tiempos. Que habla del mal y del amor, que son los dos únicos temas que importan , y lo hace de forma absolutamente magistral.

El tramposo Eco

Si seguimos escalando en el siglo pasado, año a año nos encontramos las ramas cada vez más pobladas. Mika Waltari («Sinuhé, el egipcio»); Robert Graves, ( «Yo, Claudio» , «Claudio, el dios, y su esposa Mesalina»); Marguerite Yourcenar («Memorias de Adriano»); o Naguib Mahfouz («Ajenatón el hereje»). Ya hay premios Nobel con novela histórica, o novela histórica con Nobel, como prefieran.

Y entonces llega un señor con barba, mentiroso y manipulador, profesor de semiótica por más señas, que dicen que dijo que estaba cenando con unos amigos y presumió de ser capaz de escribir un «best seller» usando determinadas claves. Hubo burlas y carcajadas, se cruzaron apuestas. Umberto Eco publicaría meses después «El nombre de la rosa», el libro más vendido de la década de los 80 , multipremiado y multiaclamado. Una novela histórica, claro. Funcionaba a muchos niveles. El tramposo Eco sabía que las criadas y las amas de casa y los cocheros se quedarían en la superficie, en la historia detectivesca, mientras que los verdaderos iniciados se sumergirían en las referencias a Ockham , a Borges, a Tomás de Aquino. ¿Verdad?

Mentira

Eco escribió «Apocalípticos e integrados» por algo, que resumiríamos en: a) que los señores que llevan la cara de estar oliendo un pedo desde su más tierna infancia pueden irse a hacer puñetas, y b) que la cultura es un acto universal, sin grados ni medallas ni placeres culpables. Que el apellido de una novela (histórica, de caballerías) no sirve para otra cosa que para colocarla bien en las estanterías de los grandes almacenes. Y que mirar por encima del hombro no ha traído jamás nada mejor que una tortícolis.

Alístenme ustedes, por tanto, en el ejército de las amas de casa, de los criados y de los cocheros. Y llévenme a otros mares y a otras épocas en naves pilotadas por Tolstoi y Dumas. O por Pérez-Reverte y Noah Gordon , o por los que vendrán. De quien ni los críticos ni ustedes tienen la más remota idea de si algún día serán Dickens.

Ni yo tampoco.

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