LIBROS
Bolchevismo, instrucciones de uso
El historiador estadounidense Yuri Slezkine, nacido en Rusia, cuenta en ‘La casa eterna’ la vida cotidiana de las elites revolucionarias
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Iniciar sesiónEl siglo de Platónov y Kafka -dice la escritora rusa Maria Stepanova en su espléndido libro ‘In Memory of Memory’, un fabuloso contenedor, mezcla de diario de viajes por su país, de lecturas y de reflexiones sobre un pasado doloroso familiar, bordeando sin ... cesar los márgenes de la Gran Historia-, «ese siglo que se inicia con un potente impulso hacia los cambios, envuelto en una utopía colectiva y la nostalgia del mundo por ‘lo nuevo’, pronto se percibirá como el terreno de la retrospección».
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Una retrospección, la de esta gran poeta, narradora, crítica literaria y ensayista, Maria Stepanova (Moscú, 1972), uno de los nuevos valores de la literatura rusa actual, una literatura que no ha cesado jamás, a lo largo del siglo pasado y parte del actual en curso, de dejar atrapadas a varias generaciones de brillantes escritores , estudiosos y sovietólogos en general, como el autor de la monumental y admirable «saga de la Revolución Rusa», ‘La casa eterna’, ahora aparecida, Yuri Slezkine (1956). «Estudiantes eternos» llamará a los primeros revolucionarios de su libro este reputado profesor de Historia Rusa de la Universidad de Berkeley, en California, nacido en Rusia.
Momentos trágicos
Muchos de ellos, como es el caso de Stepanova y él mismo provenían de familias judías. En el caso de Stepanova, fundadora de la revista independiente ‘OpenSpace.ru’, una especie de ‘New York Review of Books’ ruso, y muchos de su generación, sus antepasados vivirían algunos de los más trágicos momentos del pasado siglo: la Revolución Rusa, el sitio de Leningrado y la tristemente célebre purga antisemita urdida por Stalin antes de morir llamada «el complot de los médicos judíos». Autora de otro espléndido libro, ‘The Voice Over’, compuesto por poemas y excelentes ensayos (como uno dedicado a Marina Tsvietaiéva ) la altura literaria de Stepanova la acerca a grandes autoras como la polaca Olga Tokarczuk y la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, ambas Premio Nobel de Literatura.
El tema y el soberbio hilo que traza Slezkine para llevar a cabo su torrencial relato es de una fascinante originalidad
No deja de llamar la atención que los autores que firmarán las grandes sagas rusas más conocidas de la segunda mitad del siglo XX, ‘Vida y destino’ (Galaxia Gutenberg), de Vasili Grossman , y la igualmente magnífica y monumental ‘Una saga moscovita’ (Navona) de Vasili Aksiónov , tengan raíces judías como estos dos valores actuales citados: por un lado una escritora en lengua rusa, y por otro lado, un ruso-americano como Slezkine. Todos ellos se convertirán en una mezcla de memorialistas e historiadores de mil tramas familiares y colectivas de «lo íntimo» y cotidiano, aportando para ello, en el caso de los actuales, fotos, documentos, correspondencias y un sinfín de minuciosos detalles y avatares, así como cientos de personajes anónimos o no.
Cronista del gulag
Por otro lado, no hay que olvidar que Aksiónov es hijo de una de las más importantes cronistas del gulag, Evgenia Ginzburg , lamentablemente muchas veces olvidada, pero autora de un gran e impresionante clásico: ‘El vértigo’ (Galaxia Gutenberg). No es de extrañar pues que otro anterior e importante ensayo de Yuri Slezkine, ‘The Jewish Century’ (2004), en el que este autor califica el siglo XX como «siglo judío» por excelencia bucee, entre otras cuestiones, en este indudable protagonismo de la intelectualidad rusa de orígenes judíos.
El tema y el soberbio hilo que traza Slezkine para llevar a cabo su torrencial relato es de una fascinante originalidad, unida a un asombroso y deslumbrante estudio pormenorizado de lo que fue la Revolución Rusa, expuesta en sus m ás mínimas entretelas, tanto ideológicas y mesiánicas como cotidianas y culturales. Para exponer el pavoroso fracaso y caída del ‘homo sovieticus’, las vidas masacradas y el exterminio frío y programado de poblaciones enteras designadas como «enemigos del pueblo», Yuri Slezkine escoge un edificio y sus correspondientes apartamentos. Una especie de falansterio revolucionario a lo Charles Fourier. Una colmena que albergó a la primera hornada de la élite bolchevique. Es decir, la llamada nomenklatura.
Mientras el hambre arrasaba los campos soviéticos, la «nueva élite» no dudaba en reclamar dachas, curas de salud en Crimea y sus cuotas de caviar
Desde la Revolución de 1917, el nuevo poder político emprendió una concienzuda destrucción del «mundo antiguo» y se embarcó en la gloriosa y mística construcción del socialismo, ya fuera a través de una feroz dictadura del proletariado sobrevenida tras alzarse los bolcheviques victoriosos en la Guerra Civil, ya fuera con los célebres planes quinquenales, con la purga o sacrificio de «los viejos bolcheviques» a finales de los años 30 o con la valerosa implicación de los hijos sobrevivientes de las purgas en la Guerra Patria contra el invasor alemán, hasta llegar al declive del bolchevismo como «fe milenarista». Una fe y profecías que, según este autor, los había iluminado a todos ardientemente, como una secta, desde el principio.
El ascetismo pre-revolucionario pronto cedería paso a un gusto innegable por el confort material . Mientras el hambre arrasaba los campos soviéticos, la «nueva élite» no dudaba en reclamar dachas, curas de salud en Crimea y sus cuotas de caviar. El edificio en cuestión protagonista del inmenso y multitentacular tapiz de Slezkine (el volumen tiene en total 1600 páginas y de ellas 200 son notas, un apéndice con la lista parcial de inquilinos y un índice onomástico) se llamaría, de forma sumamente elocuente, «Casa del Gobierno». Sería construida delante del Kremlin, al otro lado del río Moscova. Un condominio perequiano de 505 apartamentos perfectamente amueblados que conformaría un modelo de «organización comunista de la vida cotidiana». A los altos jerarcas y a sus familias se les ofrecerían todos los servicios imaginables . Las familias no se someten a la «deconstrucción» pos-zarista sino que no se diferenciarán de ninguna familia burguesa.
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