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Entrevista

Arturo Fernández: «Me siento muy orgulloso de no haber recibido jamás una subvención»

A sus 89 años, el eterno seductor está en plena forma y arriesga su dinero en producciones donde ejerce de hombre orquesta

Arturo Fernández posa para ABC JOSÉ RAMÓN LADRA

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Arturo Fernández (Gijón, 1929) celebró su 89 cumpleaños trabajando. Como ha-ce cada día des- de hace ya un montón de meses en el madrileño Teatro Amaya, donde protagoniza la comedia de María Manuela Reina Alta seducción junto a la actriz Carmen del Valle. Un caso único en nuestros escenarios. Los años parecen no rozar al eterno seductor que desde hace tiempo ha incorporado con inteligencia la autoironía a la composición de sus personajes. No recibe subvención alguna y arriesga su propio dinero en sus producciones, que él mismo dirige, interpreta y hasta asume la disposición de decorados y otros elementos. ¿Cuál es su secreto? En esta entrevista habla de su carrera, su profesión, la fidelidad de su público, de cómo concibe el teatro y de sus ideas políticas.

Acaba de cumplir 89 años sobre el escenario. ¿Cuál es su secreto para mantenerse al pie del cañón y tan bien físicamente? ¿De qué están hechos sus genes?

A ver si es que tengo esa neurona… ¿Von Economo?, de la que hablan ahora, que al parecer no tienen todos los humanos y que creen que es la responsable de que las personas mayores de 75 u 80 años tengan capacidad para desplegar una gran actividad. El problema es que no se puede saber si la tienes o no más que dejándote diseccionar el cerebro… Así que mejor me quedo sin saberlo. ¡Ja, ja! En serio, tener buena salud y una buena carga genética es básico sin duda, pero no es menos importante mantenerse activo, tener ilusión por lo que se hace y metas por cumplir… Y no querer darse de baja de nada mientras el cuerpo no lo impida.

El público está encantado con que usted siga actuando, pero ¿por qué continúa trabajando?, ¿es un vicio?, ¿lo necesita para llegar a fin de mes?, ¿es la gasolina que alimenta su motor?

En efecto, es mi gasolina… Creo que tengo el inmenso privilegio de contar con el favor del público y eso es muy gratificante. Hasta el punto de que cuando tengo algún achaque, catarro, lumbago, lo que sea, y estoy hecho polvo en casa, llego al teatro, comienzo la representación y durante esas dos horas ni una tos, ni una molestia… No sé si les pasará a todos los actores pero a mí sí, se lo aseguro.

Usted procede de una familia humilde, en algún sitio he leído que fue minero, futbolista y boxeador, ¿es verdad?

Minero, no. Apuntaba maneras de futbolista, mi padre sí lo fue y muy bueno… Boxeador, sí, y falsificando mi carnet de identidad porque no tenía edad para ello. Pero es que mi padre estaba exiliado por cenetista destacado tras una cruenta guerra civil que solo debemos recordar para saber olvidarla… Y mi madre, para subsistir, trabajaba lavando botellas a la intemperie en bidones de agua fría, ganando 4 pesetas al día… Y yo ganaba por combate lo que ella en un mes. ¡Habría hecho lo que fuera por quitarla de ese trabajo!

¿Cómo y cuándo decide ser actor?

Cuando yo tenía 18 años mi madre se marchó a Francia para estar con mi padre. Mi querido Gijón, mi querida Asturias tenía muy pocas oportunidades que ofrecer a un joven como yo, sin oficio ni beneficio, que apenas había acabado sus estudios elementales. Yo quería ser «algo» pero ciertamente no sabía qué. La verdad es que me vine a Madrid con 19 años y detrás de una mujer, con 300 pesetas que me habían podido dar entre mi madre y mi tía Iluminada… Y la vocación me encontró a mí: un asturiano, ayudante de dirección, que conocía las penurias económicas que pasaba me ofreció intervenir como extra en una película, después en otra y luego en otra, pero ya con frase: «Pero has dicho en casa que te alistas hoy»… Tenía buen porte y me empezaron a llamar… Enseguida comprendí que había encontrado mi camino.

Cuénteme sus comienzos en el Teatro de Cámara de Modesto Higueras y en la compañía de Conchita Montes.

Evidentemente la buena planta era insuficiente para convertirme en actor, así que me dediqué a aprender. ¿Cómo? Pasando horas escuchando a los grandes en el Café Gijón y en cuantas tertulias de actores y escritores se celebraban. Acudiendo a cuantas lecturas de papeles se convocaban. Entré en el Teatro de Cámara de Modesto Higueras, se representaba a autores prohibidos de entonces, en el Teatro María Guerrero. De entre los muchos recuerdos de aquella etapa, siempre me viene uno a la cabeza: intentando interpretar un papel en El enfermo imaginario, oí un justísimo «¡Vete!» entre el público… !Y me fui!, no se podía decir el verso peor... Desde entonces siempre tuve una gran aversión al verso hasta que Boadella me la quitó no hace muchos años. Con Conchita Montes empecé a trabajar porque me la presentó el desaparecido y querido Jesús Puente para que le sustituyera a él, que se iba a la mili. Era un papel muy corto, pero aprendí muchísimo, nadie presentaba la alta comedia como ella… Y descubrí que eso es lo que quería hacer. Después me contrató otro grande, don Rafael Rivelles… Tenía ya muy claro que quería hacer teatro por encima de todo.

De todas las películas que ha hecho, ¿cuál le ha dejado más satisfecho?

Difícil elegir… He interpretado no sé cuántas películas… 80 o más, unas muy comerciales, otras premiadas… Pero si tengo que elegir, pues Un vaso de whisky (1957) de Julio Coll, y, cómo no, Truhanes (1983) de Miguel Hermoso.

¿De cuál de los directores con los que ha trabajado aprendió más?

Julio Coll fue mi primer maestro cinematográfico. Pero de todos se aprende. Sobre todo cuando, como es mi caso, careces de formación académica… Tu fuente de conocimiento es ver y escuchar… En teatro tuve dos grandes maestros: don Rafael Rivelles y don Juan Ignacio Luca de Tena, un gran hombre al que jamás olvidaré… Le quise como a un segundo padre y me dio la maravillosa oportunidad de hacer ese personaje -doble pero único- de Brandel en ¿Quién soy yo? y Yo soy Brandel.

Ya sabe que en su profesión hay actores que utilizan diversas técnicas para preparar sus papeles. ¿Es usted más de método o de intuición?

Creo que de intuición. Si tengo método no soy consciente de ello. Los papeles los preparo a base a trabajar la memorización del texto hasta hacerlo absolutamente mío, de tal forma que ya nunca tenga que usar la memoria para decirlo.

Alguna vez he escrito que es usted el último mohicano de su oficio, de una forma de ser y estar sobre el escenario, con compañía propia y con un público fiel que acude al reclamo de su nombre independientemente de la obra que interprete. ¿Se ve usted así?

Y no sabe cómo le agradezco que lo piense y que lo haya escrito… ¡No sabe cómo me gusta que hablen bien de mí! No sé si soy el ultimo mohicano, pero sí soy un actor rotundamente vocacional que no sabe vivir sin el teatro y que tiene la inmensa fortuna de contar con el favor del público, porque creo que el público percibe todo el esfuerzo, toda la dedicación que pongo, montaje tras montaje, en darles lo mejor de mí mismo, en superarme en cada espectáculo para que disfruten lo máximo posible durante dos horas.

Lo de recibir ayudas públicas para montar sus obras no parece ser lo suyo, ¿me equivoco?

No se equivoca en absoluto. Las ayudas públicas sólo deben estar para grandes proyectos de indudable interés general cuyo coste los haga inviables para la iniciativa privada. Me siento muy orgulloso de no haber pedido ni recibido subvención alguna jamás. Creo que llevo siempre los mejores decorados, vestuarios, etcétera… que se pueden ver en teatro no musical, y le puedo asegurar que los he amortizado todos. ¿Son caros? Sí, pero cuando veo los presupuestos que presentan para obtener subvenciones algunos montajes teatrales que triplican el coste real me parece indignante. Como me parece indignante que los espectáculos subvencionados tengan preferencia para entrar en teatros que pagamos todos, lo que es de hecho una segunda subvención, y además reciban una tercera, porque no van a taquilla… Y por si fuera poco, cierran el paso a quienes se juegan su propio dinero y sí dan beneficio a los teatros. Siempre he creído que la libre competencia es la mejor manera de espolear la creatividad.

¿Cómo concibe el teatro?

Para mí el teatro es una pasión. Es un hecho único, un momento irrepetible, ajeno a todo filtro que mejore o distorsione el resultado. Por eso el teatro sigue vigente aun cuando implica un esfuerzo mucho mayor para el espectador que un click en el mando a distancia o en el ordenador…

Hizo un Don Juan con Boadella, que aprovechó sus registros desde otras perspectivas. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

Fantástica. Fue muy enriquecedor trabajar con él. Es un genio creativo, un magnífico director y tiene muy claro el resultado que quiere obtener. A fuerza de ser sincero, he de reconocer que me sorprendió, no el éxito del espectáculo que firmado por Albert estaba asegurado, sino que se apreciara tanto mi actuación. Para mí es mucho más sencillo interpretar con tintes dramáticos que hacer comedia.

¿No se ha planteado o, dicho de otra forma, no echa de menos haber interpretado alguna de esas obras universales de prestigio, un Shakespeare, por ejemplo?

Pues, sinceramente, no. Creo que después de tantos años con mi propia compañía si hubiera echado de menos interpretar un drama clásico, lo habría hecho.

La comedia tiene menos prestigio cultural que el drama. ¿Qué es más difícil?

Coincido con Groucho Marx en que un actor de comedia tiene capacidad para hacer drama, a la inversa es más difícil. La comedia requiere una flexibilidad, una naturalidad que el drama no precisa. Hablo de comedia, no de farsa o esperpento. Creo que la alta comedia es el género más difícil de interpretar.

Usted separa escrupulosamente la vida profesional de la privada. ¿Ha tenido alguna vez dificultades para hacerlo?

No, nunca. Es una cuestión de discreción, de educación y de respeto. Siempre he respetado mucho a los periodistas, he sido consciente de que en una profesión como la mía, su trabajo nos ayuda… Y he tenido la suerte de que ellos me han respetado a mí. También es cierto que he tenido una vida personal muy poco dada a escándalos.

Ha recibido críticas por sus posiciones políticas conservadoras, ¿le importa?

Lo que me importa es el sectarismo que demasiado a menudo impregna esta profesión. El arte no debe tener ideología; el actor sí puede tenerla y es libre de manifestarla, pero no de despreciar la labor de los que no piensan como él. Yo soy conservador y tan libre de expresarlo como el que se declara «progresista» (que, dicho sea de paso, es un término que nunca entenderé por qué se lo ha apropiado la izquierda), pero eso no me hace ni mejor ni peor actor.

¿Qué le queda por hacer?

En esta profesión nunca se termina de llegar… Siempre tengo nuevas metas, nuevas ilusiones en todos los ámbitos de la vida. Es la mejor manera de no envejecer, sobre todo de mente y de alma.

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