arte
Germán Gómez: «Fotografío todo lo que quiero retener»
Germán Gómez recupera sus vivencias de la última década en «Años 30», un proyecto para Fernando Pradilla que lo presenta como un autor que se renueva
javier díaz-guardiola
Es un proyecto ambicioso, que repasa una década en la vida de su autor («el periodo que va desde que cumplí 30 años a los 40 que ahora he alcanzado; un periodo increíble, muy bueno, por un lado, pero también muy triste. La palabra para ... definirlo sería “intenso”», explica). En él fortalece aquello que lo define (el gusto por la foto intervenida, por el retrato, por la Historia del Arte y los temas universales), pero que lo renuevan por completo, apostando por nuevos géneros y disciplinas. Estas son las claves de Años 30 , de Germán Gómez (Gijón, 1972), desde el jueves en la galería Fernando Pradilla (Madrid). ¿El fin de una época?
«Mi obra ha sido siempre muy autobiográfica. Por eso este proyecto, en el que llevo trabajando 4 años, encajaba muy bien. Celebré mi 30 cumpleaños en Londres, donde estuve viviendo, y desde entonces hasta ahora han sucedido muchas cosas a las que quería poner cierto orden. Sobre todo, para no olvidar, aunque ha sido una tarea titánica».
Es una especie de diario visual.
Así es, que nace de revisar todo mi archivo. Ha sido una locura, dado que elaboro una media de 10.000 imágenes al año. Porque no solo están las fotos de estudio, más o menos abarcables, sino además las digitales que voy haciendo con cámaras pequeñas, con el móvil, con los que viajo siempre y que se convierten en mis cuadernos de apuntes.
¿Cómo se alcanza la selección final?
Al principio, intenté agruparlas fotos por años. Eso suponía una saturación visual. Y era muy fácil confundir la emoción personal que podía trasmitirme una foto con si esta funciona o no como obra plástica. Comencé a mirar, a reposar, a eliminar. Finalmente alcancé una selección de unas 2.000, de las que en la exposición entran unas 500, algunas agrupadas en una misma obra. El especatador se enfrentará a unas 170 piezas.
Estabamos acostumbrados a su fotografía manipulada. ¿Qué tipo de transformación han sufrido estas a las que nos enfrentamos ahora?
La exposición es un resumen de memorias, de sensaciones, por lo que no todas las obras están tan elaboradas, con muchas muy a flor de piel. Lo que he pretendido es que las imágenes, agrupadas como si de una instalación se tratara, funcionen como una única pieza. Hay ocasiones en las que no puedo evitar que las invada el dibujo. Otras he querido que sean retratos puros sin más, y, de hecho, saco el negativo entero; pero en la gran mayoría superpongo varias. Puede que la manipulación sea menor comparada con otras series, pero sigue caracterizándome la mezcla de técnicas, el recorte, el volumen... Una novedad sería el uso de las hojas reales de mis agendas, con las que creo collages junto a determinadas imágenes. Y es que soy un neurótico: todo lo guardo, todo lo apunto...
Habla de cuatro años. Eso significa un proyecto a largo plazo que se habrá modificado en el tiempo.
Recuerdo que cuando estuve becado en Roma ya empecé a escribir sobre Años 30. La idea del diario en imágenes se ha mantenido. Lo que se ha modificado es la forma de presentarlo. Empecé pensando en una línea temporal, cronológica, que recorriera toda la galería. Luego se me ocurrió que fuera una línea como la de un electrocardiograma, hasta llegar a la concepción de abarrotar la sala. El resultado panelará todas las paredes, pero renuncia a algunas obras, deja huecos. Eso es así porque hablamos de memoria, y la memoria se construye también de olvidos y asencias.
El resultado es como un gabinete antiguo, en el que se juega con esas ausencias, con las técnicas, con las escalas...
Un gabinete es siempre una especie de colección de historias. Habla de sus recopiladores, de una época. Esa idea de demasiadas piezas juntas –que se pueden analizar por separado, pero que se necesitan las unas a las otras– me interesaba. Todo interfiere en la mirada. Quiero que el resultado apabulle, porque así es cómo nos ha asaltado la información durante estos últimos diez años. Hay muertes de amigos, como la de Amparo, que la siento cercanísima, y eso que se produjo a comienzos de la década. Pero todo está muy pensado para que el conjunto funcione. He trabajado meses con una maqueta, de forma que la posición de cada imagen no es en absoluto aleatoria. También tenía muy claro que no todas las imágenes podían tener el mismo tamaño porque no todos los recuerdos tienen tampoco el mismo peso, ni la misma intimidad.
Pese a repasar el pasado, aquí hay muchos avances.
Y eso me produce mucho desasosiego. Siempre me ataco antes de enseñar el trabajo. Es la primera vez que muestro fotografía pura, sin manipular. Solo la empleé en un proyecto con alumnos de educación especial, que luego editó Exit en un libro, pero que no se expusieron nunca comercialmente. Quizás aquí hay menos costura de la foto. Aparecen los primeros retratos femeninos...
Ofrece por primera vez esas imágenes de documentación que lo sacan del estudio.
Siempre han estado ahí, fruto de la necesidad de comunicar visualmente. Fotografío lo que quiero retener. Por eso, vaya donde vaya, hago fotos. Es mi manera de recordar. Y fotos que tomaba como parte de una necesidad física ahora salen a la luz. Puede que muchas nazcan de forma inconsciente, pero están bien trabadas con mi forma de entender el mundo.
Habrá naturalezas muertas, paisajes, bodegones...
Ya no son solo retratos. Antes esos paisajes estaban también presentes, pero buscaba retratos que los contuvieran. Pero es que tiene que estar el paisaje, el viaje, la arquitectura, la Historia del Arte... Cosas que me apasionan.
Se desliza una tendencia a la abstracción poética.
Formas que no se reconocen tan fácilmente. Eso es consecuencia del dibujo, de querer acercarme tanto, de intervenir lo que veo. La idea de la veladura me apasiona, porque quiero que el resultado no sea tan evidente, que haya capas. Que todo sea foto puede ser algo que agobie al ojo; el dibujo cumple el papel de refrescar la mirada. Dibujar es el resultado de haber conceptualizado algo. Es otra manera de entender la realidad tamizada por tu mirada y tus sentimientos. En cuanto a la escultura, me obsesionan los volúmenes, las sombras, las fracturas.
Una joya para cerrar la muestra: su salto al vídeo.
En realidad son fotos proyectadas a gran velocidad, mil imágenes relacionadas con las expuestas. No acabas de ver ninguna y cada espectador recuerda detalles particulares y diferentes. Es lo que me interesa de este experimento. A mí, el vídeo es una técnica que me aburre. Esta es una obra que funciona como la memoria, descontextualizada, con sus ritmos, una amalgama de recuerdos. De hecho, no está en venta, pero complementará la exposición.
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