Antonio Muñoz Molina: «Me he dedicado en cuerpo y alma a la literatura. Es para mí una vocación absoluta»
La primera crítica que apareció en ABC Cultural fue la de 'El jinete polaco', novela con la que el escritor logró el premio Planeta con sólo 35 años, casi los mismos que han pasado desde entonces, toda una vida adulta entregada a la escritura
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Iniciar sesiónAntonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) conserva la tímida mirada del joven escritor, introvertido y poco dado a la fanfarria, que ganó el premio Planeta con 35 años. Lo hizo en 1991 con 'El jinete polaco' , una novela soberbia, que lo ancló ... para siempre a la tradición literaria española y cuya crítica, a cargo de Rafael Conte, fue la primera que apareció en el recién estrenado suplemento ABC Cultural. Desde entonces ha pasado toda una vida adulta y se han sucedido tantas cosas, a veces de forma vertiginosa, unas en el ámbito público y otras en el privado, buenas y malas, que echar la vista atrás provoca vértigo, cuando menos. Pero Muñoz Molina hace balance del tiempo transcurrido desde la necesaria calma que sólo permite un espíritu autocrítico.
—La crítica de 'El jinete polaco' se publicó en ABC Cultural el 8 de noviembre de 1991. ¿Cuánto y cómo ha llovido desde entonces para usted?
—Es toda la vida adulta, te da hasta vértigo. 'El jinete polaco' fue la primera novela plenamente comprometida con mi biografía y con el tiempo histórico en el que vivíamos. Una cosa consoladora es ver que sigue teniendo bastantes lectores, sigue encontrando lectores que se reconocen en él. Y, por lo demás, pues fíjese todo lo que ha pasado… Da mucho vértigo.
—¿Cómo ha cambiado en estos 30 años el Muñoz Molina escritor y el Muñoz Molina persona? ¿Lo han hecho a la par?
—Hombre, yo quisiera creer que sí, que he vivido un proceso de maduración. Desde luego, personal no tienes más remedio, aunque puede uno empeñarse y no madurar aunque pase el tiempo. Y, como escritor, yo creo que a partir de aquel momento el foco de mi mirada se amplió. Me eduqué un poco en el mundo exterior, me sumergí en la lengua inglesa, viví fuera, y eso me ayudó a cambiar la relación con el idioma y con el trabajo literario, que me fue dando una idea menos barroca o menos caudalosa del idioma, más disciplinada. He ido adquiriendo una visión del mundo un poco más completa.
—En aquella crítica, Rafael Conte definía la novela como «la obra maestra de su autor».
—Yo en esas cosas no pienso. Lo que he hecho antes no es algo que pese sobre mí o a lo que yo le de muchas vueltas. Eso sería paralizante. Según pasa el tiempo sí se repite como el sueño de hacer algo que sea muy bueno, pero es un sueño muy huidizo. Yo no tengo la sensación de haber hecho algo que haya sido como 'lo mejor'… Eso no se sabe, y quien menos lo sabe es el autor. Tú haces en cada momento lo que puedes.
—¿Qué tuvo de bueno y qué de malo ganar el premio Planeta a los 35 años?
—Hay cosas que se olvidan, pero cuando yo me presenté al premio y me lo dieron, hubo gente que me retiró la palabra.
—¿Le retiró la palabra?
—Sí, porque en ese momento el Planeta era considerado una especie de entrega comercial. Hombre, lo había ganado todo tipo de gente, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, gente de bastante peso literario. Yo recuerdo que en la cena del premio me acerqué a saludar a un amigo mío de entonces, que estaba cenando a costa de mí, digamos, porque era de un medio, y no me saludó. Y luego recibí algunas cartas de amigos y conocidos que mostraban como si fuera un traidor, que me había vendido comercialmente. Y yo lo que pensaba era, bueno, esperad a leer el libro, porque es bastante complejo.
—Cuánta impostura hay en todo eso…
—Pero, oye, en ese momento son cosas que te afectan. ¿Por qué te presentas a un premio? En mi caso, más que por ser más conocido, fue porque estaba en un momento en que necesitaba cierta seguridad económica. Luego, la gente te decía: ¿Y qué vas a hacer con el dinero? Y yo pensaba que a un arquitecto no se le pregunta eso.
—Es como si el escritor no necesitara esa seguridad económica...
—Exactamente. Pero son bobadas, porque antes de presentarme yo sabía lo que conllevaba en ese aspecto, pero tenía una tranquilidad íntima, sabía que si ese libro valía duraría y muchos lectores se olvidarían de que ganó el Planeta. Lo malo es que te llevas un mal rato.
—El disgusto del momento.
—Paradójicamente, en el propio periódico en el que yo trabajo, según una antigua tradición, el libro fue despedazado por un crítico eminente que todavía anda por ahí… Es algo que los que tenemos trabajos públicos tenemos que aceptar, estamos sometidos a eso. Lo importante para mí es haber escrito una novela en circunstancias biográficamente muy difíciles. Yo me alegro de haber ganado el premio y que eso me diera una tranquilidad, a mí y a mi familia, durante un tiempo, pero ya está.
—'El invierno en Lisboa' se colocó rápidamente en los primeros puestos de las listas de ventas y 'Beltenebros' fue también un 'best seller', y ambas novelas fueron igualmente aclamadas por la crítica ¿Existe cierto menosprecio a la literatura popular, a lo que vende?
—En ese aspecto, hay una parte de la crítica que a mí siempre me ha mirado por encima del hombro; otra parte no, he tenido muy buenas críticas también. No sé si lo hay o no. De 'El invierno en Lisboa' hicieron una edición de 3.000 ejemplares, pero hubo algo que pasó y empezó a tener mucho éxito. Eso también tiene que ver con que en esa época se produjo una cosa muy llamativa y de la que los que escribíamos entonces nos beneficiamos, que es que en los años 80, sobre todo a partir de la segunda mitad, hubo un estallido de los lectores de literatura española. Y tiene que ver con el estallido de la democracia, es un fenómeno social. Hubo un momento de efervescencia.
—Bendita efervescencia.
—Sí, sí, y una parte de los críticos era muy despectiva hacia lo que hacíamos algunos. Había como la idea de que el modelo máximo de calidad literaria en español era Juan Benet. Era una época en la que enseguida te llamaban garbancero. Yo he recibido muchos desprecios. Pero lo importante es el surgimiento de un número de lectores que se encontraron con autores que éramos literarios, escribiríamos mejor o peor, pero teníamos ambición literaria. Fue una época en la que, de pronto, libros míos o de Marías o de Llamazares o de Carmen (Martín Gaite) tenían muchísimos lectores, y eso fue una cosa completamente nueva, fue una suerte que tuvimos.
—Conte le describía entonces como «uno de los grandes triunfadores de la 'nueva novela española'». ¿Qué relación mantiene usted con las etiquetas, se lleva bien con ellas?
—Son cosas que no tienen que ver con uno. Las etiquetas están ahí, las ponen o las quitan. Entonces se hablaba mucho de eso, de la 'nueva novela', se inventaban características comunes… Unos años más tarde, cuando llegaron Ray Loriga y Mañas, decían que esos eran los que venían a desplazar a… Son etiquetas, no creo que tenga ningún interés, puede tener interés sociológico, antropológico, casi, pero para juzgar no.
—¿Sigue ahora a los 'jóvenes escritores españoles'?
—Yo leo a mucha gente, más joven o menos joven, pero no pienso en esos términos. Está lo que me gusta y lo que no me gusta. Yo veo que ahora mucha gente tiene como una especie de conciencia generacional.
—¿Y a qué cree que se debe?
—Siempre hay conatos. Cuando yo empezaba a publicar, entre personas de mi generación había mucho esa voluntad, que era una cosa un poco narcisista, de definirte con respecto a la generación anterior. Yo creo que en cada generación hay personas que juegan a establecer como complicidades, y usted lo habrá visto, también.
—Es una forma de protegerse.
—Sí, no lo sé, de protegerse, de sentirte acompañado. Yo siempre he sido muy solitario, entonces esa cosa gremial siempre me ha repelido un poco. Tú eres de una manera, difícilmente vas a cambiar. Además, las cosas en común no las sabes, es algo que se ve después. Decía Proust que «todo lo que es del mismo tiempo se parece».
—«No cuenta la memoria, sino la mirada», dice al comienzo de 'El jinete polaco'. ¿Qué ve al hacer memoria de su trayectoria y cómo la contaría?
—Es muy difícil ver la propia trayectoria. Ves lo que has hecho, pero también lo que podrías haber hecho. Pensamos que los libros que hemos hecho son los que teníamos que hacer. Pero yo muchas veces me digo que podría haber escrito otros distintos, y si podría haber hecho cosas mucho mejores, y si me he equivocado en algún momento, y si he tomado una dirección que no era… No lo sé. Para mí es muy difícil verme. Lo que sí puedo ver objetivamente es que me he dedicado en cuerpo y alma, continuamente a esto. En el aspecto de dedicación a la literatura, me he dedicado al cien por cien, día tras día, sin variar. Eso ha sido para mí, y lo sigue siendo, una vocación absoluta. Eso no quiere decir que haya sacrificado mi vida, porque tengo a mi familia y tengo un mundo que me importa mucho, que es prioritario para mí. He trabajado y trabajo a diario, todos los días, con una conciencia de cuidar al máximo lo que hago. Me he ilusionado, he soñado con libros, algunos han fracasado, otros no han llegado a escribirse… A veces he escrito con una gran melancolía, como con una pesadumbre enorme de pensar que estaba equivocado, que mi calidad no era la que debía ser, que lo que iba a hacer no iba a tener resonancia. Pero he trabajado con la misma entrega cuando estaba muy desanimado y cuando no lo estaba. Eso es lo único que le puedo decir.
—Esa vocación que describe hace que conciba la escritura como esfuerzo, dedicación, entrega, trabajo constante.
—Y como placer, también. Esto no es un sufrimiento.
—Es que si no, no nos dedicaríamos a esto.
—Claro, nadie nos obliga. Pero sí, sí, hay una dedicación plena y una entrega absoluta. Eso no quiere decir que ponga por delante eso. En mi cuarto de trabajo nunca he cerrado la puerta en todos estos años, y he tenido a mi hijo y ahora tengo a mi nieta. Pero he dedicado mi vida y la dedico íntegramente a esto.
—Su obra ha estado siempre anclada a la realidad. ¿Qué siente un escritor como usted cuando la realidad es tan terrible como la actual?
—Hay un momento en el que te quedas mudo. Ves la destrucción, la obcecación de la gente que ha organizado esto y lo está llevando a cabo y te quedas mudo. ¿Cómo puede ser esto? Esto es el horror absoluto, es la destrucción. Además, ves tu casa, ves a la gente a la que quieres y dices: ¿y si empiezan a caer las bombas aquí? Creo que hay dos maneras de escribir: hay una escritura del presente, de lo inmediato, y una escritura de la rememoración. La escritura del presente es la de contar lo que se está viviendo en el momento en que se está viviendo; es la escritura del diario, del reportaje, de la crónica, y es importantísima y, además, suele ser inevitablemente de no ficción, testimonial. Y luego hay otra, que es la que está filtrada por el tiempo. Generalmente, los materiales con los que tú haces una novela son materiales que están ya modificados por la memoria, por el paso del tiempo, muy intervenidos por la imaginación, es una escritura retrospectiva. Y hay momentos en los que se tiene que imponer una escritura inmediata, como en este caso. Yo ahora leo a la gente que escribe desde Ucrania y veo la extraordinaria calidad literaria y testimonial que tiene muchas veces y digo: esto es lo que hay que hacer ahora. Pero la sensación que yo tengo es de mudez.
—Y miedo.
—Miedo, terror, terror.
—Hasta ahora, habíamos percibido la guerra como algo lejano…
—Que les pasa a otros…
—Sí, pero ahora…
—El otro día alguien decía en el 'New York Times' que, probablemente, Putin es el ser humano más peligroso que ha existido en la historia, porque tiene la capacidad de destruir la vida humana sobre el planeta Tierra. Y eso es así. Hitler no podía hacer eso; Stalin, tampoco, y no hablemos ya de los grandes sátrapas orientales… Entonces, también dices cómo el ser humano ha caído en la trampa terrible de crear tecnologías que pueden destruirlo. Esa es una pregunta terrorífica.
—Volvamos a España. En estos treinta años, ha evolucionado hasta convertirse en un país moderno, próspero, pero ¿orgulloso de sí mismo?
—Bueno, el orgullo es una cosa… Hay que tener mucho cuidado con el orgullo. Hombre, un poco de conciencia colectiva de lo logrado y de lo valioso que se tiene no estaría mal. A mí la palabra orgullo no me gusta.
—Es verdad que es fea.
—Sí, a mí no me gusta. Hay logros colectivos de los que podemos estar contentos, como haber creado un sistema democrático, dentro de las limitaciones humanas y de nuestro país. Tenemos que tener conciencia del valor de ciertas cosas. Fíjese el valor de la paz, ¿no? Cuando tú disfrutas de una vida así, como esta, lo triste de todo eso es que no lo valoras. La democracia sólo la valoran los que no la tienen.
—O cuando se pierde.
—Claro. Esa es la paradoja del sistema español y europeo, que es un sistema que hace que sus beneficiarios no se sientan comprometidos con su defensa. Y eso no quiere decir que no seas crítico ni autocrítico. Pero, bueno, estos treinta años yo creo que no han sido malos, comparativamente con el resto del mundo, con la historia española anterior… Hace treinta años teníamos un problema gravísimo, que era el del terrorismo, y eso se olvida.
—Tenemos una memoria muy a corto plazo.
—Claro, claro y se olvida, pero el sistema democrático, sin leyes de excepción ni nada de eso, derrotó al terrorismo, y eso es un orgullo. Nos hemos integrado en Europa, hemos avanzado en términos de igualdad de hombres y mujeres, en términos de reconocimientos de las minorías, tenemos el matrimonio gay… Hemos avanzado mucho. Hay algo en lo que hemos retrocedido tristemente, que es la cuestión ambiental. Pero si tú ves el contexto europeo y mundial, España no es un mal país. Aquí parece que si no haces una crítica destructiva eres de la 'casta'… Yo creo que ha sido una época, en relación con el resto de la historia de España, de las expectativas que teníamos, bastante buena, dentro de lo que cabe.
—Y nos conviene tenerlo presente para no caer ni en el derrotismo ni en el victimismo.
—Yo creo que hay que tener una conciencia lúcida. Igual que necesitas evaluar la realidad en tu vida personal, también la tienes que evaluar en la vida colectiva, y tienes que identificar cuáles son las cosas que han ido a peor y a mejor y cuáles son las cosas que ves que se están corrigiendo. Por ejemplo, el enconamiento político ahora es bastante peor que entonces.
—Pero los políticos de ahora no son los de entonces.
—No sé si es por los políticos sólo… Los políticos del pasado tienden a idealizarse. También en aquellos primeros años 90 había algo que hemos pagado después muy caro, que es la falta de cuidado hacia la corrupción. En ese momento, los años 80, los primeros 90, el célebre 92, ahí no había ninguna vigilancia sobre la corrupción. Mire el modo en que era visto el Rey entonces y cómo es visto ahora. Igual que tampoco había la atención que hubiera debido haber hacia la recuperación del pasado democrático.
—¿Y la prensa? ¿Cómo ha cambiado? Porque celebrar tres décadas de un suplemento cultural es todo un logro hoy en día…
—Hombre, y algo que dure en España. Porque en España sólo han durado los privilegios, los prejuicios. Algo digno que dure, que no tenga que estar siendo fundado continuamente. La gente de mi generación hemos visto un mundo nacer y lo hemos visto derrumbarse. Cuando hablábamos antes de la efervescencia de los libros, es paralela a la de los periódicos. Los periódicos tuvieron una época de gloria que yo la he visto empezar y derrumbarse. Y eso sí que es un problema, porque si no hay información independiente y de calidad…
—Pero para eso se necesita…
—Se necesita dinero, y ahí volvemos a otro momento negro que hubo hacia 2010, cuando la demagogia de la gratuidad. Como en inglés 'free' significa 'libre' y 'gratis', parecía que se podía ser libre siendo gratis. Cuando empezó a darse gratis el contenido en internet, Polanco decía: «Nos estamos pegando un tiro en el pie». Eso es una cosa muy seria. Lo que sabemos es que si no tenemos periódicos de calidad, independientes, cultivados, que puedan invertir en profundidad, estamos perdidos.
—Bueno, es que la democracia y la prensa van de la mano.
—Absolutamente. Eso que decían de que ahora no hacen falta grandes periódicos porque cualquiera con conexión a internet… Sí, sí, mira, mira…
—Que estemos donde estamos ahora…
—Tiene mucho que ver con eso. Estamos de nuevo en la necesidad de una acción heroica.
—¿Pero de quién?
—Bueno, de todos nosotros en la medida en que podamos. Los que nos dedicamos a esto cada uno tenemos que defender aquello que nos importa.
—Para terminar le iba a pedir un deseo para el futuro próximo, pero creo que es más lógico pedírselo para el presente.
—Que acabe la guerra y que a Putin lo juzgue un tribunal internacional. Y que encontremos la manera de salvar la prensa independiente y de calidad.
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