LIBROS
Anne Tyler, una vez más, no decepciona
Ganadora de todos los premios (menos el Nobel, todavía), la autora norteamericana llega con su última e insuperable novela
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Iniciar sesiónLa muy elogiosa reseña a esta novela firmada por la muy buena escritora Amy Bloom en las páginas de The New York Times arranca con un categórico e incontestable «Anne Tyler sabe lo que hace» . Lo que lleva a pensar en que ... el lector en español no sabe lo que ha venido haciendo desde hace tanto al leer entre poco y nada a Anne Tyler. Conducta incomprensible porque Tyler (Minnesota, 1941) es una grande entre las grandes.
Ganadora del National Book Critics Award en 1985 y el Premio Pulitzer en 1989, admirada por gente como Nick Hornby pero también como John Updike , comparada con Jane Austen y Eudora Welty y Charles Dickens, e influencia más que palpable en las más celebradas por aquí Lorrie Moore o Amy Hempel. A su manera, desde su tan solo en apariencia normal realismo (convirtiendo a la Baltimore en la que vive en su propio Yoknapatawpha, una ciudad muy diferente a la de John Waters o The Wire o de Hannibal Lecter), Tyler es la más delicada de las experimentadoras a partir de la, en verdad, siempre i mprevisible y transgresora textura de lo cotidiano.
Multigeneracional
Así, desde hace más de medio siglo, sus novelas van de lo sinfónico y multigeneracional ( Reunión en el restaurante Nostalgia, El matrimonio amateur, El hilo azu l) a lo «de cámara» sonando melodiosamente a lo largo y ancho de un muy profundo puñado de días o semanas (ese clásico moderno que es El turista accidental o su reciente y magnífica El baile del reloj, con uno de los mejores personajes infantiles a este lado de Carson McCullers).
Es una grande entre las grandes, comparada con Jane Austen y Eudora Welty y Charles Dickens
Una sala llena de corazones rotos se inscribe en la segunda modalidad. Es de lo más extremo y sorprende que jamás haya hecho Tyler. Una especie de parábola zen que jamás comete el error de subrayar salingerianamente la tan amable como por momentos inquietante espiritualidad que rezuma. En verdad, lo de aquí está más cerca de esa exhaustiva investigación sobre la Nada del Todo y el Todo de la Nada de la que se nutrió durante varias temporadas esa magistral sitcom llamada Seinfeld .
Caóticos parientes
Aquí, entonces, reparto mínimo de personajes que entran y salen: clientes desorientados, exnovia a quien nunca debe definirse como novia «porque tiene más de treinta años» y esa ya es otra categoría, adolescente funcionalmente disfuncional, caóticos parientes surtidos para los que el protagonista alguna vez fue la gran promesa/estrella familiar siendo el primero entre ellos de alcanzar el college . Y estructura de novela-en-relatos (¿recopilará algún día esos veinticinco cuentos sueltos para revistas?) ordenándose misteriosamente alrededor del perfectamente inadaptado pero muy obsesivo del orden (marca de la Casa Tyler) y tan adoptable técnico informático/conserje del edificio Micah Mortimer. Cuarenta y tres años de edad y cuya mente (y Tyler ya lo advierte desde la primera línea) es un misterio absoluto porque, tal vez, no sea ningún misterio . Y no hay nada más misterioso que eso.
El lector español no sabe lo que ha venido haciendo al leer entre poco y nada a Anne Tyler
Aunque hay que reconocer que confundir una toma de agua con una pequeña pelirroja (el título original del libro es Readhead by the Side of the Road ; asunto que Tyler despacha en una línea como al pasar) es, como en todo lo suyo, algo mucho más importante de lo que parece. Porque, sí, Micah -más allá de que debería actualizar la graduación de sus gafas- no ve bien lo que sucede y le sucede mientras camina o se desplaza bordo de su Kia. Nos hace pensar en que algo más pasa dentro del cerebro del ermitaño de sótano Micah.
Sueños recurrentes
Y, ah, ahí están esas conversaciones consigo mismo (con esperpéntico acento francés) mientras se prepara el desayuno; y esas invocaciones a los todopoderosos dioses del tráfico automovilístico; y esos sueños recurrentes con bebés dignos de nativo de Twin Peaks . ¿Y su país? Nada le preocupa menos a Micah porque todo se ha ido al cuerno y él nada puede hacer para cambiarlo. Owen Wilson lo interpretaría muy bien, sí. Y, por momentos, como bien apuntó un crítico, si se respira con fuerza, puede detectarse aquí un leve perfume al Pnin de Vladimir Nabokov.
De nuevo, como siempre, otra vez, qué suerte que así sea: al llegar al final (como sucedió con la también expansivamente minimal y casi interrupta El baile del reloj , uno desearía seguir ahí dentro por mil páginas más) descubrimos que Anne Tyler volvió a contarnos lo mismo que nos cuenta siempre pero como solo ella sabe hacerlo: la odisea íntima pero universal de alguien perfectamente satisfecho con su rutinaria existencia hasta que de pronto descubre que todo podría ser, al menos, un poquito mejor si se deja de lado y se olvida un poco el guión aprendido de memoria. De este modo, lo último que leemos en Una sala llena de corazones rotos es que el de Micah empieza a latir a otro ritmo y, con ello, «comienza a sentirse feliz».
Y, con él, nosotros también.
Tan felices de haber vuelto a leer a Anne Tyler quien siempre supo y sabe y sabrá que hacer. Sepan ustedes ahora que no leerla equivale a no saber nada de nada. Así que de ustedes depende arrancar el año comenzando a sentirse felices.
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