LIBROS
Alma (Mahler), corazón y vida para contarla
Su figura sobrevuela la cultura europea del siglo pasado. Ella fue algo más que la mujer y amante de los grandes creadores de la época, como realza una reciente biografía
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Iniciar sesiónViena en los albores de del siglo XX era una fiesta. Ríanse ustedes del París de unos años más tarde -tal cual lo denominó Hemingway en uno de sus títulos más recordados- con las vanguardias en plena deformidad cubista. Para este ... caso, bien vale ese refrán tan español de «cría fama y échate a dormir». Si Viena no hubiera escrito la primera página de este largo relato de rupturas con el pasado y sus decimonónicos cánones, luego no hubieran venido París, ni Berlín... ni Nueva York, aunque ya fuera al otro lado del charco y también aquello fuera otra película. No resulta casual que nuestra protagonista, Alma Mahler , naciera en Viena (1879) y falleciera en Nueva York (1964). El destino y sus requiebros narrativos.
Libertad y libertinaje
La ciudad centroeuropea era la capital de la cultura antes de que estallara la Primera Guerra Mundial , y de todas esas libertades y libertinajes que siempre van de la mano -y se dan la mano- en los cenáculos más cosmopolitas . En esos escenarios de ringorrango intelectual y de la frivolidad más supina, emerge con un halo embaucador la figura de Alma Mahler, a la que se conoce y reconoce, fundamentalmente, como la mujer fatal que emparentó por vía amorosa con lo más granado del arte de aquella época. No duden ni por un instante que esta biografía que firma la historiadora británica Cate Haste discurre por esos derroteros morbosos al cien por cien, pero además circula por otros senderos menos trillados, reivindicativos y sin callarse nada (por ejemplo, su deje antisemita).
Era hermosa y culta, lectora de Rilke, de Spinoza... pero, ante todo, idolatraba a Wagner
Sin dar de lado el tópico de femme fatale que cuelga como un abalorio (sambenito) más en la solapa de Alma, estas páginas cuentan de sus logros intelectuales, creativos y hasta vindicatorios en cuanto al papel de la mujer al margen de las convenciones , por muy anticonvencionales que estas fueran en los tiempos que le tocó vivir. No obstante, de la lectura de esta biografía yo no me atrevería a deducir que hizo lo que hizo -básicamente, ponerse el mundo por montera- en plenitud de sus facultades y responsabilidades o, más bien, fruto de un cierto capricho de niña mal criada, inestable desde el día en que pierde a su padre, el artista Emil Jakob Schindler , y su madre, la cantante Anna von Bergen , se casa con otro, Carl Moll («alumno eterno de mi padre», escribe), quien, por otro lado, le abre las puertas de la «alta sociedad» vienesa en los tiempos del secesionismo.
Por supuesto, todo en la vida de las personas, por muy brillantes o anodinas que estas resulten, está concatenado, es un ejercicio de causa-efecto en plena posesión de las facultades o inconscientemente. Si no, que se lo digan a Freud , que dictaba doctrina en aquellos tiempos para concluir que la sexualidad reprimida de las mujeres conlleva, entre otras consecuencias, una cierta inestabilidad, cuando no histerismo. Alma Mahler no es que responda al cien por cien a estos patrones un tanto machistas, como bien se ha deducido con el correr de los años, pero sí que lleva a sus espaldas una mochila de vivencias en la que pesa como ninguna otra la pérdida de su progenitor, a los trece años, al que admiraba y adoraba: «Ojalá estuviera vivo. Estoy segura de que yo sería alguien bastante diferente. Era la única persona que me quería incondicionalmente», escribió en 1899.
Pasión reprimida
Deduzcamos, sin miedo a equivocarnos, que, al cabo, siempre le persiguió en sus relaciones con los hombres, que van y vienen por su existencia entre dudas constantes y pasiones reprimidas que luego saltan por los aires y rompen todas las costuras. Alma Mahler (quien se ha quedado para los restos con el apellido de su primer marido, el mítico compositor y director de orquesta Gustav Mahler , veinte años mayor que ella) era hermosa y culta (lectora de Rilke, Spinoza, idolotraba a Wagner...) y tuvo infinidad de pretendientes desde el minuto uno en que pisó el parqué de los salones vieneses. Ella coquetea con unos y con otros y les da alas y se da alas a sí misma para luego despertar de los sueños amorosos y eróticos como si aquellos fueran una pesadilla.
Nunca sabe muy bien si la quieren por lo que la quieren o por algo más elevado. En esa tesitura se queda su primer deslumbramiento amoroso, el gran Gustav Klimt , al que le pierde más aquello de meter mano a la joven que otras veleidades intelectuales. Luego, vendrían los ya famosos (Mahler, Gropius , Kokoschka ) y los menos conocidos, como su maestro de música, Zemlinsky . De su pasión por Wagner, entre otros compositores, nace la ambición de encumbrarse como compositora. La duda de ser buena o no en estas lides siempre corroe a Alma, pero, sobre todo, se topa con la negación, el veto absoluto, a las mujeres en este escenario... Resumir tanta pasión a lo largo de sus 85 años de vida en tan pocas líneas da vértigo. Por eso, esta biografía seduce tanto como su protagonista.
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