ARTE
Alicatando el museo con Fernando Renes
La definición del propio artista como «albañil del arte» cobra todo sentido en sus tres grandes murales de azulejo para el MUSAC
Dos personas observan parte de las propuestas de 'Medir tierra'
Más de once mil azulejos en tres gigantescos murales. Una miríada de piezas que trepan por los muros de hormigón encofrado del museo hasta los seis metros, para extenderse a lo ancho superando los catorce, los veinticuatro… Un verdadero ejercicio de fuerza de ... Fernando Renes (Covarrubias, Burgos, 1970). El alarde de que la naturaleza proliferante que lo caracteriza desde sus primeros trabajos alcanza ahora, con la madurez, el máximo empuje.
Piezas inmensas
En efecto, el tamaño de las obras no se justifica necesariamente por la escala faraónica de estas salas, por la necesidad digamos de llenarlas con piezas inmensas; pues, aunque su presencia imprime un sesgo muy especial al resultado con un montaje sin duda apabullante , semejante despliegue parece justificado sobre todo por la necesidad de disponer de un espacio de representación capaz de recoger todo cuanto Renes parece querer contar, mostrar, combinar.
Y es mucho. De hecho, los tres murales del MUSAC configuran cada uno distintos compendios de intenciones muy diversas, mezclando las imágenes más heterogéneas con textos superpuestos, fragmentos y ‘collages visuales’, a los cuales la llamativa técnica del azulejo pintado a mano y vidriado, con su férrea retícula de verticales y horizontales, dota de cierto orden formal.
El efecto ‘pixelado’, que surge de dividir el conjunto en unidades mínimas, se enriquece en esas superposiciones de planos y figuras con partes de ejercicios anteriores. Al final, como si de numerosas ventanas abiertas en la pantalla del ordenador se tratara, lo que Renes cuenta se organiza por áreas temáticas amplias, por familias de imágenes. Frente a estas obras complejas y ambiciosas, que sólo se pueden aprehender por porciones, es imposible no recordar los ubérrimos cuadernos de dibujo del artista, donde las páginas se suceden sin seguir tampoco secuencia lineal alguna, ni conceptual, ni argumental, ni lógica. Como en ellos, Renes despliega aquí también, escena tras escena, distintos juegos de palabras, anotaciones, chistes visuales, apuntes rápidos , todo en dislocada continuidad, articulando un modo irrefrenable y a la vez entrecortado de contar el mundo.
Un mundo que, en su caso, tampoco encuentra fronteras claras entre la reflexión filosófica, la escena doméstica o familiar, los comentarios sobre la profesión y el arte, la política actual… La amalgama de todo este fluido es Fernando Renes, quien se define a sí mismo al hilo de este agotador trabajo con el azulejo como «un albañil del arte». Su ironía podría haberle llevado a lo del ‘chapuzas’, pero, en el fondo, no le habríamos creído. El aire desenfadado, improvisado incluso, y poco meticuloso con los detalles que destila su producción, parece al cabo al servicio de una cabeza que cede a la urgencia de ideas que se descargan como una metralleta, no al primor de los remates.
En medio de todo este encadenamiento ininterrumpido de ideas que liga la exposición, y que se completa con dos grupos de dibujos (entre los que encontramos algunos de los momentos más emotivos, delicados y deliciosos de la muestra ), y una pequeña animación, hay una voz de alerta del propio Renes que nos recuerda cómo «en el arte, es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada».
Sin embargo, y a pesar de esa consciencia terrible, emociona ver cómo él lo intenta hasta el límite de sus fuerzas . Sólo por eso todo lo demás merecería ya la pena.