Alfredo Arias y su parada de los monstruos

Alfredo Arias, uno de nuestros pocos ensayistas geniales, junto con mi venerado Jorge Freire, ha decidido terminar su fascinante trilogía ensayística dedicada a la ‘Mujer Sublime’ con ‘Las Bellas y sus Bestias’, un empeño argumental necesario para redondear su empresa. La trilogía se inició en 2018 con ‘Diosas, santas y malditas’ , la entrega más antropológica y ‘frazeriana’ de las tres. Continuó en 2020 con ‘Mitos de la transgresión femenina’, cuyo título ya resulta suficientemente revelador de su contenido, y ha culminado en 2021 con la confrontación entre algunos de los grandes nombres de varones proclives a cultivar la bestia que todos llevamos dentro y las mujeres que han compartido espacio mítico con ellos.

Los dragones (a veces travestidos en hidras, orcas asesinas, quimeras u horrores por el estilo) han sido protagonistas de esa confrontación, librada en muchas ocasiones con los dragones engrosando las filas de la ‘Mujer Sublime’ de turno, como podemos ver en la ‘Canción de Hielo y Fuego’ de George R. R. Martin. Pero no es Daenerys Targaryen la única madre de dragones de la literatura fantástica ‘lato sensu’. Pensemos, por ejemplo, en la saga de los jinetes de dragones de Pern, de la estadounidense Anne McCaffrey, en la que la mujer ostenta también un papel preponderante : dígalo Moreta, la ‘dragonlady’ por excelencia de la saga.

Pero no son estos los dragones presentes en este tercer y último tomo de la trilogía de Arias. Las Bestias que aparecen en el mismo contexto que las Mujeres Sublimes tienen nombre propio y pueden ser gorilas gigantes como King Kong, enamorado hasta las cachas de Annabelle Darrow, la chica que se zampa aquella célebre hamburguesa en tiempos de crisis económica antes de embarcar rumbo a la isla que no aparece en los mapas; como Hannibal Lecter, el sutilísimo asesino que protagoniza las espléndidas novelas de Thomas Harris , trasladadas al cine con el gran actor galés Anthony Hopkins en el papel del doctor Lecter; como el vampiro, que tiene en ‘Drácula’ de Bram Stoker (1897) su plasmación literaria más rutilante, con películas como la de Browning en 1931 y la de Terence Fisher en 1958 tocando el cielo de la perfección narrativa en imágenes; o como, para terminar, con la Bestia por antonomasia, o sea, la ‘Bête’ que se sacó de la manga Madame Leprince de Beaumont en ‘Le Magasin des enfants’ (1756) y que ha disfrutado de dos versiones cinematográficas que me entusiasman: la de Jean Cocteau de 1946, con Jean Marais como la ‘Bête’, y la de la factoría Disney de 1992, una auténtica joya del ‘cartoon’ disneyano tradicional.