ARTE
Alex Katz, la extraña superficialidad
Entra en el Museo Thyssen el ‘falso realista’ Alex Katz. Su estética, aunque de aparente sencillez, adquiere el tono de lo inquietante
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Iniciar sesiónEn algunos casos, tener un ‘reconocimiento tardío’ puede ser la mayor de las bendiciones. La angustia de las influencias, esa amarga experiencia del ‘lo que viene después’, termina por generar un bucle o una suerte de banda de Moebius que transforma al epígono en el ... más extraño de los ‘precursores’.
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Tal es el caso de Alex Katz (Nueva York, 1927), que no gozó apenas de fortuna crítica en sus comienzos, siendo descalificado en bastantes ocasiones como un «artista superficial». Sin embargo, desde hace años, su pintura, deliberadamente esquemática, ha sido celebrada en museos como la Tate o el Albertina de Viena, donde se expusieron sus dibujos. Galerías como Thaddeus Ropac o Javier López en Madrid han realizado muestras de este neoyorquino que, aunque casi tiene cien años, sigue entregado a la pintura con un entusiasmo increíble . El Museo Thyssen presenta la que anuncia como «primera retrospectiva» de este artista en España, si bien hay que recordar que le organizó una imponente muestra Juan Manuel Bonet en el IVAM en 1996 y sus bañistas pudieron contemplarse en el Gas Natural Fenosa de La Coruña en 2012.
Pintor inclasificable
Katz ha sido clasificado, valga la paradoja, como un «pintor inclasificable». Su trabajo ‘molestó’ durante décadas por igual a los amantes del realismo y a los de la abstracción . Robert Storr, que fue uno de los más importantes conservadores del MoMA, confesó que cuando vio por vez primera su obra en los sesenta, le pareció anómala, ambiciosa e impredecible: «Estaba compuesta por imágenes íntimas y cotidianas, pero pintadas a la misma escala heroica de la escuela abstracta».
Katz recordaba en 2014 la indignación que provocaba su pintura en algunos espectadores que lo consideraban una nulidad, alguien que debería ‘regresar’ a Bellas Artes. Sin embargo, este autor que parece no querer ir más allá de ‘la superficie’ ha sido una influencia reconocida por pintores como Peter Doig o Elizabeth Peyton, y la monografía que le dedicara Barry Schwabsky en Phaidon venía a demostrar que la ‘vitamina pictórica’ de este anciano tenía algo de elixir de la eterna juventud.
Trabajando con bocetos, realizando numerosas correcciones, Katz no ha dejado de dar cuenta de la atracción de lo femenino . Todo comenzó en una cafetería cuando quiso hacer un retrato, intentó recrear la expresión de los ojos y le salió «algo bizarro». Esa impotencia o fracaso no le decepcionó, al contrario, asumió que la búsqueda de proporciones y las irregularidades se convierte en algo inconsciente que hace que «lo extraño a veces funcione mejor». Su estilo, que tiene mucho de estilización, es en realidad académicamente ‘anti-estilista’. Basta con prestar atención a sus bailarinas, que parecen descoyuntadas, captadas en un ‘desequilibrio’ que puede ser molesto. Pero también advertimos algo anómalo en esas mujeres guapas que, pintadas por él, terminan por ser para algunos el colmo de lo desagradable. Una estética de aparente sencillez que adquiere el tono de lo inquietante.
Sin duda, Katz tenía razón cuando tomó conciencia de que «el realismo estaba pasado de moda». Declaró que lo que él quería hacer era dibujar como lo hacían Picasso o Matisse, pero «con un trazo más preciso», aunque para ello empleara una brocha gorda. Tal y como advierte Guillermo Solana, comisario de la muestra, lo que hizo fue pintar cuadros figurativos con la gran escala del Expresionismo abstracto. También es evidente que evitó el drama y que sus fondos neutros no aspiran a ningún tipo de ‘profundidad’ . Su aspecto de carteles publicitarios y ese ‘estilo’ frío llevaron a que fuera considerado como un precursor del Pop.
En verdad, esa puede ser una mala lectura fácilmente refutable si confrontamos un retrato de Katz con la ‘Marilyn’ de Warhol, en un deslizamiento desde la fascinación por la belleza serena al latido de lo real traumático, en una tensión entre la búsqueda de la armonía y la revelación del abismo mortal del glamur.
No ir más allá
«Me interesa -ha declarado- lo que es bello, lo que tiene sentido para mí, y no voy más allá». Pensemos en una obra referencial como ‘The Cocktail Party’ (1965), en la que atrapa un momento fugaz, un ritual de la élite ‘wasp’ . Este artista reconoce que ha retratado a gente elegante que vestía bien, y que nunca le interesó «retratar a los pobres». Además, reconoce que «lo político y lo social» siempre le dejaron frío.
En la época del consumismo y del activismo político, retrató a un ‘hombre unidimensional’, que no era otro que el germen del neoliberalismo , el ‘self-made-man’ que es más ‘chic’ que ‘camp’. Katz ha sido acusado de «frívolo y mundano», siendo evidente que no es un «hombre torturado», aunque sea un pintor obsesivo. Tampoco parece un nostálgico y, por supuesto, no tiene nada de revolucionario. Calvo Serraller apuntó que su mérito es captar la singularidad única de sus modelos en cada uno de los momentos, a su vez únicos «haciéndolo encima con la más extraordinaria parquedad de medios ». Tal vez menos es suficiente o puede que Katz sea un maestro en plasmar lo que ama con una extraña superficialidad.
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