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Ajuste de letras

James Agee: Dos tragos de vida

Fumador y bebedor incontrolado, dejó un cadáver joven y obras de referencia en el periodismo de EE.UU.

James Agee ABC
Jaime G. Mora

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«He bebido poco y sin llegar jamás al punto de saturación, de lo cual me alegro. Ahora mismo, mientras le escribo, estoy bebiendo una mezcla temible y maravillosa de benedictine sin alcohol con un toque de ginebra para darle sabor. El resultado guarda un parecido formidable (y bastante alcohólico) con el verdadero benedictine».

En la primera referencia al alcohol en «Cartas al padre Flye» (Jus, 2016) —la correspondencia que el escritor James Agee mantuvo durante treinta años con su mentor, James Harold Flye — la bebida era algo divertido. Tenía 19 años y todavía era capaz de contenerse.

«Bebo un poco, pero sin entusiasmo. Solo tengo a mano ginebra, bourbon, whisky, etcétera, y yo prefiero el vino…», escribió Agee casi un año después, en septiembre de 1929. «En general, las juergas etílicas esporádicas me sientan bien, pero no vaya a creer que terminan siempre en borrachera: eso solo sucede muy de vez en cuando, a menos que tenga el ánimo por los suelos…»

Agee pertenece al selecto club de los jóvenes escritores que desaprovecharon el talento. En su caso, por una mezcla de malos hábitos y fatalismo. «Hace semanas que pienso en suicidarme», afirmó en una carta. Si seguía con vida, era porque había aprendido a cuidarse a sí mismo.

Su principal problema, decía, era la terrible ansiedad que sentía por ser brillante. Tampoco tenía disciplina: era un «vago y un desastre» para organizarse. Escribió novelas, poesía y guiones de películas. Como columnista, renovó el género de la crítica de cine. Y escribió el reportaje «Elogiemos ahora a los hombres famosos», un libro ilustrado con fotografías de Walker Evans en el que narra la vida de tres familias de agricultores de Alabama. Lo publicó con 32 años, después de cinco de trabajo en los que se «desintegró».

«Algún día sabré lo joven que era a los 35 años, pero ahora mismo es una edad aterradora», le dijo al padre Flye. Ya fumaba y bebía sin control. En una carta fechada en noviembre de 1945 decía: «Le escribo medio borracho y no creo que esto resulte muy legible (cada palabra es como dar un paso sobre el hielo con zapatos), así que simplemente mire cada parte ilegible como la sonrisa de la Mona Lisa —cuyo significado es facilísimo de interpretar: otro whisky, por favor—».

Tras tener a su primera hija, dejó la revista «Time» y comenzó a escribir guiones de películas, un trabajo que combinó con colaboraciones en revistas y la publicación, en 1951, de la novela corta «Vigilia». Poco después de nacer su segunda hija sufrió un ataque al corazón: «La trombosis se debe al abuso del alcohol y del tabaco, a la falta de sueño, la tensión nerviosa o sencillamente la sobreexcitación. Lo del alcohol, el tabaco y el sueño puedo arreglarlo y pienso hacerlo».

«Algún día sabré lo joven que era a los 35 años, pero ahora mismo es una edad aterradora»

A finales de año sufrió otro percance: «El ataque no ha sido nada grave, aunque haber tenido que volver al hospital después de tan pocos meses […] comienza a ser preocupante». Uno de los motivos de su mala salud era «el cúmulo de excesos» a los que se había habituado: «El único ascetismo —o incluso moderación— que me ha importado alguna vez, o que he tratado de poner en práctica, ha sido aquel que me permitiera intensificar el placer».

Disfrutara de su tiempo con placer o no, Agee decía estar deprimido porque no tenía dinero ni trabajo fijo. Porque con cuarenta años sentía que había malgastado el tiempo y porque si quería conservar su salud debía convertirse en un tipo de persona que él aborrecía. «Lo de fumar menos lo llevo bien, pero beber menos es otro asunto —informaba al padre Flye—. Estoy sin trabajo y sin dinero. La única forma que tengo a mano de mejorar mis perspectivas es el alcohol, pero debo extremar la moderación (en realidad, no debería probar ni gota). La única vía alternativa de escape es trabajar tanto como pueda… Al diablo con todo».

Durante un año no cogió «ninguna borrachera de consideración» y limitó los cigarrillos diarios a ocho o nueve. «Lo peor de todo es que el alcohol —lamentaba— multiplica por cinco mis ganas de fumar». A sus problemas de corazón se unió su condición hepática: «Mi hígado entraña más peligro que mi corazón». Para evitar riesgos no debía tomar más de una copa al día. Pero Agee estaba «más enganchado al alcohol de lo que lo había estado nunca», decía. «Sí, ya sé que se supone que debería estar bebiendo un máximo de dos tragos al día, pero esa es una meta que solo puedo alcanzar cada tres o cuatro días». En febrero de 1953, cuando escribió esta carta, solo le quedaban dos tragos de vida.

«La única forma que tengo a mano de mejorar mis perspectivas es el alcohol»

En 1955 sufrió frecuentes ataques cardiacos: «Los periodos de calma duran uno o dos días en el mejor de los casos; en el peor, llego a tener ocho ataques al día, y son dolorosísimos». Por entonces tenía muy poco que contar en sus cartas, salvo que tenía la «sensación de estar a punto de morir».

Murió de un infarto el 16 de mayo, con 45 años, mientras se dirigía a su cardiólogo. Murió sin saber que le concederían el Pulitzer a título póstumo por su novela autobiográfica «Una muerte en la familia». Murió sin saber que «Elogiemos ahora a los hombres famosos» es hoy una de las obras de referencia del periodismo estadounidense. En vida, Agee solo vendió seiscientos ejemplares del libro.

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