Una aceituna con hueso y sin hueso

Gusto y poder para comprarlo no le falta, y doy fe, por lo que me han contado, que perderse en sus almacenes y trajinar con lo que allí atesora puede ser lo más parecido al sueño de un niño con zapatos nuevos chapoteando en el agua sin padres, ni autoridades competentes que vigilen. Dos mil ochocientas piezas conforman todo el conjunto hasta la fecha (la coleccionista sigue en activo) y, desde su presentación al público en este espacio, distintas y muy variadas han sido las lecturas firmadas por agentes del arte contemporáneo con diferentes registros generacionales y teóricos ( José Jiménez, Rafael Doctor …). Todas muy exigentes en sus presupuestos, y acertadas cada una de ellas en su discurso expositivo.

Chus Martínez se confiesa ramoniana de toda la vida. Yo añadiría que variopinta en sus requiebros y, para muestra, el botón de los textos que acompañan el catálogo, que van de mencionar al psiquiatra de moda en los años sesenta R. D. Laing a sus experiencias en el barrio marginal de Can Tunis («Realicé un voluntariado en una de las mayores clínicas de metadona del mundo», cuenta Chus Martínez), para pasar a la cocina molecular («Un amigo me llevó a un seminario durante el cual nos mostraron un huevo cuya yema había sido reemplazada por café con leche... La cocina molecular y las tendencias que la acompañaban eran en cierta forma kantianas », remata). Entresaco a propósito estos ejemplos que se parecen tanto como un huevo a una castaña, que diría el acervo popular, porque, curiosamente, Gómez de la Serna no enjaretó greguería alguna con estos productos castizos en su metafórica dicción.

De este cesto intelectual y posibles fórmulas culinarias ha salido la exposición más desconcertante de todas cuantas hemos visitado en estos espacios que firmaron los arquitectos Tuñón + Mansilla . Por otro lado, nada nuevo bajo el sol que cobija los trabajos curatoriales de Chus Martínez, quien ha pasado, en una de las trayectorias profesionales más viajadas y ascendentes de su generación, de la sala Rekalde en Bilbao al MACBA de Barcelona, el Museo del Barrio de Nueva York, la 13ª Documenta de Kassel (la que hizo de Enrique Vila-Matas una «obra de arte»: lo sentó en un restaurante asiático («una rancia mesa del Dschingis Khan») a verlas venir. Tal cual lo narra el propio escritor en su libro «Kassel no invita a la lógica»: «El silencio lo interrumpió una llamada a su móvil de Chus Martínez desde Berlín… Cuando pienso en aquella llamada de móvil, me doy cuenta de que en el fondo tenía miedo de que Chus me dijera que presentía que la habían engañado al decirle que yo era uno de los pocos vanguardistas que había en la amuermada España. Y me siento contento de no haber perdido de vista en ningún momento la posibilidad nada desdeñable de que Chus, que tenía fama de ser muy lista, me había invitado a la Documenta para ponerme a prueba». Tras la Documenta, ella ocupa el puesto de directora del Instituto de Arte de la Academia de Arte y Diseño de la FHNW de Basilea .

Sí, Chus Martínez tiene fama de ser muy lista, a lo que añadiría que original o nada convencional en sus presupuestos teóricos y prácticos. De las 2.800 obras que integran la Colección Helga de Alvear, ella ha seleccionado cincuenta y dos. Parecen pocas; de hecho, los anteriores comisarios invitados fueron menos selectivos, menos concentrados en la puesta en escena . Pese a que tampoco sea ramoniana la frase, podemos esgrimir de nuevo la filosofía popular como aderezo: «La cantidad nada tiene que ver con la calidad».

La calidad o brillantez en este caso tiene que ver con que seguimos cabalgando a lomos de una greguería: no textual, sino visual . Las relaciones culinarias entre la aceituna y la anchoa se asemejan a las que acuñó Lautrèmont en torno al surrealismo de un paraguas y una mesa de disección juntos en una imagen ya legendaria dentro la Historia del Arte. Las relaciones visuales de las piezas expuestas actúan al libre albedrío y, como las anchoas de este cuento, tendrán que soñar con su panteón particular. Greguería, pura greguería. El discurso aquí radica en el «no discurso» y cada cual se monta el aperitivo como le da la gana. Se pasea por las salas y pica. Las aceitunas pueden venir sin hueso o con hueso, lo difícil resulta extirparlo sin atragantarse.

Chus Martínez prepara la mesa para que esta quede al alcance de todos los paladares. Así, permite que se den la mano un Bonifacio casi olvidado y un Dokoupil , más olvidado aún. Esa pintura muy «ochentera» por la que confiesa una curiosidad tardía que viene al hilo por no quedarse colgada de sus prejuicios y perderse en los almacenes de esta colección con Karel Appel, George Condo, Asger Jorn , Keneth Nolan y Jorge Galindo , entre otros. Entremedias, lo saboreado y por saborear del coreano Haegue Yang y su escultura hecha con persinas o estores, del alemán Markus Oehlen , de la polaca Ania Soliman y su compatriota Miroslav Balka ; del austriaco Frank West , de los británicos y conceptuales hasta en el aliño Art and Language ; de la francesa (y tan amiga del ya citado Vila-Matas) Dominique Gonzalez-Foerster ; del peruano Jota Castro , y del norteamericano William Wegman y sus fotos de perros «pintarrajeadas»... Podría seguir contando hasta cincuenta y dos y saltar de uno a otro con comodidad. Puede que la colección de Helga de Alvear sea el panteón de aceitunas con el que sueñan todos los artistas.