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Martín Caparrós en el laberinto del hambre

País a país, Martín Caparrós ha recorrido la geografía del hambre. De Níger, India y Madagascar a naciones desarrolladas como Estados Unidos. Porque el hambre no conoce fronteras

Martín Caparrós en el laberinto del hambre abc

arturo garcía ramos

Un aluvión de datos económicos, de historias particulares, de injusticias sociales, de movimientos poblacionales, compendian este libro laberíntico. Es una crónica de crónicas y un ensayo de ensayos , un informe de datos demográficos, recursos alimentarios y planes económicos; el retrato de las geografías del hambre, una reflexión airada sobre la desigualdad y la pobreza que descubre la tibia determinación de los países más desarrollados por acabar con un problema para el que hay solución y es, sin embargo, sempiterno.

Es, además, una dolorosa confesión ética que nos implica y exige nuestra respuesta, nos insta a aceptar la responsabilidad que nos cabe en tan desmesurada injusticia, y nos empuja a cambiar nuestros hábitos alimentarios, nuestra percepción de los otros, que, invisibles o intocables, son la imagen descarnada del dolor . Pero, sobre todo, este libro de libros es una colección de historias, el rostro concreto de más de mil millones de vidas de hambrientos.

Amena echa piedras en el agua para que tenga algún sabor

El libro de Martín Caparrós traza una lacerante ruta ante la que no se interponen fronteras ni continentes; no la detiene la tecnología, ni la ideología, ni la religión. Con el propósito de hacer visible esa realidad clandestina para quienes vivimos ajenos a ella, el autor penetra en las venas de África. El Sahel, en la orilla del Sáhara, en Níger. La India, Calcuta, donde el hambre, de tan antigua, es una costumbre.

El ominoso mapa incluye el desierto africano y la favela brasileña, el slum indio, el arrabal hispánico. Hay 250.000 villas-miseria en el mundo habitadas por 1.200 millones de personas. Cada año emigran 500.000 personas a Bombay y 400.000 terminan en slums como el de Dharavi. En Bangladesh la desnutrición infantil es la mayor del mundo: un 46 por ciento de niños y niñas desnutridos.

Hambre y tratamientos para adelgazar

Los círculos dantescos alcanzan Estados Unidos: Chicago, la ciudad de los pantries , de los «sinhogar» y las ollas populares, a las que acuden 700.000 personas. El presente está asentado sobre la contradicción y el contraste: el país más rico del mundo tiene 50 millones de pobres.

El país más rico del mundo tiene, también, 90 millones de obesos: «Live Fat. Die Young» [«Vive obeso, muere joven»], alerta el renovado eslogan. Según Caparrós, 30.000 millones de dólares al año servirían para acabar con el hambre en el mundo. La misma cantidad que gastan los norteamericanos en dar de comer a sus mascotas y menos de lo que ese país gasta en tratamientos para adelgazar.

Caparrós nos acusa: hemos construido un aterrador mundo feliz

El recorrido sigue por los basurales de José León Suárez, en Argentina. Los últimos países son Sudán y Madagascar. El primero se presenta como el último infierno: Yuba. Allí el hambre se adereza con la guerra. El segundo es un modelo de implacable neocolonialismo.

La pobreza extrema nos impide ser otros, «pensarse distinto»; nos impide el ocio y lo superfluo (« Le superflu, très necessaire» , clama Voltaire). «Ganado tengo el pan: hágase el verso», escribió el cubano José Martí. La poesía es el lujo necesario de quienes no tienen la urgencia del hambre.

El mundo satisfecho no quiere enfrentarse a esa realidad hiriente. Inventa solemnes eufemismos para sortear la punzada directa de las cifras y los hechos. Los Estados hablan de «inseguridad alimentaria» y «malnutrición coyuntural aguda».

Historias mínimas

Caparrós nos acusa: hemos construido un aterrador mundo feliz, el hambre es un invento de la civilización y el desarrollo. Añade esta vergüenza: casi la mitad de la comida que se produce en el mundo termina en la basura.

«A veces pienso que este libro debería ser una sucesión de historias mínimas [...] Y que cada quien lea hasta donde pueda, y se pregunte por qué lee o no lee », escribe, sacudiendo al lector con su cachetada verbal, instándole a que se cree durante la lectura su propio tablero de dirección, su rayuela particular, que le permita ir perfilando ese retrato del hambre. Sentirse cómplice.

Las caras de la desgracia nos escupen en nuestra buena conciencia

Sobre todos los libros que El hambre arma y reúne, el más importante, el más doloroso e imprescindible es el haz de relatos que ponen cara al drama. Geeta vive de las sobras que dan a su madre en las casas que limpia. Avani alimenta a sus tres hijos con lo que encuentra en la basura. Amena echa piedras en el agua para que tenga algún sabor. Sasmusa se inmola con una lata de gasolina porque las autoridades le requisan su mercancía, y su hoguera se convierte en la «Primavera árabe». Diego Duarte muere en un estercolero bajo la carga de un camión de basura.

Las caras de la desgracia nos escupen en nuestra buena conciencia de estómagos satisfechos y espíritus convencidos de vivir en el mejor de los universos posibles.

El hambre es un libro para lectores que tengan la valentía de enfrentarse al mundo que hemos construido entre todos.

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