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Eduardo Berti: «Entre Borges y Cortázar, me quedo con el "tío" Wilock»
La microficción no sería lo que es sin Eduardo Berti. El escritor argentino recupera, ampliado, uno de sus primeros libros, «La vida imposible». Relatos en cuya realidad se cuela la fantasía
antonio fontana
Cuando echa la vista atrás, parece que Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) esté contando un cuento. «Yo tenía dos tías solteras («solteronas’», dirían las malas lenguas) que eran profesoras de literatura –recuerda–. Ellas vivían juntas y tenían cada cual su biblioteca, pese a que ... muchos libros se repetían entre una biblioteca y otra. Mis padres me dejaban cada tanto en su casa; por ejemplo, cuando querían ir al cine . Así descubrí yo libros y autores que siguen estando entre mis favoritos: desde Chéjov o Saki hasta Horacio Quiroga o Maupassant. Una de mis tías (la más joven, Nelly) me prestaba su máquina de escribir Olivetti. Pocas cosas me divertían tanto como copiar, un poco al azar, fragmentos de esos libros. Mezclaba una frase de uno con una frase de otro, por ejemplo. Hasta que, inevitablemente, me puse a inventar frases propias… Muchos años después, cuando murió la última de mis tías, me tocó vaciar aquella vieja casa. Y en un cajón encontré algunos textos que había escrito a los ocho o nueve años. Lo que más me sorprendió fue que en algunos de ellos aparecen comparaciones o imágenes que yo más tarde volví a emplear.» Algunas de ellas pueblan los microrrelatos de La vida imposible (Páginas de Espuma), un libro que ha vivido varias vidas.
¿En qué se diferencia la nueva edición de «La vida imposible» de la original, publicada en 2002?
He quitado unos pocos cuentos que, según hoy veo las cosas, no estaban a la altura de los demás o repetían ideas y formas mejor expresadas en otros. Hice unas pocas enmiendas y cambios. Y, sobre todo, añadí una sección final llamada «Ramonerías»: una serie de greguerías que tuve el desatino de escribir.
Con sus greguerías, ¿fue Gómez de la Serna el pionero de la microficción?
Uno de los grandes pioneros, sin duda. Hace algunos años publiqué una antología dedicada a la microficción, Los cuentos más breves del mundo , y allí incluí a diversos antepasados y pioneros de la forma hiperbreve, desde Esopo hasta Kafka. Resulta interesante advertir cómo la microficción ha abrevado de tradiciones tan diferentes: la fábula, los epigramas, las leyendas, la prosa poética, etcétera. Y cómo, pese a ser en teoría muy novedosa, hunde sus raíces en formas antiguas. En el caso de Ramón, considero que sus Caprichos se acercan más a la micronarrativa, mientras que sus greguerías continúan la línea de Lichtenberg o de Jules Renard: la del aforismo absurdo, desopilante.
«¿Borges o Cortázar? Eso es preguntar si quiero más a mi mamá o a mi papá»
¿«La vida imposible» es un libro que crece?
No lo sé. En todo caso, es un libro al que le tengo especial afecto. Tal vez porque es muy distinto de los demás que he escrito. Y tal vez porque, a diferencia de las novelas o los libros de cuentos cuya escritura suele demandarme dos, tres o incluso cuatro años, La vida imposible se ha ido plasmando a lo largo de quince años, si no más, en paralelo a otros libros. He convivido mucho tiempo con los cuadernos donde apuntaba estos microtextos. Y eso ha creado, como es lógico, un lazo especial.
¿El Eduardo Berti que publicó «La vida imposible» en 2002 es el mismo Eduardo Berti de hoy?
Espero haber aprendido cosas. Espero escribir un poco mejor que entonces. O un poco menos peor… Espero haber madurado. Motivos para esto último deberían sobrar porque en esos doce años, por ejemplo, fui padre.
Los suyos son relatos con un pie en la realidad y otro en la fantasía. ¿De cuál de los dos territorios están más cerca?
De los dos. No me interesa el fantástico clásico y puro, sino aquello que algunos denominan neofantástico y que consiste, por lo común, en la irrupción más o menos insólita de un elemento extraño en la realidad. Como una especie de grieta, como una metáfora del hombre… Pienso en escritores como Dino Buzzati o Marcel Aymé. Pienso en Felisberto Hernández, Virgilio Piñera, Arreola, Silvina Ocampo o Bioy Casares, maestros de lo que suele llamarse «fantástico cotidiano». Ahora bien, con el tiempo he advertido que mis novelas suelen inclinarse algo más hacia lo real y que mis cuentos suelen inclinarse un poco más hacia lo fantástico. O tal vez se trata, antes que nada, de un abordaje diferente.
«Siempre me interesó una aproximación lúdica a la ficción»
Terrores, obsesiones, monstruos, paradojas, seres fantásticos: de todo eso hay en «La vida imposible». ¿Qué ha volcado Eduardo Berti en estos relatos?
Los autores somos los menos indicados para decir qué hay de nosotros en nuestros libros. Así y todo, sé muy bien que en estos cuentos se manifiesta, por ejemplo, un divertido ajuste de cuentas con el periodismo. Yo pasé varios años trabajando en la redacción de un diario, en Buenos Aires. Fue allí mismo, por cierto, donde nacieron algunos de estos cuentos. Y no es difícil advertir que más de uno está presentado como si fuera un «caso» periodístico. Lo que me interesó en aquel momento fue tomar los códigos de la noticia (la forma por excelencia a la hora de presentar un caso verdadero) y ponerla al servicio de hechos improbables, al límite de lo verosímil.
«Bovary» (sin el «Madame» delante), «Este libro no existe» y «Artificios» son algunas de las obras ficticias en torno a las cuales giran sus cuentos. ¿La literatura es un juego?
Un juego que se puede jugar muy en serio, sí. El arte es juego y los ingleses lo expresan bien cuando usan el verbo play para tocar un instrumento y para nombrar una obra de teatro. Personalmente, siempre me interesó una aproximación lúdica a la ficción. Por eso he recibido con una risotada de felicidad la invitación a ser miembro del Oulipo , el taller de literatura potencial por el que en su momento pasaron Calvino, Perec o Queneau, todos ellos maestros a la hora de «desacartonar» la literatura.
«Puse la noticia al servicio de hechos improbables»
Para terminar, elija entre dos compatriotas suyos que cultivaron el cuento: ¿Borges o Cortázar?
Es casi como si me preguntara usted si quiero más a mi mamá o a mi papá… Para no ofender a ninguno de ellos, mencionaré a un tío que quiero mucho: un escritor argentino mucho menos leído y mucho menos conocido que ellos, pero al que no me canso de releer: J. R. Wilcock .
Eduardo Berti: «Entre Borges y Cortázar, me quedo con el "tío" Wilock»
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