Literatura en frasco pequeño
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Literatura en frasco pequeño

Decir que se publica una gran variedad de títulos de literatura infantil y juvenil no significa nada, pues esa variedad no implica abundancia de buenas historias. Como orientación, ofrecemos esta selección de libros publicados en ABC Cultural

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Decir que se publica una gran variedad de títulos de literatura infantil y juvenil no significa nada, pues esa variedad no implica abundancia de buenas historias. Como orientación, ofrecemos esta selección de libros publicados en ABC Cultural

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  1. «Las gafas de ver», de Margarita del Mazo (La Fragatina)

    Carlitos estaba enamorado de Inés. Le llamaban «Carlitos» porque era bajito, muy pequeño. En cuanto Carlitos vio a Inés, «se puso de puntillas para parecer más alto y respiró hondo para parecer más ancho». Pero ninguno de sus esfuerzos daba resultado, era invisible para ella. Un día Inés anuncia que le van a poner «gafas de ver» y Carlitos ve la oportunidad de conquistarla.

    Este libro cuenta una historia muy divertida (gracias a las ilustraciones de Guridi) y también muy sencilla, que conmueve precisamente por su «humildad». El lector se alía desde las primeras páginas con la fragilidad de Carlitos ante su amada Inés, y con la búsqueda de las gafas perfectas para ser, por fin, visto. El final del libro, inesperado, da un sentido nuevo a la historia y más hondura a su mensaje, pues las últimas líneas trastocan las expectativas del lector: a través de sus gafas Carlitos se fijará en algo que no esperaba.

  2. «Veinte mil leguas de viaje submarino», de J. Verne (Nórdica)

    A los once años, Julio Verne se escapó de casa y embarcó como grumete en un navío llamado La Coraline, rumbo a las Antillas. No era el barco más rápido ni el más vistoso, pero su nombre le recordaba a su amada prima Caroline y pretendía recoger perlas para ella. La precoz aventura marinera falla porque su padre ordena su desembarco en el primer puerto. Esta anécdota la rescata Jordi Sierra i Fabra en otro buen libro, También fueron jóvenes (Bambú), donde recrea andanzas y fracasos de la niñez de grandes figuras como Jane Austen, Gandhi, Mozart o Albert Einstein. Pero ésa es ya otra historia.

    La cuestión es que, a pesar de ese fracasado viaje por mar durante la infancia, infinidad de criaturas marinas serán descritas después por Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino, una de las obras cumbre del autor francés. Leer a Julio Verne durante la juventud es un privilegio, casi una obligación. No se olvidará después al profesor francés Pierre Aronnax, prisionero del Capitán Nemo en el Nautilus, ni esta edición ilustrada con tanto cuidado por Agustín Comotto.

  3. «¡No!», de Tracey Cordero y Tim Warnes (Bruño)

    «¡Qué ricura!, ¡qué monada!, ¡qué carita tan salada!». El pequeño Rino es encantador para sus familiares, para el cartero, para todos. Hasta que, un aciago día, Rino aprende a decir «¡no!». Como en la imagen, a partir de entonces no quiere ponerse el abrigo para ir al colegio, no se quiere bañar, no quiere jugar con sus amigos...

    Puede resultar sorprendente, pero la ternura no abunda tanto en los libros para niños. Con ligereza se asocia a veces la ternura con la cursilería o la ñoñez y se desprecia su importancia, y también su potencia narrativa. ¡No!, de Tracey Cordero y Tim Warnes, es un libro tierno tanto en la redacción como en la ilustración.

    Título de la colección Cubilete de Bruño, está indicado para niños a partir de los dos o tres años y es certero en la imagen psicológica que ofrece de ese momento del desarrollo del niño. Rino, como los niños de esa edad, se ve enfrascado en el uso de la palabra "no", contesta que no a todo, a veces incluso sin querer.

  4. «Crimen y castigo», de Abraham B. Yehoshúa (Anagrama)

    Abraham B. Yehoshúa (Jerusalén, 1936), cuando era pequeño, empezó a amar la literatura porque su padre le leía en voz alta Corazón, de Edmundo de Amicis (otro gran título publicado recientemente por la editorial Gadir).

    Yehoshúa firma este Crimen y castigo, bellamente ilustrado por Sonja Bougaeva y que se inerta en una hermosa colección, «Save the story», en la que autores actuales recrean grandes historias de la literatura. No es que las adapten o resuman, sino que las cuentan a su manera utilizando su propio estilo. Sus recreaciones se bastan a sí mismas, pero también pueden servir de puente para que el lector niño o joven lea, unos años después, las obras originales.

    Yehoshúa, por su parte, escogió esta historia que «describe un lento y profundo proceso de toma de conciencia por parte de un joven inteligente pero arrogante que arrastra la culpabilidad de un crimen horroroso». En el prólogo escribe que, cuando se lo leyó a sus dos nietas pequeñas, le escucharon electrizadas.

  5. «Mariluz y sus extrañas aventuras», de F. Aramburu (Demipage)

    Fernando Aramburu ya escribió para niños en otra ocasión: Vida de un piojo llamado Matías (Tusquets, 2004), donde narraba las peripecias de un piojo nacido en la nuca de un maquinista.

    En este libro cuenta tres extrañas aventuras de Mariluz García. Ma-ri-luz Gar-cí-a. Tiene una sonoridad adecuada para una heroína cotidiana y cercana. «Chisss...», le dice a Mariluz la voz fina de la infanta Margarita, que le hace señas desde el interior de Las meninas, de Velázquez, en el Museo del Prado. Necesita que la suplante en el cuadro, será sólo un momento.

    Destaca en este libro la solvencia del autor para insertar la fantasía dentro del marco de lo ordinario, convirtiéndola en un único hecho insólito y creíble dentro del flujo natural de la vida.

  6. «¿Por qué nos preguntamos cosas?», de V. Pérez Escrivá (Thule)

    Por qué el camello tiene los ojos entornados. Por qué las vacas pacen junto a las vías. Por qué el horizonte está siempre tan lejos. Realmente son preguntas interesantes. «Las preguntas nos recuerdan que no lo sabemos todo, que una parte de nosotros siempre será un misterio. Sin las preguntas no sabríamos esto y seríamos idiotas. Porque un idiota no es el que no sabe nada sino el que cree que lo sabe todo».

    Este libro de Victoria Pérez Escribá, ilustrado por Javier Zabala, es un buen descubrimiento. Tiene poesía y las respuestas tienen un recorrido y una singularidad. No se queda, como otros libros que se titulan parecido, en plantear en su portada una pregunta grandilocuente. Merece la pena leerlo.

  7. «A lo bestia», de Mar Benegas y Guridi (Litera Libros)

    A lo bestia, ilustrado por Guridi, es un libro adecuado para acercar la poesía a los niños. Mar Benegas despliega unos versos divertidos, aprovechando la capacidad del lenguaje para jugar consigo mismo.

    Junto a este A lo bestia, es también recomendable la compilación de la misma autora 44 poemas para leer con niños. Es una selección de poemas de autores de ambos lados del Atlántico, como García Lorca, Maite Dono, Juan Bonilla, Gabriela Mistral, José Hierro... Antes de las poesías, la autora ofrece un decálogo sobre cómo ha de leerse un poema.

    «La poesía no muerde», pone en las solapas. Y, en el interior, el del niño tonto y retonto de Eduardo Polo; el hombre que vive a una nariz pegado, de Quevedo; el tigre que va al zoológico en el poema de María García Esperón.

  8. «Los libros de A», de J.L. Badal (La Galera)

    Así como en literatura infantil es más habitual sorprenderse gratamente, no es fácil encontrar buenos títulos destinados estrictamente a un público juvenil. Los libros de A es, por lo tanto, una sorpresa inusual. Ilustrado por Zuzanna Celej, cuenta una historia maravillosa sobre dos hermanos, un oso, un árbol centenario y un niño hecho de yogur.

    José Luis Badal es escritor y profesor de Lengua y Literatura. Con la reciente serie Juan Plata ha ganado un premio. En este libro gordo y rugoso, agradable al tacto, bien editado e ilustrado, se suceden pequeñas historias y múltiples personajes: la Niña Vainilla, alter ego de Emily Dickinson, el abuelo que tiene el pelo blanco como una nube, donde queda a veces olvidado un lapiz... Badal crea un verdadero universo, uno de esos mundos bien tramados de los que da pereza salir para volver a la realidad. La fidelidad a una sensibilidad personal y al carácter de lo literario es una virtud de este texto. También la facilidad con la que suelta las amarras de la fantasía. Aunque, en ocasiones, a lo largo de la lectura da la sensación de que el autor hubiera debido tal vez contenerla ligeramente, para evitar la dispersión y afinar más su potencia.

  9. «Toni el descuidado», de Honoré de Balzac (Gadir)

    ¿Por qué no leer a Stendhal, a Dosoievski, a Hawthorne, a Tolstói, a los doce años? ¿Por qué no? Es lo que propone con inteligencia una colección para guardar: «El bosque viejo», de la editorial Gadir. Selecciona relatos de los grandes autores que funcionan como adecuadas puertas de acceso a la obra de estos grandes escritores.

    En este caso, propone a Honoré de Balzac con el relato Toni el descuidado. Toni todo lo pierde, siempre llega tarde, termina comiéndose la comida fría... Apenas ocurre nada en este cuento de Balzac. La historia es breve, mínima, cotidiana. Y precisamente por eso demuestra la habilidad de Balzac para rescatar aquello insólito y singular que se esconde en cualquier situación y que normalmente ya hemos olvidado mirar.

  10. «Los zancos rojos», de Éric Puybaret (Edelvives)

    La belleza de estas páginas asombra. En formato rectangular, grande, incómodo para colocarlo en la estantería, parece que se desprende luz de algunas de las escenas que transcurren por la noche. En la ciudad de Marespuma, todos caminan con zancos sobre el agua. Leopoldo, el protagonista, tiene los zancos más altos y vive con la cabeza en las nubes, sin preocuparse de lo que sucede un poco más abajo. Al pasar las páginas aprenderá una lección.

    Las ilustraciones del francés Éric Puybaret son magníficas, parecen inspiradas en los grandes pintores del Renacimiento y el autor cuida, no sólo cada imagen, sino su ritmo, lo que es un acierto. Ninguna página se parece a la siguiente, todo está ajustado con precisión y belleza.

    En la misma editorial Edelvives se han publicado recientemente otros libros ilustrados por Puybaret, La bella durmiente del bosque, de Élodie Fondacci, y El cascanueces, de E.T.A. Hoffmann. Este último, siendo hermoso, no alcalza la altura de este Los zancos rojos.

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