LIBROS
McEwan y Hollinghurst, frente a frente
Dos de los mejores novelistas británicos del panorama actual tienen nuevo libro: Ian McEwan y Alan Hollinghurst. Un duelo en la cumbre del cual McEwan sale peor parado
McEwan y Hollinghurst, frente a frente
Mientras los titanes del Nuevo Mundo no cejan en su intento de recapturar a la descendencia de la Gran Ballena Blanca de sus letras, los caballeros del Imperio, flemáticos , optan por limitarse a seguir despachando excelentes libros a la sombra no de un ... puñado de títulos sacros, sino de la «revisión» de diferentes géneros tan tradicional como inequívocamente suyos. Dos de las firmas mejor consideradas del Reino Unido ofrecen sendas variaciones sobre motivos clásicos con suerte diversa y alcance dispar.
En «El hijo del desconocido», Alan Hollinghurst (Stroud, 1954) revisita la saga histórico-familiar con casa de campo (paisaje que había tanteado con modales mucho más desaforados en «El hechizo», de 1998). Ian McEwan (Aldershot, 1948) reformula y retorna, tras «El inocente» (1990), al resbaladizo territorio del «thriller» de espías con toques metaficcionales en «Operación Dulce» .
En McEwan hay una Gran Novela que solo podría escribir HollinghurstSi en su anterior título, «La línea de belleza» (2004), ganador del Premio Booker, Hollinghurst parecía canalizar casi milagrosamente el fantasma de Henry James trasladándolo a la Era Thatcher, en su quinto gran hito en veintitrés años, «El hijo del desconocido» , abduce y pone al día (con menos sexo que en anteriores entregas suyas) a otros dos grandes patriarcas de la tragicomedia de modales y la sátira sutil: E. M. Forster y Evelyn Waugh. Y una vez más Hollinghurst vuelve a trascender la fácil y cómoda etiqueta de autor de «lo gay» para abarcar varias décadas y numerosos personajes –a lo largo de cinco secciones que van desde 1913 a 2008–, rimando sus disonancias a partir de la visita de un poeta georgiano más bien mediocre, Cecil Balance, y de los versos que este dedica a la mansión Dos Acres, que cobrarán importancia como postal color sepia y lánguida de un mundo que se dispone a desaparecer entre los cañones y trincheras de lo que será conocido como Gran Guerra en principio y Primera Guerra Mundial después.
Un minué lento
Como de costumbre, Hollinghurst vuelve a demostrar que es un genio de su idioma y que pocos están a su altura a la hora de mostrar y demostrar cómo las mareas de la Historia arrastran y ahogan y, si hay suerte, te depositan en la más náufraga de las playas .
Las novelas de McEwan son un poco como las canciones de AdeleIan McEwan, por su parte, se concentra en la resaca post-acuariana de los años 70 para armar una trama mecánica que alude tanto al escándalo de la revista «Encounter», financiada en su momento por la CIA, como a su propio pasado: cuando él era un escritor joven, imprevisible y transgresor, muy lejos del novelista laureado y prestigioso «best seller» de calidad para las masas en el que se ha acabado convirtiendo.
Lo que se investiga y espía en «Operación Dulce» es una suerte de minué lento y persecutorio danzado por la seductora y un tanto tonta agente veinteañera del MI5 Serena Frome y la atribulada promesa intelectual Tom Haley, quien comparte más de una página de su joven currículum con McEwan por los días que escribía los revulsivos relatos de «Primer amor, últimos ritos» y «Entre las sábanas» (1975-1978). Y está todo muy bien (y se disfrutan los cameos de Martin Amis e Ian Hamilton); pero al menos este lector descubrió, a las pocas páginas, el artilugio/sorpresa que da pleno sentido a todo el asunto recién alcanzadas las últimas páginas de «Operación Dulce». ¿Cómo lo supe? Fácil: había leído antes otra novela de McEwan titulada «Expiación».
Comparaciones odiosas pero necesarias
Hollinghurst vuelve a demostrar que es un genio de su idioma«Operación Dulce» –aunque mucho más divertida que las demasiado encantadas de conocerse «Sábado», «Chesil Beach» y «Solar»– vuelve a hacernos sentir que las novelas de McEwan son un poco como las canciones de su compatriota Adele: virtuosismo, inteligencia, oficio y hasta algo de sentimiento al servicio de un producto pulido hasta el más mínimo detalle pero que, de tan perfecto, acaba sonando calculado y automático .
«El hijo del desconocido», en cambio, remite a aquellos enfermizos pero tan entregados y pasionales álbumes conceptuales en los que The Kinks cantaban la decadencia del Imperio Británico con acidez y humor y desesperación apenas contenida.
Puestos a elegir –las comparaciones son odiosas pero necesarias–, hay, seguro, una Gran Novela Inglesa en Ian McEwan; y esa es la novela de cómo empezó él y en lo que él se ha convertido. Una novela muy «british». Pero –digámoslo– solo un Gran Escritor Inglés como Alan Hollinghurst podría escribirla.
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