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TEATRO

«Maridos y mujeres»: mano a mano de Allen y Rigola en el Teatro de la Abadia

La Abadia de Madrid recupera uno de sus montajes de mayor éxito: la versión teatral de «Maridos y mujeres», de Woody Allen, adaptada y dirigida por Álex Rigola

«Maridos y mujeres»: mano a mano de Allen y Rigola en el Teatro de la Abadia ros ribas

CARMEN R. SANTOS

En «Maridos y mujeres» se unen dos personalidades cuyos trabajos a nadie dejan indiferente: Álex Rigola y Woody Allen. El primero adapta y dirige el guión –publicado en España por Tusquets– de la película de título homónimo del segundo. No es de extrañar, pues, que este montaje alcanzase un gran éxito tanto cuando se estrenó el pasado enero en La Abadia de Madrid –que ahora lo recupera– como en la gira que ha realizado por diversas ciudades españolas. A estos nombres que atraen de por sí el interés se añade el asunto de la pieza, que a todos nos concierne: ese sentimiento rey que es el amor, buscado, ensalzado o denostado , pero siempre frágil, escurridizo y lleno de recovecos. Y más en estos tiempos de «amor líquido», en expresión de Zygmunt Bauman, y de «desorden amoroso», según Bruckner y Finkielkraut. Precisamente este último se preguntaba en su reciente ensayo «Y si el amor durara»: «Nadie elige a nuestras parejas por nosotros. Somos los dueños de los compromisos que contraemos. ¿Basta con amar para saber amar? ¿Tenemos motivos para creer aún en el amor duradero, o tal promesa es una quimera, una ilusión, una añagaza, un peligroso espejismo?».

Dos parejas amigas se enfrentan aquí a esa cuestión. Alicia y José Luis (Sally y Jack en el filme de Allen) son el matrimonio perfecto. Aparentemente. Porque un día sueltan la bomba cuando han quedado para cenar con sus amigos Álex y Carlota (Gabe y Judy): van a separarse. Según les dicen, a pesar de ello, los dos están bien. Lo han meditado y piensan de mutuo acuerdo que es lo mejor. Pero para Álex, escritor y profesor de literatura, y Carlota, que trabaja en una revista de arte, la noticia supone un cataclismo, casi incluso más que para sus protagonistas. Si Alicia y José Luis cuya relación juzgaban como modélica se separan ¿qué pasará con ellos? ¿Tiene su matrimonio los pies de barro?

Rigola: «Se trata de un retrato crudo y obsceno de las relaciones de pareja»Aunque Woody Allen es sobre todo conocido como cineasta, no es ajeno al mundo teatral. Debutó como dramaturgo en 1968 con «No te bebas el agua», que permaneció cerca de dos años en Broadway, pieza a la que siguieron otras como «Tócala otra vez, Sam» –llevada después a la gran pantalla bajo el título de «Sueños de un seductor»–, que recientemente pudimos ver en los escenarios españoles dirigida por Tamzin Townsend. Esta conexión se aprecia en sus películas, donde destacan sus ingeniosos diálogos, no pocas veces impregnados de una ácida comicidad.

Ese estado maravilloso-estúpido

En «Maridos y mujeres», a la brillantez de Allen se suma la de la adaptación y puesta en escena de Rigola, que, sin traicionar al director norteamericano, consigue crear su propio espectáculo. Señala Rigola: «Se trata de un retrato crudo y obsceno de las relaciones de pareja. Un Allen donde la escritura sobrepasa la parte visual y que tiene la habilidad de transmitir sus pensamientos filosóficos al lector-espectador de la forma más directa. Donde el humor sigue siendo el camino más llano para abordar nuestros conflictos más intensos. Toda la ficción que hemos recibido del mundo del cine y de la literatura que se refiere a las relaciones de pareja, está enfocada en sus momentos culminantes: ese estado maravilloso-estúpido donde no hay manera de centrar tus neuronas. Y después la mayoría de los cuentos terminan: fueron felices y comieron perdices, o anises. Pero en proporción muy pocas historias te cuentan qué pasa cuando llevas más de diez comiendo perdices. Y como nos han educado con estas fábulas, seguimos esperando que nuestra relación de pareja siga siendo ese punto álgido inicial».

Después del estreno de «Maridos y Mujeres» Allen y Farrow se separaron Rigola, que traslada la acción a España, acierta con una puesta en escena minimalista, en la que el espacio diseñado por Max Glaenzel resulta muy adecuado y eficaz, en perfecta consonancia con lo que sucede: un comedor/sala de estar, con varios sofás, en los que se acomodan algunos espectadores, manteniéndose muy cerca de los personajes. Ese saloncito es como un ring donde se desarrolla el combate de esas parejas en crisis, que encierra similitudes con «Escenas de un matrimonio», de Bergman, nombre muy del agrado de Woody Allen. Al atractivo de la función, contribuye un magnífico elenco actoral.

Curiosamente, poco después del estreno del filme «Maridos y mujeres», Woody Allen y Mia Farrow –quienes interpretaban a Gabe y Judy– se separaron, lo que ha dado pie a considerar que tiene mucho de personal. Lo que resulta claro es su condición de tan fascinante como en cierto modo terapéutica estampa de la vasta complejidad del sentimiento amoroso.

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