festival de cannes
«The inmigrant» se baja de un salto de la tribuna de favoritos
La otra película proyectada ayer, «Michael Kohlhaas», de Des Pallières, pasó sin interés
«The inmigrant» se baja de un salto de la tribuna de favoritos
Afortunadamente para la salud mental del jurado, las dos últimas películas en competición, no añadirán grandes dudas ni discusiones entre el jurado, pero, lamentablemente para la salud del cine, una de ellas era «The inmigrant» de James Grey, cineasta en cuya casilla se había puesto ... un buen montón de fichas gordas. La otra, «Michael Kohlhaas», deDes Pallières, pasó sin interés.
James Grey sólo hace películas irritadas, que rompen el termómetro, empachadas de fiebre y sudoración, y la anterior, «Two lovers», era una granada sin espoleta en medio de un romance retorcido; ahora, con «The inmigrant», narra el melodrama de una joven polaca que llega a Estados Unidos a principios de los años veinte huyendo del paisaje centroeuropeo al final de la gran batalla. Mezcla el aire George Bellow con el de Chaplin y Michael Corleone en su retrato de la llegada de la inmigración a Ellis Isla nd, y con ese Nueva York portuario y dantesco.
El personaje central, Ewa (en pose muy «meló» Marion Cotillard), entra en un ambiente sórdido por la puerta del engaño, la urgencia, la necesidad de ayuda, la enfermedad de su hermana…, en fin, Dickens para adultos resabiados y con un personaje equívoco y que podría llegar a shakespeariano si no lo interpretara Joaquin Phoenix, el de las maracas, un actor que suele reventar las costuras del plano, capaz de lo imposible, y que ensucia y limpia a la vez la vida de la inmigrante. El guión no llega a dar ese salto hacia arriba que hubiera convertido a «The inmigrant» en algo más que una buena película. Le falta temperatura, fiebre, irritación… todo ese grumo que ha convertido el cine de Grey en el lavamanos a la salida de una mina. Sus opciones de premio son tantas como las mías de terminar una maratón…, bueno, de empezarla.
«Michael Kohlhaas», de Arnaud des Pallières, que tiene como protagonista el careto de Mads Mikkelsen, es un magnífico ejemplo de argumento con posibilidades desbaratado por el ojo del director. Está basada en la novela de Heinrich von Kleist que narra la sed de sangre y justicia de un hombre ante el abuso de un duque feudal y el asesinato de su mujer.
Es el retrato de un justiciero al modo Gibson o Eastwood, pero con tanto sentido épico como la vuelta de una garrota. Se enreda el director en los planos a contraluz de su protagonista y se le olvida que hay alguien mirando a este lado de la pantalla y que tal vez podría estar interesado en sentir el lance, la tragedia, en vez de amodorrarse con ella.
Sólo faltan Jarmusch y Polanski por mostrar sus cartas, pero da la impresión de que esta partida ya se ha jugado.
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