festival de cine de cannes
Asghar Farhadi y Zhang-Ke, el cine pasa de la alfombra al ático
«El pasado» tiene el mismo eco que la magistral película «Una separación»

No era tanto un día para gritos y espasmos ante la escalinata alfombrada del Palacio del Cine como para el regusto y la reflexión en el interior de la sala, pues las estrellas de la jornada eran dos directores, uno iraní y otro chino, Asghar Farhadi y Jia Zhang-Ke, que tienen tanto que ver con el «glamour» como un kilo de manzanas reinetas. Ambos podrían encabezar esta crónica, pero Asghar Farhadi no tiene una zeta en el apellido, comenzaremos por él y su especialísima película, «El pasado».
Asghar Farhadi cuenta aquí una historia que tiene el mismo eco, igual muelle, que su anterior y magistral película, «Una separación». El planteamiento narrativo de este director consiste en abrirle siempre otro camino, otra duda, otra cavilación al relato y enriquecer (o complicar) a sus personajes y sus actos con esa otra vuelta que no suelen tener los guiones pero que a la vida nunca le falta.
Casi todo lo que cuenta, y el modo de contarlo, tiene un asterisco, un a pie de página, una razón cargada de sutilezas que tienen que ver con el comportamiento, la ética, la inestabilidad de «la verdad»…, en fin con todas esas cosas que luego te mantienen abismado mientras le das vueltas a la cucharilla del café.
El personaje que interpreta Bérénice Bejo (la luminaria de «The artist») es un mundo entero, «la mujer», la que espera en la primera escena con chiribitas en la mirada al hombre que fue su pasado, y que vuelve de Irán a París para firmarle el divorcio; pero también es la mujer que mira resuelta su presente, junto a otro hombre, en cuyo pasado (una mujer en coma tras intento de suicidio) parece estar la puerta hacia el futuro de la pareja.
Es una película tramada en interiores, los de la casa y los de ellos mismos, y en la que la mirada infantil y juvenil tiene tanta trascendencia, tanta explicación. Fisgonea de nuevo en el sentimiento de culpa, esa sensación tan vegetal de regadío que suele dar frutos amargos, incomestibles, y deja con todo ello una de esas historias que te han pasado por dentro con toda la caballería.
Tal vez le falte a «El pasado» esa redondez que tenía su anterior película y que obligaba a cualquiera (en realidad, a todos…, no habrá una persona en el mundo que no comparta su vuelta entera) a sentirla en toda su redondez. Pero lo que no es redondez en «El pasado» es sencillez formal (qué difícil es ser sencillo con el pincel) y complejidad en los cimientos del relato (qué difícil es ser complejo con la pluma). Lo contrario de lo habitual: rebuscamiento formal y simplicidad de fondo.
Entender lo esencial
Jia Zhang-Ke tiene otras virtudes como cineasta y probablemente no haya nadie en el mundo capaz, como él, de sacarle un sentimiento humano a un fondo de paisaje; de hecho, es ahí, en el movimiento, el difuminado, el demacrado y la edificación de sus fondos donde conviene buscar el estado de ánimo de sus figuras, y aquí, en «A Touch of Sin», la película que presenta al competición, cuartea una visión violenta de la China actual y descollante con unos cuantos personajes que «enderezan» su presente gracias a la función terapéutica de un arma, como la contraportada en gris y sin otras explicaciones que las que ofrece ese fondo paisaje, de aquel día de furia que le cogió a Michael Douglas.
El único problema de esta película es que, para desgranarla entera como una mazorca, habría que entender lo esencial de cada acento, de cada paisaje y de ese desfiladero entre lo individual y lo colectivo de las cuatro historias que cuenta, diseminadas en una China que no es que sea un enigma, es que es un lugar más allá de Orión.
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