Sara Montiel, vivir era un placer
La singular artista es una asignatura llave del espectáculo español
rosa belmonte
Sara Montiel (1928-2013) decía que no tuvo que ver nada con Gary Cooper porque en ese momento estaba con Severo Ochoa . Muchos no creyeron ese romance con el científico, pero era Sara Montiel en los años 50. ¿Quién se podía resistir? ... Ya en 1948 la gente salía del cine de ver «Locura de amor» diciendo: «La que está buenísima es la mala».
Sara Montiel, bien aconsejada por Miguel Mihura (uno de sus grandes hombres, junto a León Felipe) se fue a hacer las Américas. Primero a México y luego a Estados Unidos, de donde volvió, rechazando un contrato con Columbia, cuando se hartó de ser la india guapa. Ahí dejaba «Veracruz», con Gary Cooper y Burt Lancaster, «Serenade», con Joan Fontaine y Mario Lanza (dirigida por Anthony Mann) y «Yuma» (1957), dirigida por Samuel Fuller.
Su mito nació, según su biógrafo Pedro Villora , con «El último cuplé» (1957), donde Juan de Orduña la puso a cantar, a susurrar, «Nena» o «Ven y ven». Sara había pedido a la orquesta que bajara medio tono y la jugada le salió perfecta.
El destape, «muy vulgar» para ella
Al cabo de los años también abandonó el cine en España , tras «Cinco almohadas para una noche» (1974). El destape no era para ella. «Era muy vulgar». Y Sara nunca ha sido vulgar. Luego siguió cantando con esa voz suya que nunca perdió porque nunca tuvo. «Ahora mismo acabo de hablar con Cincinatti», me decía hace un año cuando iba a iniciar una de sus giras, esa vez por Estados Unidos. Cantaba acompañada de un pianista.
Durante muchos años fue Pablo Sebastián, que de jovencito, en un viaje a España con sus padres y antes de ser conocido en España, se había presentado como fan en la casa que la estrella tenía en la madrileña calle de San Bernardo. «Es divina. Como siempre tuvo esa voz opaca tan personal, la conserva y jamás la escuché desafinar», decía entonces. Pero después de la última gira americana, donde ya Pablo Sebastián no la acompañó, también abandonó la canción.
Sara Montiel era una persona tan extraordinaria, tan singular, que hasta sus historias lo eran. Aseguraba que Franco la había mandado en misión secreta en 1965 a los países del Este, donde se veían todas sus películas. «Tuve que ir a Rumanía a pedir madera porque en España no había ni para hacer una silla. Fui consciente de que me estaba usando. No tenía otra opción, no quería que me fusilara». Lo contó en un programa de televisión cuando cumplió 80 años.
Nunca se quitó años
Acababa de cumplir 85 años el 10 de marzo. Insistía en que nunca se había quitado años. Había nacido en 1928 en Campo de Criptana . Y casi no nace porque su madre abortó. Lo que pasa es que quien practicó el aborto no se dio cuenta de que había otro feto.
Había dado un bajón. Ya no se la veía tan en acción como hace unos meses. Ahora se volverán a recordar los huevos que hizo a Marlon Brando , que se presentó por la mañana en la casa que compartía con Anthony Mann, entonces su marido y con quien se casó dos veces (una en artículo mortis).
Se recordará el pollo que montó en un restaurante neoyorquino cuando le dijeron que ella podía cenar allí pero Billie Holiday, su acompañante, no. Se recordará su boda romana en 1963 con José Vicente G. Olaya en la iglesia española de Montserrat, con más periodistas que invitados. Se recordarán sus años felices con Pepe Tous, su tercer marido, con quien adoptaría a Thais y Zeus, sus hijos.
Se recordará su peculiar boda con el cubano Toni Hernández, que ya separado se presentó una vez en «Sálvame» vestido de chulapona. Se recordará a Sara Montiel porque, plagiando a Ruano, Sara es una asignatura llave del espectáculo español. Si no te sabes esa asignatura no puedes pasar de preescolar del «show business» patrio.
Cuando en «El programa de Ana Rosa» se empezó a hablar de que el médico había tenido que acudir a casa de Sara Montiel y luego llegó la noticia de su fallecimiento , una esperaba que, de pronto, llamara por teléfono y dijera una de sus grandes frases: «¿Pero qué invento es este?».
Sara Montiel, vivir era un placer
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