Críticas de los estrenos del viernes 11
«Amor», «Volver a nacer», «El muerto y ser feliz» y «Jack Reacher», novedades destacadas de la semana

«AMOR» ****
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
El cine no ha inventado el amor, pero le ha puesto su mejor marco, y ahora ese director de mirada temible que es Michel Haneke osa colocar una película tras el inequívoco título de «Amor», un sentimiento que su historia no recoge en su nacimiento, cuando el color, la frescura, la mirada, la entrega y el contacto son absolutos entre los amantes, sino que lo busca en su fase terminal, cuando sin romperse se desfigura y acentúa por el efecto del mucho tiempo y por los óbices y rémoras de la vejez, y ese amor reciclado se descifra en un ritual de actos y emociones con ecos lejanos de cuando nació, pero aquellas miradas, entregas y contactos quedan ya reducidos a una triste melodía y una danza macabra en la que el abrazo más intenso es para colocar el amor en su silla de ruedas y la entrega total es una cucharada, una caricia o una esponja de baño.
Empieza «Amor» despreciando la intriga: la anciana yace en su lecho de muerte, y a partir de ahí nos cuenta la historia de esa pareja en su ocaso tras una vida completa y junta. La habitual frialdad de Haneke queda aquí desbaratada por el impresionante y cálido frente a frente de los dos actores, Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, que miran, sienten, hablan y sugieren cada una de las cuatro letras de la palabra amor, con los espacios que quedan entre ellas, dentro de ellas, en sus picos, sus curvas, precipicios y redondeces; no es una radiografía de amor terminal, sino una ecografía en la que se puede ver y sentir el latido de los personajes y del mundo que se derrumba a su alrededor; o sea, a tu alrededor, alrededor de cualquiera, que es ahí donde aparece el temible Haneke que te susurra el «me moriré en París con aguacero» y te anuncia ese día del que ya puedes tener un recuerdo en su película. Terrible. Maravillosa.
«VOLVER A NACER» **
O. R. MARCHANTE
La fe de Penélope Cruz en el director (y excelente actor) Sergio Castellitto estaba plenamente justificada porque le había brindado uno de sus más intensos personajes en «No te muevas», y la intuición, también, al aceptar ahora el protagonismo absoluto de «Volver a nacer», una película basada en una intensísima novela de Margaret Mazzantini, «La palabra más hermosa», en cuyo interior debería haber germinado ese perfil actoral de Penélope Cruz que la emparentara con el físico y la fuerza de Sophia Loren y Anna Magnani. Una historia de amor extremo, de guerra, de solidaridad, de obsesión y de maternidad contenida en una literatura brillante y hermosa, pero volcada en una película incapaz de contenerse entre el derroche de especias melodramáticas y el exceso de estribillo y letra leída.
Penélope Cruz se instala entera en el personaje de Gemma, mujer y madre que se nos revela en dos tiempos: el pasado romántico y bélico, y un presente nostálgico y descompuesto, y le pone arrebato, carácter, sentimiento y coraje a esa madre que vive la tragedia de Sarajevo en sus propias entrañas. El gran problema de «Volver a nacer» no está en la entrega de Penélope Cruz, ni en su química con el elemento romántico de la trama (el actor Emile Hirsch consigue un buen acoplamiento con su personaje soñador, rebelde y novelero), ni tampoco en su conexión con esa madre incapaz de serlo y que lo será a pesar del amor y de la guerra... Lo que hace tambalearse esta película es el diapasón de un mapa, un guión, sin el temple preciso para resultar verosímil, para apuntalar lo que tiene de gran melodrama sin que se le escurra involuntariamente hacia situaciones disparatadas, casi cómicas. Un guión que, por cierto, firma junto a Castellitto la propia autora de la novela, Margaret Mazzantini, lo que rubrica esa notable (pero inusual) hazaña de filmar bien la buena letra. A Castellitto se le va la mano en el metraje y en el carro de los condimentos, aunque aún le queda a la película el aliciente de ver a Penélope Cruz en su potente reflejo de «mamma roma».
«EL MUERTO Y SER FELIZ» **
FEDERICO MARÍN BELLÓN
Lo de arrancar con un protagonista que tiene los días contados por alguna enfermedad terminal lo habíamos visto –y qué no hemos visto– en las series «Breaking Bad» y «Boss», en ambos casos con excelentes resultados. En «El muerto y ser feliz», se le añade al personaje una cualidad que en otras manos podría haber caído en el esperpento:es un asesino a sueldo que no mata, y además se muere, en «una película de carretera, perros y pistolas», según reza el subtítulo?. Javier Rebollo («La mujer sin piano», «Lo que sé de Lola») es un director que se encomienda a sus grandes intérpretes y que no rueda las mismas películas que los demás. Por decir algo menos elogioso, tampoco dirige obras a las que uno llevaría a ciegas a la mujer que quiere. Aquí le da a su historia un curioso aire literario. Es una película que casi se puede leer, como para espectadores de los años setenta, mucho menos maleados y probablemente más cultos. Por algún motivo, la voz en off recuerda a Bresson y a Truffaut, y en lo mucho que dice no faltan hallazgos estilísticos. Tengo dudas, si se permite dudar al crítico, de lo adecuado de la dicción, a cargo del propio Rebollo y, sobre todo, de su coguionista Lola Mayo, que lleva el peso de la narración.
Con todas estas premisas, lo que al final vemos es una película de carretera, con un gran José Sacristán cabalgando a lomos de un viejo Ford que tiene hasta nombre, Camborio, como si en verdad fuera un caballo. La doble referencia fordiana, por el coche y por «Dos cabalgan juntos», es bastante explícita en varios momentos. Pero además de la motorizada montura, de los tiempos y del paisaje –la extensa geografía argentina–, Rebollo marca distancias al elegirle compañía a Sacristán, quien, ojo, logra su primera candidatura al Goya. El otro jinete no es otro veterano pistolero, sino la más que convincente Roxana Blanco. «El muerto y ser feliz» no entra fácil, cierto, pero sienta bien al final, da la sensación de haber visto algo importante.
«JACK REACHER» ***
ANTONIO WEINRICHTER
Tom Cruise no se ha ganado su fama estelar yendo de tío duro: ha hecho mucho cine de acción (ahí está «Misión imposible») pero no está hecho de la estofa -ni tiene la talla- de un Eastwood o de sus muchos hijos bastardos reparteyoyas. Esa es la gracia de esta película, que quizá ponga a prueba su carisma ante sus fans. Reacher es un tipo asocial, que se ha borrado del mapa (a eso alude su nombre: no se le puede alcanzar -reach-, es él el que se pone en contacto contigo) y no muestra ningún interés en socializar ni siquiera con la estupenda abogada (Rosamund Pike) que le toca de compañera de fatigas: en un golpe memorable la deja plantada en el inicio mismo de la escena romántica al uso.
No, el reposo de este guerrero va por el lado de cumplir con su autoimpuesta misión de tomarse la justicia por su mano. Ello le haría tan aburrido, en cuanto personaje, como esos otros gloriosos bastardos; y la película tiene mucho de formula genérica, en este sentido. Lo que la salva, además de la hermosa fotografía, la elegante dosificación de las escenas de acción y la aparición de figuras como Robert Duvall o Werner Herzog, es el humor de los diálogos, a menudo breves y restallantes como un golpe de látigo: no es tampoco esta una especialidad de Cruise, que aquí suena como un Mitchum, pero tiene mérito que consiga dar un toque convincente y divertido a su esforzado justiciero.
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