Centenario
Jorge Semprún, mi ministro
César Antonio Molina, uno de sus sucesores en el cargo, escribe sobre el escritor e intelectual español
Jorge Semprún, escritor: «la transición se ha hecho a contrapelo de la leyenda negra española»
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Iniciar sesión«Tendrás amigos, verdaderos y falsos. Y enemigos inevitables. Nada te será perdonado. Esta sociedad es provinciana, rencorosa y arcaica. Pero cuando la Guardia Civil se cuadre ante Federico Sánchez, a la entrada de tu ministerio, sabrás que este país está cambiando». Son las palabras ... que le dijo Felipe González, cuando se reunió con el escritor Jorge Semprún para confirmar su aceptación. Era el año 1988. Semprún y su heterónimo, Federico Sánchez, habían sido expulsados del Partido Comunista en el año 1964. Carrillo firmó este documento. Aún no habían llegado aquellos años de la peluca, el eurocomunismo y la aceptación de la democracia. Carrillo había acusado al autor de 'La segunda muerte de Ramón Mercader' de revisionista, derrotista, lacayo del capital, intelectual burgués y agente de la CIA. Semprún fue uno de los primeros que descubrió y publicitó los desmanes del mundo soviético. La razón democrática estaba ahora por encima de todo.
Como era de esperar no todo el mundo recibió bien al 'afrancesado'. Es decir, a alguien que representaba la modernidad. Además arrastraba aquel dicho de Montesquieu: «España desprecia a todo el mundo y solo odia a los franceses». Sin embargo, al llegar al Consejo de Ministros, algunos de sus compañeros le dijeron, para 'animarlo', que reforzaba la imagen de derechas del ejecutivo. Pero de la polémica personal se pasó a la más general. ¿Debería existir el Ministerio de Cultura? Viniendo de Francia, Semprún era totalmente favorable al mismo. Para él era una necesidad. Quienes lo negaban pensaban que este ministerio solo podría darse en los países pobres, en donde únicamente la Cultura puede ser subvencionada. Pero también en las dictaduras para utilizarlo con fines propagandísticos. El Ministerio de Cultura había sido una creación de la Democracia. La Cultura, como una prestación social más, junto con la Educación. Nuestro patrimonio era, y es, ingente y necesita salvaguardarse. Y, además, era nuestra imagen en el mundo. En Francia ya existió desde la Revolución Francesa, en 1789. De Gaulle y Malraux eran unos advenedizos.
«Semprún no dejó de defender el estado autonómico, siempre que no agotase la esencia de la centralidad coordinadora. El estado autonómico no debería interferir en la autoridad del Estado»
Contra el Ministerio de Cultura, como era de esperar, se alzaron Cataluña y el País Vasco. Semprún sintió que los catalanes eran los más persistentes y, a veces, echó en falta que el resto de los españoles fueran menos combativos en estas materias. Semprún no dejó de defender el estado autonómico, siempre que no agotase la esencia de la centralidad coordinadora. El estado autonómico no debería interferir en la autoridad del Estado. Él calificaba esto de «aberrante». Ayudar a las comunidades, ayudarse entre ellas, pero nunca desvanecerse en ellas. Las identidades raciales y étnicas le repugnaban.
A Felipe González lo había conocido en el año 1975. Y a Adolfo Suárez en 1981, cuando lo entrevistó en La Moncloa. Solana le pasó la cartera y él, casi tres años después, hizo lo mismo con Solé Tura. A Alfonso Guerra lo conoció en el Consejo de Ministros. Es curioso que los dos únicos intelectuales del mismo no se hubieran llevado bien. Hoy, a la vista de todo lo que nos está pasando, Semprún sería correligionario de Felipe, Alfonso y tantos otros muchos miles de socialistas contra las políticas de Sánchez. A Felipe González lo calificó como «uno de los grandes españoles del siglo XX». A Semprún y González les unió también el europeísmo. Europa, según él, debería ser una «supranacionalidad» de un tipo enteramente nuevo. Aún no lo hemos logrado.
A Semprún, en el ministerio, le tocó la muerte de Dalí. El pintor había dejado como heredero a España. Los catalanes volvieron con sus monsergas del expolio español (como si ellos no lo hubieran practicado) y contra Madrid, el chivo expiatorio de siempre. Si la herencia fuera para Cataluña, ni un cuadro hubiera salido de allí. Pero Semprún decidió, una cuestión también política, hacer un reparto lo más salomónico posible. Pujol ya mandaba mucho. La relación con el Rey Don Juan Carlos y la Reina Doña Sofía fue muy buena. Del Rey dijo que le prestaba lealtad al hombre que se había puesto, simbólicamente, delante de los tanques. De la Reina subrayó su saber y afán de aprender cosas nuevas. Semprún era nieto del conservador Antonio Maura, emparentado con familias aristocráticas e hijo del último embajador de la República en Holanda. Él siempre se consideró un intelectual independiente, socialdemócrata, libre de expresar sus opiniones a pesar «de que el mutismo, al menos sobre los problemas candentes, parecía ser la norma para los miembros del gobierno, con escasas excepciones».
«El ministro soñó con una galería subterránea como la del Grand Louvre. Así estarían unidos los tres grandes museos: El Prado, el Thyssen y el Reina Sofía»
Semprún era partidario de que el 'Guernica' estuviera en el Museo del Prado. Esa era la voluntad de Picasso, al que trató bastante. Pero entendió que pasara del Casón al Museo Reina Sofía. Se dolía de que la presencia de Franco hubiera impedido a España tener la mejor colección de pinturas de nuestro gran artista. El ministro soñó con una galería subterránea como la del Grand Louvre. Así estarían unidos los tres grandes museos: El Prado, el Thyssen y el Reina Sofía. Con el barón y Carmen Cervera tuvo muy buena relación. Les presentó a Rafael Moneo, que fue el arquitecto que llevó a cabo la rehabilitación del Palacio de Villahermosa, sede de la colección.
La poca cultura de muchos ministros y parlamentarios lo decepcionó. Fue el autor de 'Federico Sánchez se despide de ustedes' y el primero que apoyó a Salman Rushdie tras su 'fatwa'. Proclamó la necesidad de hacer una edición plurinacional de 'Los versos satánicos', pero no se pudo llevar a cabo. Eso sí, la traducción española fue la siguiente a la original inglesa.
Semprún quería para España una socialdemocracia plena y fuerte como la alemana. Rechazaba aquel partido socialista de Largo Caballero, a quien calificó de oportunista de izquierdas, populista y demagogo. Semprún salió del Gobierno en 1991, en una profunda remodelación. Felipe se lo había comentado y argumentado. Él se marchó sin rencor alguno y mantuvieron una gran amistad. Yo le traté bastante. En mi primer viaje a París, siendo yo ya ministro, lo fui a ver a su casa. Quería que supiera que España no lo había olvidado y que yo, con su permiso, me reconocía en él. Le otorgué la Medalla de las Bellas Artes. La recibió en La Coruña, mi ciudad natal, de manos de los Reyes. Me dijo que era el primer reconocimiento que se le hacía tras su salida ministerial. Habían pasado casi veinte años. Pero sus lectores siempre siguieron creciendo.
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