antiutopías

Ser de la época (o no)

El arte no tiene que confirmar que el bien es bueno y el mal, malo

Asger Jorn y el pasado de la izquierda cultural

En un libro de conversaciones entre Didier Eribon y Ernst Gombrich, el historiador del arte aludía a una pequeña polémica que se dio entre dos pintores decimonónicos, Honoré Daumier y Jean Ingres, en la que se vislumbraban dos temperamentos, dos formas de ... entender la relación del artista con la sociedad y con su tiempo. «Hay que ser de la época», decía el primero, a lo cual contestaba el segundo: «¿Pero si la época se equivoca?».

Quien cree que hay un espíritu de la época o un horizonte moral que impone ciertos compromisos, más consciente que inconscientemente se afiliará con sus obras a los grandes temas de discusión del momento, incluso a la moda, a lo que «toca» hacer porque es lo que se ajusta a las demandas de su tiempo.

Para los críticos, el espíritu de la época es la gran tabla de salvación cuando tienen que hablar bien de algún artista que no lo merece. Convierten el vicio en virtud, afirmando que cualquier rasgo que aparezca en su obra -la banalidad, la vulgaridad, la estupidez- resulta válido porque es un reflejo, seguramente un reflejo crítico, de la sociedad o del presente.

«Prefiero el anacronismo y la independencia, el artista a quien le importa su tiempo, pero no las servidumbres»

Cada vez detecto más complacencia con esa idea, con ese marco, que muchas veces no es sino el criterio de quien mueve los hilos de los campos culturales. El espíritu de la época es el capricho de algún curador famoso, un titular en 'The New York Times', el éxito comercial de alguna casa de subastas. Y sí, entiendo lo difícil que es sustraerse como creador a lo que funciona, a lo que gusta: la promesa de éxito siempre es tentadora. Pero por eso prefiero la independencia y el anacronismo, el artista a quien le importa su tiempo, pero no las servidumbres que siembra en su camino.

Ingres tenía razón, la época se equivoca. El individuo, en cambio, nunca. En cuestiones artísticas, las particularidades, rarezas y heterodoxias pueden desagradar o irritar pero no equivocarse. El arte no tiene que confirmar que el bien es bueno y el mal, malo. Cualquiera plasma el espíritu de la época. Las nuevas miradas, lo desconcertante, lo inadvertido, en cambio, solo los verdaderos talentos.

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