Britney Spears: el drama detrás del rapado más famoso de la historia

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AFP

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Britney penaba un doloroso divorcio de Kevin Federline, con quien había tenido dos hijos. Este le había apartado de ellos. Tras varias semanas sin verles, la cantante de 'Baby, one more time' fue a suplicar a la casa de su ex... Y él le prohibió entrar. Jayden James tenía cinco meses y Sean Preston, diecisiete. Los paparazzis testificaron también, y humillada les dio el eterno material en la peluquería.

«Hasta mis padres se avergonzaron de mí. Nadie entendía que me había desquiciado por pena», cuenta Spears en su autobiografía 'La mujer que soy' (ed. Plaza y Janés), recién publicada en España. «Mi melena constituía gran parte de mi atractivo. Con la cabeza rapada, todo el mundo se asustaba, incluso mi madre. Nadie quería hablar conmigo porque estaba muy fea. Raparme al cero fue una manera de decirle al mundo: ¿Queréis que esté guapa? Que os den».

La exchica Disney que soñaba con ser Madonna forma parte del Toys 'R' Us de los juguetes rotos. Aparte de su cosificación a lo Lolita y su traumático aborto con Justin Timberlake, hay una genealogía del maltrato. El abuelo le daba duro al padre, el padre se lo heredó a la hija y el alcohol bañó en pobreza la infancia de 'la princesa del pop', que en su debut en enero del 99 vendió 10 millones en un periquete, una de las divas que más ha generado a lo largo de una carrera que inició con aquel hit donde Britney canta: «Mi soledad me está matando (y yo)». Premonitorio.

'La mujer que soy' es la pesadilla de Kafka en carne tersa de icono pop. Papá, a quien liquidó sus deudas, le tuteló económica y vitalmente durante 13 años tras aquellos días de bajón, rapados y desparrames con Paris Hilton. La metió en vereda y en centros de desintoxicación, a dieta y a gym, y le montó giras y residencias en Las Vegas para facturar ingresos multimillonarios para su gestión. Le daba una paga de 2.000 dólares a la semana a la cantante, eso sí. Y cero alcohol, treintañera. Y así #FreeBritney se convirtió en un movimiento global, libertad para una Britney inocentona a la que engañaron para no elegir su propio abogado. Cuando lo tuvo, que vaya tela, ganó el dominio de su persona legalmente y este relato, su versión, que contiene interrogantes judiciales y de reconocimiento de adicciones y/o enfermedades mentales. Prozac y poco más, y una cárcel de infelicidad.

«Tenía dos hijos pequeños. había sufrido una crisis nerviosa. Mis padres habían tomado el control de mi carrera». Los trece años de sonambulismo vital terminaron y ya no tiene a quien le grite: «¡Tienes que adelgazar!». La revolución a veces es comer chocolate. «La libertad significa hacer payasadas, tonterías y divertirme en las redes. La libertad significa darme un respiro de Instagram sin que la gente llame a Emergencias». Aquel rasurado fue el aullido calvo de la desesperación. Y una convocatoria a los lobos esteparios para con su corazón.