Mi vida en el bar Ramón
Hay muchas maneras de acabar en un bar. Puedes tropezarte con él. Puedes terminar sin saber cómo. Te pueden citar en él y, finalmente, te pueden llevar. Si nos encontramos en este último caso, la persona que te lleva a ese lugar puede hacerlo por diferentes causas. Porque quiere ir él y le importa un bledo que a ti te vaya a gustar el susodicho antro. Porque ha quedado con alguien en dicho bar o, y aquí ya entramos en materia, porque esa persona quiere que conozcas, de manera especial, ese lugar. Compartir contigo ese umbral místico festivo. Que te sientas como en casa -expresión terrible en estos tiempos-. Compartir contigo la familiaridad, que te guste tanto como le gusta a él. De acuerdo, puede ser, que usted conozca a un sádico que odie un bar, que sea terriblemente infeliz en dicho antro y quiere llevarte con él, a sufrir de lo lindo los dos pero si es así, no sé si me apetece que me siga leyendo, la verdad.
Mi caso es con el Bar Ramón. Lo regentan dos hermanos, David, desde la barra como en los buenos western, con la jarra fría presta a desenfunda
Mi caso es con el Bar Ramón. Ubicado en Barcelona, al final del Carrer del Comte Borrell, casi tocando el mítico Mercat de Sant Antoni, lugar de venta e intercambio de libros los domingos por la mañana. Lo regentan dos hermanos, David, desde la barra como en los buenos western, con la jarra fría presta a desenfundar y, el rifle de su humor seco y certero si se tercia, y Yolanda, simpatía y guapura de la cocina a las mesas. Son hermanos, nietos del señor Ramón, cuya cara dentro de un DNI ampliado y tratado forran las mesas del local. Es un bar de tapas, es un bar pero uno va a allí a esperar poder almorzar o cenar, sentadito como nos gusta por estos lares. Todo lo que sirven está bueno. Todo lo que hacen está bien. Toda la música que suena -soul, rock’n’roll- es excelente aunque siempre sonando demasiado baja. De entre las modalidades de cómo acabar en un bar, yo fui de la mano de mi colega Miqui Otero, escritor del barrio y gloria indiscutible del local. En el Ramón cenaron Slash y Nick Cave pero también tú y tus amigos. Ése es el rollo: que sirve para lo extraordinario y es de toda la vida. Cuando Miqui y yo andamos por ahí se le dispara el instinto arácnido a la también escritora Pilar Romera y se viene con nosotros. La verdad es que la telefoneamos para que se venga o Yolanda se chiva o igual es el azar: qué más da.
En el Bar Ramón hice que comiera Pepe Carvalho quien charló con Yolanda. Carvalho se sintió a gusto. Yo, también. Algo que le agradeceremos los dos tanto a Miqui como a Pilar
En el Bar Ramón hice que comiera Pepe Carvalho quien charló con Yolanda y remató una de las especialidades del bar Ramón: almejas con su fumet de galeras, cangrejos, cabezas de bogavante, laurel, cebolla y vino blanco. Tres horas de cocción: paciencia y dedicación. Carvalho se sintió a gusto. Yo, también. Algo que le agradeceremos los dos tanto a Miqui como a Pilar. A Yolanda como a David. Que te hagan sentir en tu casa cuando las casas eran esos lugares donde no se teletrabajaba. En el Ramón, cuando estoy allí me digo que por qué no voy más a menudo. Que un día cerrarán o me moriré -solo caben esas dos posibilidades- y será una pena no haber estado juntos más tiempo. Pensar en un bar como en un amigo, como en un amor, como en un lugar en el que fuiste feliz y prometiste volver.