Entre barcos y bastidores con los vikingos de Catoira
ABC visita la localidad pontevedresa que se convierte en escenario de batallas campales y teatro al aire libre, entre otras propuestas, frente a un público al que vuelve partícipe
Fotogalería: En la Romería Vikinga de Catoira
Una saga de vikingos en Galicia
Catoira (Pontevedra)
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Iniciar sesiónVisitar las Torres del Oeste, en Catoira (Pontevedra), en cualquier época que no sea la primera semana de agosto se siente casi como entrar en un estadio vacío. Es inconfundible una sensación de que, llegado un determinado momento, algo sucede en este campo abierto ... de tierra, río y marjal que lo pone patas arriba. Porque cada año se repite la historia: cientos de guerreros marchantes, armados con hachas y espadas, se lanzan al asalto, llegados de ultramar a bordo de sus 'drakkars', para tomar la villa de Catoira de las manos de sus defensores. Al viento saltan los sonidos de aceros chocando y los gritos de guerra propios de una batalla campal. Completada la escaramuza, los cuerpos que yacían derrotados se levantan. Amigos y enemigos se tienden la mano para volver a alzarse. Y van, todos juntos, a disfrutar de un gran banquete. No es ningún cuento de hadas, ni una leyenda del folklore local: es la Romería Vikinga.
Pero esa es solamente una parte de la celebración que cada año atrae a miles de turistas a la localidad gallega. El desembarco, que se celebrará este domingo, es el culmen de los festejos, pero hay mucho más que ver durante esta semana que Catoira dedica a reivindicar una cultura rica y diversa. Empezando por la Semana de Teatro Vikingo, muestra del talento local y otro de los principales atractivos.
Porque ¿qué es, exactamente, la Romería Vikinga? Si se pretende destacar su esencia, depende de a quién se le pregunte. Unos días antes de su arranque, ABC visita al Ateneo Vikingo, la asociación impulsora, durante uno de sus ensayos.
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Sorprenden las edades dispares de unos y otros, que van desde niños pequeños hasta personas mayores. Muchas, con decenas de romerías a sus espaldas; es el caso de Moncho, uno de los «vikingos mayores» que repasa con este medio los orígenes de la tradición, tanto en la Edad Media, con los asaltos que hoy en día se representan; como en los años 60 del siglo pasado, cuando comenzaron a organizarse las celebraciones. Y pocos hay que den cuenta como él: lleva la friolera de cincuenta años participando. Cuando hizo sus primeros pinitos era un niño. Medio siglo después, adoptando una cómoda postura en la que su espada se vuelve un apoyo, pronuncia palabras que se graban en piedra, como el petroglifo que descansa a escasos metros: «No me disfrazo, eso solo lo hago en Carnaval. Me visto de vikingo».
Drakkars en el Ulla
Abraham Lorenzo, otro integrante del Ateneo, lleva en la Romería desde su juventud . Y lo sigue disfrutando igual que el primer día. «Es la mejor fiesta antiestrés del mundo, todo lo que acumulas estas semanas a o largo del verano lo sueltas ese día», relata. Catoira 'estalla' el día grande, el domingo, cuando llega el desembarco y las tropas vikingas toman la orilla a bordo de sus drakkars. En tierra les espera el ejército catoirense, pero no está solo, aunque sus 'refuerzos' no lo sepan. «¿Defensores? Ya los tenemos con los turistas. Igual que en los Sanfermines ves pasar a los toros, aquí ves pasar a los vikingos», ríe.
«Implicar a la gente, que se sienta parte de la fiesta, es una de las claves de la Romería», sostiene. Y no faltan las bromas y los juegos, que van desde breves 'raptos' en los que a los prisioneros se les hace beber de los «cuernos de la salud» hasta bodas que ya se han vuelto un espectáculo en sí mismas.
«Los hacemos poner de rodillas y mi padre, uno de los vikingos mayores, oficia la ceremonia. Les damos un cuerno con dos bocas del que sale vino y cada uno tiene que beber (...). Empezamos de broma hace muchos años con los visitantes, y hubo uno en que a mi hermano y a su novia les hicimos una un poco más organizada. Pero ellos fliparon. Al rato nos damos cuenta de que había una fila de parejas de turistas, igual diez, alrededor de la carpa. Nos decían: 'Es que nosotros también queremos hacer eso'», recuerda sonriente Abraham. Pero siempre se acaba haciendo a modo de sorpresa. «Al principio pasábamos, arrasábamos y los visitantes nos decían: '¡Solo lo pasáis bien vosotros!'». Así que, con los años, fueron surgiendo las ideas. Pero con el ojo siempre puesto en la precaución, especialmente durante el desembarco.
Mejores actores, los vecinos
Pero, antes que eso, otro gran reclamo es la Semana de Teatro Vikingo local. Porque esa es una de las particularidades de estos festejos: no son actores profesionales los que representan las obras, sino vecinos del pueblo, tanto miembros de la escuela local como otros que se inscriben para estos días. Es el caso de Martina Vicente, periodista de profesión pero participante desde el 93: «solamente fallé en el año de la pandemia», reconoce.
Cuenta que «Catoira está hermanada con Frederikssund (Dinamarca), y allí hacen una representación similar, también al aire libre. Al principio, vinieron actores daneses para enseñar cómo era». Aquella vez se realizó una función mixta, pero, de ahí a un par de años, la vecindad tomó las riendas: «Ninguno nos dedicamos al teatro y aquí nos veíamos, actuando en este sitio atávico para los de Catoira, frente a nuestros vecinos y gente que venía de fuera». El crecimiento del público fue exponencial.
«Al principio venía mucha gente por los daneses y el año que lo hicimos nosotros solos dio un poco de miedo. Pero salió bien». Y, claro, mantener religiosamente la tradición ha tenido efectos colaterales para los actores. No solo se han vuelto rostros reconocibles del teatro vikingo en el pueblo, sino que han ganado soltura en la actuación.
La obra de este año, 'Aí as van' ('Ahí van ellas'), escrita y dirigida por Tero Rodríguez, se representa en el entorno natural de las Torres y pone en valor la etnografía de Catoira con escenas costumbristas y piezas musicales de su patrimonio.
La historia sigue a unas mujeres que, en el siglo XI, «deciden vivir la vida sin hacer caso a lo que otros esperan que hagan. Ese 'Aí as van' es un grito que puede lanzarse de manera despectiva, pero también como admiración», resume la directora. La práctica se vuelve «maravillosa como actividad social, porque hay niños desde cinco años hasta personas de ochenta y tantos trabajando sin jerarquías. Tiene un gran valor integrador», concluye Tero. Igual que ellos, Catoira invita al mundo entero a empaparse estos días de cultura e historia, pero, sobre todo, de diversión.
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