Aurora Luque gana el Nacional de Poesía con un canto a Grecia y al verano
El jurado premia a una poeta que ha dedicado buena parte de su obra a esta estación
Madrid
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Iniciar sesiónHay algo bello en que el premio Nacional de Poesía coincida con el fin del verano (mírenlo, ya se ha acabado, díganle adiós), y que recaiga, además, en una poeta como Aurora Luque, que ha dedicado buena parte de su obra a esta ... estación, la más larga y la más corta y la más clara y la más eterna, si lo eterno es un grado y no una condena. De ese tiempo raro, estirado y contradictorio como un mito está impregnado el libro que le ha valido este galardón, 'Un número finito de veranos' (Milenio), que empieza con un poema en el que hay mar y sirenas y barcos, y que nos sube al vaivén de las olas para no soltarnos ya. Estamos en el Mediterráneo.
Así que Aurora Luque es, en parte, una poeta del verano. Por eso ríe al otro lado del teléfono y dice que tal vez este galardón inesperado tenga un poco de sentido, un poco de «justicia poética». «El último poema del libro se titula 'De lo infinito que contiene un verano'… Es una de mis obsesiones. El verano como un tiempo enigmático en su duración, un tiempo de finitud y de infinitud. Un tiempo no lineal, como el de la poesía, como el de la memoria… Me interesa esa relación especial que establece el cuerpo con el verano; el deseo que despierta, la palabra para nombrarlo… Es una zona del año especialmente luminosa», subraya. Ella es autora de versos como estos: «Cómo decirle al tiempo que el otoño es mentira / y que la vida puede valer lo que una noche / de julio solamente porque tuvo el deseo / el ardor excesivo de una piel de sirena».
«Cómo decirle al tiempo que el otoño es mentira / y que la vida puede valer lo que una noche / de julio solamente porque tuvo el deseo / el ardor excesivo de una piel de sirena»
Luque nació en Almería, creció en Granada y se convirtió en profesora en Málaga, pero la patria de su verbo es otra. En el prólogo de 'Un número finito de veranos', Jaime Siles la define «como la más griega de todas nuestras escritoras modernas». Y lo es por conocimiento y por acción, por convicción y vocación, por traducción y creación. Ella lo confiesa así: «Siempre he dicho que es una de mis patrias, la patria del corazón. Para mí Grecia es algo inagotable. No consigo cansarme. Siempre hay algún autor que leer, que saborear, algún texto inédito que aparece… Grecia siempre me acompaña, no deja de asombrarme». También lo afirma en verso: «Cómo podría desintoxicarme. / Dependo de por vida / de una droga. De Grecia». Grecia, el Mediterráneo, es el lugar donde el presente se dilata y ella funda su lírica, que se rebela contra la prisa y, antes que nada, contra la muerte y el olvido. Lo expresó de forma hermosa cuando acudió al ciclo 'Poética y poesía' de la Fundación Juan March. «Quisiera defender, pues, una 'poética solar' que celebrara la afirmación de la vida, la autonomía insobornable del poema que legisla para sí, el nomadismo del deseo y la voluntad de juego. Los poemas son juguetes de las Musas, instrumentos de una orquesta infinita (…) La conciencia exacta de la muerte nos reafirma en nuestra poética solar. El presente vivido e invocado en el poema será el 'antídoto de orgullo / contra toda la muerte'. Todo poema se erige como victoria contra la mordedura de Cerbero, contra la invasión de la Nada letal que nos disuelve y silencia para siempre».
En este libro, la autora, devota de Cernuda, devota de 'La realidad y el deseo' especialmente, ha jugado a crear una suerte de cuaderno de ejercicios, de ahí las secciones que lo dividen, que le imprimen a la obra un orden temático y tonal: náutica, erótica, ecfrástica, gynaikeia, tanatoscopia… En fin, todo lo que los antiguos griegos consideraban objeto de lo literario. «Pensaba en los antiguos géneros, en volver a cultivar mis obsesiones», explica ella. Y de nuevo Jaime Siles, que desmenuza el libro galardonado mientras dibuja el microcosmos de Luque: «La pluralidad de la forma se une aquí a la unidad de su dicción y juntos tejen ese universo lírico de un mundo al que siempre se ha mantenido fiel y en el que caben –como en la pintura y la poesía de nuestro Barroco– el recuerdo de la pila de lavar y el ciervo de los lápices Alpino, pasados por la cadena simbólica de la cultura, la única en la que el yo adquiere su naturaleza y alcanza así su libertad.
Escribir también es volver. Volver a los asuntos que son inagotables, a los símbolos que reniegan del cansancio, del gastarse. A los símbolos que tienen la densidad del misterio. «A otras cosas quizá las atrapa el lenguaje / y caben, cómodas y ajustadas, en sus nombres. / El mar no es una de ellas», sentencia Luque. Por eso vuelve una y otra vez. Por eso volvemos.
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