Louis Stettner, el poeta de la fotografía que capturó la dignidad de la gente corriente
El centro KBr de la Fundación Mapfre dedica al fotógrafo neoyorquino una completa retrospectiva con más de 180 instantáneas
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Barcelona
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Iniciar sesiónFue, lo decía el mismo, «el fotógrafo desconocido más conocido del mundo», y algo parecido podría decirse de sus fotografiados: tipos normales y corrientes, superhéroes de lo cotidiano con la vida en precario equilibrio sobre sus espaldas, que se crecían en la distancia ... corta. En el retrato en blanco y negro, en el robado distraído a pie de vagón del metro. Obreros convertido en iconos. Trabajadoras de cadenas de montaje como modelos de pasarela. Oficinistas de vuelta a casa con la jornada laboral grabadas en los pliegues de las ojeras.
«En medio del ruido, la suciedad, los humos y el riesgo de accidente, me parecían personas muy sensibles, de una humanidad innata y con una maravillosa capacidad de organización y de percepción de la realidad inmediata. Siempre me hicieron sentir bienvenido y cómodo, mi estancia en las fábricas fue una de las experiencias más significativas de mi vida», llegaría a decir Louis Stettner (Nueva York, 1922-París, 2016), retratista de lo cotidiano, fotógrafo de la 'common people' del siglo pasado al que el centro KBr de la Fundación Mapfre dedica hasta el mes de septiembre una completa y ambiciosa retrospectiva.
Un festín visual formado por más de 180 fotografías y un acto de reparación histórica con un creador que, apeado del canon de la fotografía norteamericana de posguerra por lo escurridizo de su obra y lo azaroso de su biografía, está encontrando poco a poco su sitio entre los grandes del humanismo gráfico y la fotografía callejera. «Cuando preparaba la exposición me preguntaba: ¿por qué no es más conocido? -reconocía la comisaria de la muestra, Sally Martin Katz-. Esta retrospectiva quiere revertir esta situación y darlo a conocer«.
Para conseguirlo, nada mejor que reunir algunas de las mejores instantáneas de un creador de firme compromiso político y marcado acento literario. Un «poeta de la cámara« que, como Walt Whitman, buscaba belleza en lo mundano y lo cotidiano, en la parte más profunda de la humanidad de las personas. La mención al bardo estadounidense no es casual: enamorado de la obra del poeta, Stettner llevaba siempre encima un ejemplar de 'Hojas de hierba'. «La fe de Whitman en sus semejantes, su comprensión del ciclo completo de la vida y la muerte y su cosmovisión me han resultado contagiosas», diría el fotógrafo.
Ese anhelo de belleza en las cosas simples fue lo que le llevó a echarse a las calles de Brooklyn y, Rolleiflex en mano, retratar a gente charlando y comprando. El milagro de la vida cotidiana, la fotogenia de las rutinas encadenadas. Por aquel entonces, mediados de los años treinta, Stettner era poco más que un adolescente maravillado por el trabajo de Alfred Stieglitz y Paul Strand pero, a fuerza de arrimarse a la Photo League, acabó haciendo buenas migas con Weegee, Sid Grossman y Edward Weston. A su lado descubrió, que la cámara podía convertirse en su lenguaje personal; en su manera de decirle a la gente «lo que sentía por la vida».
La Segunda Guerra Mundial fue un abrupto paréntesis, pero también una escuela de formación acelerada: con apenas 18 años se enroló como fotógrafo de guerra y llegó con su cámara al frente del Pacífico. Nueva Guinea y Filipinas primero, el horror de Hiroshima tras el armisticio. Ninguna de sus fotografías bélicas se muestra en Barcelona, pero la experiencia le dejó una huella profundísima. «Viví y luché junto a pescadores, trabajadores industriales y comerciantes con los sólo me había topado en Times Square... La forma en que lucharon con éxito contra el fascismo me ha dado una fe en los seres humanos que nunca me ha abandonado», dejó dicho.
De ahí surgió, en parte, una manera de entender la fotografía que le llevó a retratar a neoyorquinos exhaustos y somnolientos en el metro de la ciudad y a viajar a París para empaparse del humanismo francés y de las enseñanzas de Brassaï. En la Ciudad de la Luz retrata los ecos de la ocupación, los escombros de la devastación, y empieza a desdibujar sus huellas para convertirse en un fotógrafo a caballo entre dos mundos. De la Europa aún humeante a la siempre bulliciosa ciudad de Nueva York. De las fábricas de la URSS a los cocineros del Lower East Side. De los críos de mirada perdida de Aubervilliers a los pescadores de Ibiza con los que compartió un par de jornadas de faena.
Stettner, marxista declarado y vigilado de cerca por Joseph McCarthy y el FBI, nunca esquivó el compromiso social y su preocupación por los desvalidos. De ahí su empeño en subrayar la dignidad de los trabajadores y en oponerse frontalmente a la guerra de Vietnam. En los setenta, su cámara fue testigo de multitud de huelgas y protestas; en los ochenta, combinó el paisaje urbano y los juegos de sombras en París con las fotografías de personas sin hogar en el Bowery neoyorquino. Su obra, celebra la comisaria, puede entenderse «como una oda a la humanidad que refleja una profunda empatía y generosidad».
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Instalado definitivamente en París desde la década de los noventa, Louis Stettner falleció en Francia en octubre de 2016, pero antes aún tuvo tiempo de experimentar con la fotografía de color, una de sus facetas menos conocidas, y estrechar lazos con la naturaleza con la sus imágenes de gran formato de los Alpilles, en la Provenza francesa.
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