El ladrón que robaba por amor al arte
Un libro relata la vida de Stéphane Breitwieser, quien en ocho años sustrajo más de 300 obras, valoradas entre 1.400 y 1.900 millones. Las tenía en la buhardilla de la casa de su madre, donde él vivía con su novia
Descubren cuadros robados de Picasso y Chagall en el sótano de una casa de Amberes
Madrid
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Iniciar sesiónDentro del mundo de los ladrones de arte hay castas. Los hay que roban por encargo y los que lo hacen para vender las obras en el mercado negro. Cuanto más famosas son, más difícil resulta hallar comprador, pues aparecen en las listas de Interpol. ... No suelen tener estos ladrones escrúpulos (a veces las dañan sin pudor), usan a menudo la violencia (atracos a punta de pistola), van enmascarados, cometen los robos de noche o a museo cerrado... Y los hay (una minoría) que roban por amor al arte, para disfrutar de su botín. Es el caso que nos ocupa. El francés Stéphane Breitwieser (1971) tiene una vida de novela, de película. La ha contado Michael Finkel en un libro, 'El ladrón de arte' (Taurus), que verá la luz en España el 7 de marzo.
Tras años intentándolo, Finkel logró al fin reunirse con Breitwieser. Se ganó su confianza y mantuvo unas 40 horas de entrevistas con él, además de hablar con muchas personas relacionadas con su increíble historia. Lo bautizaron como «el ladrón de arte más eficaz». En apenas ocho años, robó en un centenar de pequeños museos, castillos e iglesias de siete países más de 300 obras de arte. El valor del botín, según 'The New York Times', oscila entre 1.400 y 1.900 millones. Algunos creen que incluso llega a los 2.000 millones.
La pieza más valiosa que robó, 'Sibila, princesa de Cléveris', un cuadro de Lucas Cranach el Joven, que sustrajo del castillo de Baden-Baden, en Alemania, donde la sala Sotheby's había organizado una exposición previa a la subasta. Fue el día que cumplía 24 años. En 1997 visitó la Casa Rubens en Amberes. Se encaprichó de una escultura de marfil de Adán y Eva, de 400 años de antigüedad: sacó su navaja suiza (única arma que solía llevar) y la liberó de la caja de plexiglás que la protegía. También se hizo con lienzos de Watteau, Boucher o Brueghel el Joven. Pero sus gustos no tenían límites: tapices, piezas de plata, relojes, joyas, instrumentos musicales, libros, armaduras, jarrones, pistolas, ballestas...
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ABC/ReutersUn belga que trató de vender las obras, valoradas en 900.000 dólares, ha sido arrestado
Contaba con su novia, Anne-Catherine Kleinklaus, como cómplice y señuelo. Le ayudaba en la vigilancia. Eran una especie de Bonnie y Clyde –compartían amor y fechorías–, aunque ellos no acabaron acribillados. Sus robos se producían a plena luz del día. Lejos de ir enmascarados, vestían de Chanel, Dior, Yves Saint Laurent, Hugo Boss... Eso sí, de segunda mano. A este ladrón tan sofisticado, de pequeño le gustaba comprar monedas, sellos y postales en los mercadillos. Estaba suscrito a revistas de Arqueología y Bellas Artes. Guardaba sus 'tesoros' en una caja de plástico azul en el sótano de casa.
Él trabajaba como camarero (se matriculó en Derecho en la Universidad de Estrasburgo, pero solo estuvo un semestre); ella, era auxiliar de enfermería. Como no andaban muy bien de dinero, decidieron vivir en la buhardilla de la casa de la madre de él, Marielle Stengel, en Mulhouse, al este de Francia. La buhardilla constaba de dos habitaciones: el dormitorio y una sala contigua. Ambas fueron llenándose poco a poco de obras de arte hasta acabar siendo una moderna cueva de Alí Babá.
Llevaba a gala Breitwieser ser más un coleccionista que un ladrón de arte. Una 'sui generis' forma de verlo. Coleccionar, sin pagar un euro. Robaba para vivir rodeado de belleza. No siempre se hacía con las piezas más valiosas, sino con aquellas que le hacían emocionarse. Cuando ello sucedía, padecía una especie de síndrome de Stendhal: tenía temblores y le daba un golpe el corazón. Quería verlas a diario, acariciarlas. Creía que los museos eran cárceles y él, el liberador del arte que había en ellos.
Depresivo, pudieron estudiar su caso psicoterapeutas, psicólogos y psiquiatras. Algunos diagnosticaron que padecía una psicosis criminal; para otros, era tan solo un narcisista, obsesivo, inmaduro, sin remordimientos. Un niño mimado. Una teoría apuntaba a que se trataba de un ajuste de cuentas con su padre, una venganza. Este abandonó a su madre llevándose todos los muebles y objetos de la casa. Nunca superó Stéphane que su madre tuviera que comprar muebles de Ikea. «Eso me destrozó». Y había quien creía que de verdad robaba por amor al arte.
Detenciones e intento de suicidio
Capaz de avisar a la policía porque le habían rayado el coche (tenía el botín en el maletero), llegó a volver a por la tapa de una jarra que se había dejado en uno de sus robos. En la feria Tefaf de Maastricht aprovechó el desconcierto por el intento de robo de una pieza para hacerse con un bodegón de Van Kessel el Viejo. Decía que el arte es su droga. Pero su obsesión por robar se hizo cada vez más compulsiva y peligrosa: hasta diez piezas en un museo en un solo día. Estaba desatado. De piezas pequeñas pasó a tapices y una estatua de una Virgen de 68 kilos. De cuidar al extremo las piezas, a maltratarlas.
Le detuvieron en varias ocasiones, trató de suicidarse en la cárcel (con hilo dental trenzado), fue juzgado en Suiza y en Francia. Trabajó como leñador, fregando suelos... hasta que le pagaron 100.000 dólares por publicar su autobiografía, 'Confesiones de un ladrón de arte'. Su cinismo no tenía límites. Quiso dedicarse a ser asesor de seguridad en museos y galerías de arte. No es de extrañar que no le fuera bien. Cada vez que salía de la cárcel seguía robando: da igual que fuera ropa en una tienda o el folleto de un museo. Su último juicio, en 2023. Solo aparecieron algunas de las obras robadas. Al conocer lo que hizo, su madre tiró muchas piezas a un canal, otras las arrojó a una hoguera.
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