Fernando Botero, el placer estético del pintor de las figuras gordas
«El mundo de la fiesta, el tiempo de la siesta que dominaba el imaginario del artista colombiano se desgarraba con las atrocidades de la llamada 'guerra contra el terrorismo'»
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Fernando Botero
Hace años, en un tiempo de acaloramientos estéticos, llegaron a manifestarse en el Paseo de Recoletos contra las 'gordas' esculturas de Fernando Botero, poniendo como contraejemplo la sublime delgadez de las figuras de Giacometti. Era peor que un chiste de Lepe, un sinsentido ... mayúsculo, el desafuero de los ortodoxos de la contemporaneidad. No era solamente una cierta fidelidad a mis gustos infantiles lo que me llevó a frecuentar a Botero del que llegué a comisariar la exposición en la que, por decisión suya, combinó las pinturas sobre las torturas de Abu Ghraib con las imágenes del circo. El mundo de la fiesta, el tiempo de la siesta que dominaba el imaginario del artista colombiano se desgarraba con las atrocidades de la llamada 'guerra contra el terrorismo'. En el estudio parisino de París, la última vez que nos encontramos, pude comprobar que seguía dibujando con pasión, componiendo personajes bailando, seres que tenían un inmenso anhelo de felicidad.
Este mundo de figuras gordas lleva a pensar, más que en individuos, en muñecos, remitiendo, por supuesto, al recuerdo de la infancia; Botero ha indicado que hay en su obra «cierta nostalgia de los momentos que viví cuando era niño». Lo que buscaba este creador era la plenitud formal, teniendo siempre presente la sensualidad de los cuerpos. La historia del arte le marcó y, a lo largo de los años, rindió homenajes a los maestros de la pintura, especialmente a los pintores del Renacimiento que le llevaron a establecer un lazo familiar con Italia.