Edvard Munch, el pintor que escribió relatos para leer en sus cuadros
El Palacio Bonaparte, en Roma, y la National Portrait Gallery, en Londres, dedican sendas exposiciones al pintor noruego
Edvard Munch, el grito del excéntrico en sus pinturas y sus textos

El presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, y la Reina Sonia de Noruega han inaugurado recientemente en Roma la exposición 'El grito interior', del artista noruego Edvard Munch (1863-1944). Más de cien obras maestras del pintor han sido prestadas excepcionalmente ... por el Museo Munch de Oslo. Y ha sido en el espléndido Palacio Bonaparte, el que fuera la residencia hasta su muerte de la madre de Napoleón, María Leticia Ramolino. El antiguo Palacio Rinuccini fue decorado por María Leticia con pinturas y esculturas que eran una manifestación artística de los momentos épicos y gloriosos de su familia. Al mismo tiempo, en The Portrait Gallery de Londres, se inaugurará el día 13 de marzo la primera gran exposición de los retratos pintados por Munch a familiares, amigos y amantes, artistas, mecenas y coleccionistas.
No es común que los pintores expliquen sus obras, pues ellas son en sí el medio de comunicación del artista. Solo hay que asomarse a mirarlas. Un pintor se comunica a través de su pintura, pues ella es su lenguaje. Para Munch es imposible explicar un cuadro, pues el arte surge de una necesidad del ser humano de comunicarse, o de abrir el corazón y lo hace con el medio que se adecue mejor.
En el caso de Munch, un pintor que toda su vida escribió, pues su padre le indujo a que escribiera un diario, manejó y experimentó todos los géneros, desde poemas en prosa a textos líricos, cartas, etcétera, y trató en ellos los mismos temas que giran en torno a su obra pictórica. Son como relatos que pueden leerse en sus pinturas. Estos escritos enriquecen la obra de este singular artista y son una fuente de conocimiento inapreciable para el espectador, que se acerca a su obra, vibrando en cada uno de los sentimientos humanos más profundos en los que se centra el cuerpo de su obra.
Sus pinturas están cargadas de una fuerte intensidad en la expresión de las sensaciones y los sentimientos, y tuvieron gran influencia en el expresionismo alemán. Estas obras, de naturaleza simbólica, tienen un contenido o un significado implícito en ellas. Son evocadoras, nostálgicas, tratan mundos más allá de la razón y la ciencia, introduciéndose en terrenos más misteriosos y difíciles de adentrarse, como es el mundo de lo irracional, de los sentimientos, de lo subjetivo. Munch espiritualizaba el arte a través de temas tan trascendentales como el amor, los celos, la angustia, la pasión, el erotismo, el vitalismo, la muerte. Para Munch la memoria es fundamental, pues para pintar el motivo que te conmovió no puede ser en frío, pues perdería todo el sentimiento, así que debe ser recordado. Por ello hay que trasmitir ese instante para poder también conmover al espectador: «no pinto lo que veo sino lo que vi».
La vida de Munch estuvo marcada por la huella de la muerte. Su madre falleció de tuberculosis cuando tenía cinco años y su hermana mayor también lo haría de la misma enfermedad e iría sufriendo paulatinamente la pérdida de sus seres más queridos. Su padre fue un ferviente pietista. Munch lo define en su libro 'El friso de la vida' (Nórdica Libros) como hipernervioso, religioso hasta rozar la locura, dejándole las semillas de esta. La enfermedad sería su fiel compañera. Relata que recibió en herencia los dos peores enemigos de la humanidad, la herencia de la tuberculosis y la enfermedad mental: «La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles negros junto a mi cuna».
La relación de la locura con la creatividad viene de lejos. Ya Platón en su diálogo 'Fedro' (Gredos) a través de Sócrates distingue dos tipos de locura, una debida a las enfermedades humanas y la otra procedente de la divinidad. En este caso la creatividad procede de los dioses y distingue cuatro partes: la inspiración profética, la mística, la poética y la locura erótica, la más excelsa. Por tanto, la locura sería la manifestación de la posesión del artista por un dios. El dios lo posee a él. Le hace producir obras excepcionales que no son casi humanas. Esta sería una manera de entender a los genios.
En cambio, en el libro 'La lucha contra el demonio' (Acantilado), Stefan Zweig, apasionado de la psicología, disecciona a tres poetas como Hölderlin, Heinrich von Kleist y Friedrich Nietzsche, también filósofo. Los tres se vuelven locos, arrollados por un torbellino de pasión, poseídos por un poder no humano, el poder del demonio. Entendiendo lo demoniaco como aquello que arrastra a lo infinito, a lo universal, a lo abstracto, es la «levadura del alma». Es el espíritu creador de todo hombre superior, que sucumbe a la embriaguez, a la creación febril. Pero Zweig hace una contraposición con Goethe, que luchó toda su vida contra el demonio, pero pudo dominarlo, ordenarlo dentro de sí. Goethe supo dominar esa porción demoniaca que llevan dentro todos aquellos que deciden elevarse, por encima de ellos mismos. Esta sería la otra cara de la creatividad.
El psiquiatra y luego filósofo Karl Jaspers (1883-1969), en 'Genio artístico y locura' (Acantilado) nos habla también de cómo influye la locura en el genio, de como «los procesos esquizofrénicos pueden permitir la creación de singulares obras del espíritu».
Y volviendo a Munch, sus obras también parecen tocadas por un espíritu superior. Un artista pasional que supo trasmitir como nadie las profundidades del ser humano, con una destreza y genialidad que hacen únicas sus obras. Sus pinturas, algunas casi meros bocetos o como a medio terminar, no pierden la fuerza emocional con la que el artista quiso hacer partícipe al espectador invitándole a vibrar con ellas.
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