Tarsila do Amaral, la antropófaga que digirió la vanguardia en carne brasileña
Si la Historia del Arte fuera una novela negra, Tarsila do Amaral sería una agente doble en el eje París-Sao Paulo. Con este ilustrativo símil de Manuel Fontán, director de exposiciones de la Fundación March, se explica muy bien cómo esta artista tragó, metabolizó ... y digirió la vanguardia europea en carne brasileña (nuevo y acertado símil, en esta ocasión de Javier Gomá, director de la fundación).
Nacida en la provincia de Sao Paulo en 1886 y emblema del modernismo brasileño, esta «caipirinha vestida por Poiret», como la definió su marido, el poeta y dramaturgo Oswald de Andrade, en su poema «Atelier», viajó a París a comienzos de los años 20, lo que supuso para ella un auténtico «servicio militar en el cubismo» y un revulsivo de su pintura. Su paso por los talleres de André Lhote, Albert Gleizes y, sobre todo, Fernand Léger -el artista que más le influyó-, acabó de marcar una década prodigiosa en su carrera, de intensa creatividad, que centra la exposición que le dedica la Fundación March, primera monográfica en nuestro país.
Un cubismo tropical
A través de un centenar de pinturas y dibujos de Tarsila do Amaral, y en un montaje «muy brasileño, tropical y niemeyeriano», el comisario de la exposición, Juan Manuel Bonet, cumple el sueño largamente acariciado de dedicar una muestra a «la gran voz del arte brasileño del siglo XX, que perteneció a una generación modernista brillantísima de pintores, escritores, músicos...» A pesar de que Tarsila deslumbra al París de Picasso y de Blaise Cendrars, el escritor francés con quien mantuvo una gran amistad, ella siempre quiso por encima de todo ser una pintora brasileña. De vuelta a su país, el cubismo se va tornando tropical y poblando de palmeras, la ciudad va dejando sitio al campo....
En las parades de la March cuelgan algunas de las mejores obras de la artista brasileña, como un par de autorretratos de 1923 y 1924, con los que arranca la muestra; «La negra» (1923), «El coco» (1924) -conserva el marco original de Pierre Legrain- o «Antropofagia» (1929) -Oswald de Andrade publicó el Manifiesto Antropófago en 1928-. En unas vitrinas rojas de sinuosas formas se exhiben sus dibujos. Pero Tarsila no está sola en la exposición. Acompañan a sus trabajos una selección de obras de destacadas figuras del modernismo brasileño (Emiliano Di Cavalcanti, Vicente do Rego Monteiro, Anita Malfatti...), así como objetos coloniales, cartografía, plumaria amazónica, cerámica marajoara, un oratorio del siglo XVIII... en un intenso y fructífero diálogo con su presente, pero también con su pasado.
A comienzos de los años 30 su creatividad se eclipsa, sus energías se moderan. Tras un viaje a la URSS, su obra adquiere tintes sociales y su interés decae, cayendo en un olvido en el que ha estado sumida muchos años, hasta que en los cincuenta Brasil la redescubre, gracias a personas como Aracy Amaral, la mayor experta en Tarsila, que acudió ayer a la presentación de la muestra. La Fundación March ha publicado dos libros ilustrados por la artista en ediciones semi-facsimilares («Hojas de ruta», de Cendrars, y «Pau Brasil», de Oswald de Andrade) y ha organizado un ciclo de música brasileña (11 y 18 de febrero).
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