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Richard Learoyd: una cámara oscura contra la fotografía compulsiva del siglo XXI

El artista británico protagoniza la nueva exposición de la Fundación Mapfre, que repasa lo mejor de su producción en la última década

«A la manera de Ingres», de 2011 ©Richard Learoyd. Cortesía del artista y Fraenkel Gallery, San Francisco
Bruno Pardo Porto

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Sus fotografías remiten a un universo donde el tiempo se ha ralentizado y los gestos, las formas, han recobrado todo su significado; nos obligan a mirar dos veces, a explorar los detalles del instante, la luz, sus texturas. Todo habla, porque todo está pensado: desde la posición del mechón de pelo hasta el dibujo que hace la sombra en los paisajes; lo grande, lo pequeño, lo mínimo... Lo contrario del presente: reposo, contemplación, estudio, técnica. Es la particular rebelión de Richard Learoyd (Nelson, Reino Unido, 1966), un artista singular que ha convertido la antiquísima cámara oscura en una herramienta vanguardista. Hoy, que tanto culto le damos a la imagen, que tanto retratamos, aquí y allá, lo que sea, lo verdaderamente revolucionario es volver a preguntarse qué merece la pena ser fotografiado.

Esa, y no otra, es la gran cuestión de su obra, su médula espinal. Lo repitió ayer varias veces él mismo durante la presentación de su nueva exposición monográfica, que puede verse en la Fundación Mapfre de Madrid hasta el 24 de mayo. «Me pongo las cosas difíciles a mí mismo con el proceso, usando estas cámaras ridículas y aparatosas (...) Mis fotografías están muy construidas. Es un proceso de toma de decisiones en lugar de un proceso de edición», explicó. Se refería a utilizar esa cámara oscura que tiene el tamaño de una habitación y que, en realidad, son dos: una oscura con un material fotosensible que está conectada por un pequeño agujero con otra, donde él coloca lo que quiere inmortalizar y que, claro, está iluminada. También tiene su versión portátil, para exteriores, que es como «una tienda de campaña». «Es un proceso antiguo. (...) Cada vez que toco un material lo retiran», lamentó.

«Los pecados del padre», de 2016 ©Richard Learoyd. Cortesía del artista y Fraenkel Gallery, San Francisco

Con esa técnica ha pergeñado paisajes , retratos y naturalezas muertas , como evidencia el recorrido. «No sé qué otras cosas se pueden fotografiar», se justificó, con guasa. Luego matizó que todo lo que aborda es personal. Si en la sala cuelgan redes de pesca y pescados es porque, en un momento de su vida, pasaba por el mercado en bicicleta de camino al trabajo, y la rama del manzano de su bodegón lo veía por la ventana de su casa. Y los coches destrozados, quemados, como rescatados del rodaje de «Mad Max: Fury Road», son su pasión: los colecciona en un almacén de Texas. Son cosas, al cabo, contempladas mil veces antes de trabajar con ellas, y que él se empeña en resignificar, creando la sensación de que son reliquias o restos de algún apocalipsis o algún olvido.

«Jasmijn hacia la luz», de 2009 ©Richard Learoyd. Cortesía del artista y Fraenkel Gallery, San Francisco

Con las personas, en cambio, le ocurre lo contrario: cuando las conoce a fondo deja de retratarlas. Necesita la extrañeza, una distancia difícil de medir que le permite extraer la verdad fotográfica de los rostros, que no tiene por qué ser real. Los retratos sorprenden por su particular atmósfera, por los enfoques, los degradados… Su intención es la de que sus protagonistas sean capaces de expandirse más allá del marco, una magia solo encuentra después de disparar y que puede depender de cualquier minucia: «Es increíble cómo una inclinación de cabeza, o la relación entre la nariz y el pómulo, cómo todas esas pequeñas cosas pueden cambiar el significado o la proyección de una fotografía».

En las cartelas de la muestra se afirma que estas obras tienen ecos del Renacimiento o de Ingres , al que admira. Aunque sus miradas perdidas recuerdan a Hopper ... Él, en cambio, sostiene que su gran inspiración es la fotógrafa victoriana Margaret Cameron . Si hay algo que nos choca, insiste, posiblemente sea por la técnica. Y es lo que persigue: atrapar al espectador por la distinción y ponerlo a contemplar. «Nos invita a saborear con la mirada», señaló Nadia Arroyo, directora de Cultura de la Fundación Mapfre.

Con su cámara portátil, que no pequeña, Learoyd ha recorrido Estados Unidos, sus espacios salvajes, la tierra virgen, y Europa del Este, donde se topó con una arquitectura decrépita, huella sin duda de un pasado reciente y trágico. Incluso ha llegado hasta Lanzarote, donde veranea recurrentemente, para inmortalizarlo como páramo. En fin, lugares muy distintos para cazar lo mismo: escenas, objetos o personas que despierten su apetito fotográfico. Lo resume muy bien la comisaria Sandra S. Phillips en el catálogo de la exposición: «Lo que resulta extraordinario en Learoyd, en toda su obra, tanto en las primeras fotografías hechas en el estudio como en las que ha buscado por todo el mundo vivo, es la búsqueda, la inquietud, la aceptación de un mundo que se ve llamado a fotografiar en toda su extrañeza y su misterio, y el deseo de entenderlo, aunque sea imperfectamente».

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