El Prado arroja luz al Barroco andaluz con tres de sus maestros
Una exposición confronta grandes series narrativas de Murillo, Valdés Leal y Antonio del Castillo
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Iniciar sesiónLa cultura en Madrid estrenaba ayer la tan ansiada normalidad con el cien por cien de aforo en teatros, cines, museos... Tardaremos en volver a ver largas colas ante el Prado . El pasado sábado ya rondaba los 5.000 visitantes, aunque aún es ... algo menos de la mitad de las cifras prepandemia. La pinacoteca coge velocidad de crucero en su calendario expositivo. A la espera de las muestras dedicadas a la copia de la Mona Lisa de su colección (parece imposible dilucidar si su autor es Melzi o Salai, los dos grandes y fieles discípulos de Leonardo da Vinci) y ‘Tornaviaje’ (saldará una deuda pendiente de la pinacoteca con el arte de Iberoamérica), el protagonista es el Barroco andaluz .
La sala C del edificio Jerónimos reúne tres destacadas series de estos maestros andaluces (dos sevillanos y uno cordobés), que tienen muchos puntos en común, aparte de su procedencia geográfica: son obras narrativas de mediano tamaño, vinculadas al gusto y el coleccionismo particular y destinadas a espacios privados, como oratorios; todas ellas cuentan historias: Murillo , la parábola del hijo pródigo; Antonio del Castillo , la vida de José en Egipto; Valdés Leal , la de san Ambrosio...
La exposición es el resultado de un proyecto de investigación . Su origen, los seis Murillos cedidos por la National Gallery of Ireland de Dublín , cuya restauración contó con el asesoramiento del Prado. Se exhibe la serie completa del hijo pródigo , «una serie importante y singular de Murillo», advierte Javier Portús, responsable intelectual y comisario de la exposición. «Murillo tenía una gran capacidad para la narración con amplios registros expresivos y emotivos (sabía manejar los afectos) y una técnica descriptiva muy depurada. Era un maestro de la puesta en escena, del detalle . Estaba convencido de que Dios estaba en los detalles. Para Murillo , tenían un valor sustantivo, pues aportan capas de contenido». No se conoce quién fue el primer destinatario de esta serie, «de un gran prestigio y que milagrosamente no se ha dispersado». Pasó por importantes colecciones privadas españolas, como las de José de Madrazo y José de Salamanca . Más tarde formaría parte de destacadas colecciones británicas, en cuyas mansiones se codeaba con obras de Velázquez y Vermeer. El conde de Dudley compró cinco de los cuadros a José de Salamanca. El sexto, «El regreso del hijo pródigo”, fue un regalo de la Reina Isabel II de España al Papa Pío IX. Tras duras negociaciones, el conde logró intercambiarlo por dos cotizadas pinturas.
Desde su inauguración en 1819, colgaban en el Prado cuatro pequeñas pinturas de esta serie. Siempre se pensó que eran bocetos preparatorios de los lienzos, pero se ha descubierto que, en realidad, son ‘ricordi’ , reducciones de composiciones ya acabadas. Además de mostrar la serie de Dublín, se ha aprovechado para sacar obras del Prado que estaban en almacenes y ofrecer nuevas perspectivas historiográficas.
En cuanto a la serie de Antonio del Castillo , al igual que la anterior se exhibe completa y consta de seis pinturas. También narra una historia familiar. En este caso la de José. «Del Castillo era un magnífico dibujante , el más prolífico del XVII, con unos 190 dibujos –comenta Javier Portús–. Domina el arte del dibujo, la anatomía, la expresión. También era un excelente paisajista ». Da buena cuenta del prestigio que tenía el artista cordobés: de las 1.500 pinturas del Museo de la Trinidad pasaron al Prado poco más de un centenar, casi todas medievales y renacentistas. Solo 16 barrocas, entre ellas las seis de Antonio del Castillo. Cinco se hallaban en los almacenes del Prado. « No tenía el espacio que merece », dice Miguel Falomir, director del museo. Tras la exposición, volverá a colgar la serie completa.
La tercera serie es ‘San Ambrosio’, de Valdés Leal , igualmente muy prestigiosa. En 1673 fue encargada por el arzobispo Ambrosio Spínola para su oratorio particular. De las siete obras, se exhiben cinco: cuatro son del Prado. «Valdés Leal es, con Murillo, uno de los artistas sevillanos más importantes del XVII. También lo era su comitente. Valdés Leal echa el resto en esta serie, con constantes alardes . Es consciente de su valía y crea un lenguaje propio». Para el rostro del santo usó los rasgos del propio Ambrosio Spínola, como se aprecia en un retrato presente en la exposición. Estas codiciadas obras pertenecieron al mariscal Soult . «Había un público muy sofisticado en la Andalucía del XVII. La muestra exige una contemplación sosegada y prolongada de estas series, que son como novelas en seis o diez capítulos, con c ontenido religioso, moral y novelesco », comenta Javier Portús.
La exposición, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, permite comparar tres estilos pictóricos y tres formas de narrar distintas . Reúne, hasta el 23 de enero , 26 pinturas (16 del Prado, 6 de Dublín, y las otras 4 de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, los Museos de Bellas Artes de Asturias y Sevilla, y la Biblioteca Nacional). Se completa con once estampas del grabador francés Jacques Callot sobre el hijo pródigo, punto de partida de la serie del mismo tema de Murillo, así como material técnico que permite conocer mejor el proceso creativo del sevillano, incluidas las radiografías de ‘El hijo pródigo apacienta los cerdos’. Se cierra la muestra con otras cinco pinturas andaluzas, que en su día pertenecieron a series pictóricas, hoy dispersas o perdidas : una en torno al banquete (con obras de Valdés Leal y Juan de Sevilla); la otra, centrada en el pozo (Alonso Cano, Murillo y Antonio del Castillo).
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