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Jesús García Calero

La última derrota del Glorioso

«Dicen en la Armada que al comandante del Glorioso no le gustaría ser recordado así. Pero yo lo dudo»

Cualquier amante de la historia de España tendrá el corazón partío. La reapertura del Museo Naval de Madrid es una noticia largamente esperada, después de dos años de reformas que han permitido una restauración y reordenación de sus colecciones. Se moderniza el discurso, o el relato, como dicen los gaznápiros. Tristemente, como en ocasiones ocurre durante las operaciones militares, se han producido daños colaterales. En este caso, se ha descolgado un cuadro importante: «El último combate del Glorioso», obra clave de Augusto Ferrer-Dalmau, que fue adquirida por el Museo Naval en diciembre de 2014 y cuya presentación fue presidida ni más ni menos que por el Rey Felipe VI. El pintor nada sabía de la ausencia de su cuadro en el renovado museo y recibió la noticia leyendo en ABC la crónica del pasado martes. Los responsables han tratado de justificar esa ausencia. Han explicado que, en su opinión, es hora de más Lepanto y menos Trafalgar, que el museo busca un equilibrio y debe resaltar las victorias en detrimento de hechos menos gloriosos del pasado, un regodeo en el que los españoles somos consabidos virtuosos. Pero las explicaciones parecen insuficientes para hurtar a la visita el cuadro más fotografiado de las salas, y uno de los más populares del Museo Naval. Además, es más que discutible que retrate una derrota.

¿Lo fue realmente? En el verano de 1747, el Glorioso partió de La Habana con cuatro millones de pesos lo cual convertía su captura en un sueño plateado. Que se lo digan a los ingleses. Durante su travesía tuvo que repeler tres combates con barcos británicos en una inferioridad de fuego tan flagrante que sobrevivir a uno solo de ellos parecería un milagro. Cerca de las Azores se enfrentó durante dos noches completas a tres barcos que le doblaban en potencia de artillería. Disparó mil cañonazos. Hundió a la fragata y ahuyentó a un dañado navío. La cosa no había hecho más que empezar. En su camino a Finisterre le vinieron otros tres y los despachó en tres horas después de hacer una maniobra increíble cediendo el barlovento para tender una trampa mortal al enemigo, que se retiró con el rabo entre las piernas. El Glorioso siguió, sin bauprés y bastante dañado, pero sin detenerse hasta entregar la Hacienda y cumplir su misión. Entonces partió hacia Cádiz para ser reparado, algo disminuido de tripulación y corto de pólvora. Pero con los... valores intactos. En el Cabo de San Vicente, cuatro corsarios se lanzaron a por él. Y aún aguantó dos días y una noche devolviendo fuego hasta que se gastó la pólvora. Ese es el momento que recoge el cuadro. Una Numancia del mar, un valor indómito, un sentido del deber intachable. No una derrota del capitán Pedro Mesía de la Cerda.

Dicen en la Armada que al comandante del Glorioso no le gustaría ser recordado así. Pero yo lo dudo. Lo que no le gustaría, a buen seguro, es que su porfía, completa, acabara en la polémica y en la derrota que ha llevado el cuadro a un despacho de un cargo ministerial de Defensa. Esperemos que rectifiquen y encuentren un lugar de cara al público para tanta dignidad tan hermosamente pintada, una marina con cuatro barcos y un solo viento. Humo de pólvora e historia cierta. Y el pabellón español aún izado, por cierto (y una bandera inglesa en el agua).

Para salir de dudas, yo encargaría una encuesta.

Lo echaremos de menos.

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