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Gaudí renace, complejo y poliédrico, en una monumental exposición en el MNAC

El museo barcelonés reúne más de 700 piezas en una muestra que «libera» al genial arquitecto de «tópicos y visiones reduccionistas»

Reconstrucción del espectacular vestíbulo de la casa Milà con muebles de Gaudí Inés Baucells
David Morán

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A Antoni Gaudí (1852-1926), arquitecto de Dios y embajador de la Barcelona modernista de finales del siglo XIX y principios del XX, se le ha pulido con tanto ahínco, con tamaña dedicación, que lo que era un complejo de poliedro de innumerables caras, algo así como ese dodecaedro en el que basan buena parte de las estructuras de la Sagrada Familia, ha acabado por convertirse en una reluciente y espejada esfera. Sin aristas. Sin rincones ni dobleces . «Cuando algo tiene tanto éxito y lo ven millones de personas, toda la complejidad se va limando hasta que al final lo que queda es una bola lisa. El resultado es un Gaudí epidérmico: formal, decorativo, aislado y fuera de su tiempo», destaca el director del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), Pepe Serra.

Un icono turístico, genio supuestamente incomprendido encerrado en la botella de su propio talento, contra el que se rebela ahora el museo barcelonés. «Nuestro trabajo es cuestionar esa cara amable y fácil de vender que ha acabado por empobrecer al que probablemente sea el artista catalán más relevante», añade Serra.

'Confidente' de la Casa Batlló MNAC

Cuatro años de intenso trabajo después, el resultado de tan decidida estrategia de demolición y reconstrucción es 'Gaudí', monumental exposición coproducida por el Musée d'Orsay (la exposición viajará a París en abril de 2022) que «libera» al arquitecto reusense de «tópicos y visiones reduccionistas» gracias a casi 700 piezas arquitectónicas, planos, documentos, muebles, obras de arte y objetos de diseño. Una suerte de Todo Gaudí en versión panorámica que, de sus años de estudiante en la Escuela de Arquitectura de Barcelona al monumental derroche artístico y simbólico de la Sagrada Familia, propone un recorrido alternativo y fuertemente anclado a la historia de Barcelona por la vida y obra del arquitecto.

Una antología narrada por Josep Maria Pou, audioguía de lujo para una muestra de altura, que se nutre de piezas excepcionales y poco o nada expuestas. Es el caso del gigantesco tapiz que Josep Maria Jujol realizó por encargo de Gaudí para los Juegos Florales de 1907; el busto de Hércules que Rossend Nobas ideó para la fuente de los Jardines de Pedralbes; o la asombrosa reconstrucción del recibidor del piso principal de la Casa Milà, todo un canto a la opulencia de la vida burguesa con muebles diseñados por Gaudí que, desmontado en 1960 y dispersadas sus piezas, renace ahora tras dos años de restauración. «Hay piezas que no se han visto nunca -destaca Serra-. La familia Güell, por ejemplo, ha cedido cosas que no presta jamás». Ahí están, sin ir más lejos, el pintoresco tocador original del Palau Güell y una fabulosa 'chaise longue' en la que cualquier plebeyo podría sentirse, al menos durante una cabezadita, como el más respetable y atildado de los burgueses.

Dinamitar tópicos

Pero lo importante, insiste Serra, no es colocar rejas y baldosas de la Casa Vicens junto a columnas de basalto de la cripta de la Colonia Güell o yesos de las esculturas de la Sagrada Familia al lado del mobiliario original o los planos de la Casa Calvet. Todo eso está en el MNAC, sí, pero lo importante es la narrativa. El relato. Y dinamitar todos esos tópicos que con los años se han convertido en dogma de fe. «Siempre se ha dicho que Gaudí hereda una tradición artesana de su familia, casi como un sentimiento atávico, y que lo aprende todo cuando, de niño, se pasea por los campos que rodean el Mas de la Calderera, y ve los árboles, las flores, los insectos y los pájaros; que desprecia la enseñanza académica y que está separado del mundo que lo rodea y no sabe qué pasa en París o Londres», explica Juan José Lahuerta, director de la Cátedra Gaudí de la UPC, autor de un par de monografías del arquitecto y comisario de una exposición que desmiente diligentemente y punto por punto todo lo anterior.

Una visitante recorre un espacio dedicado a moldes y yesos de la Sagrada Familia Efe

Primero, recopilando dibujos, planos y bocetos de su etapa como estudiante, cuando llegó de Reus a una recién inaugurada Escuela de Arquitectura de Barcelona y se contagió del ansia renovadora de una ciudad en expansión. Y, a continuación, situándolo en su contexto artístico internacional. ¿Gaudí genio aislado? Nada más lejos de la realidad. «Su escuela son Edward Welby Pugin, William Morris, John Ruskin, Viollet-le-Duc… Su obra nace de su genialidad, sí, pero también de una base muy compleja que es el ambiente artístico y estético de la Segunda Revolución Industrial», detalla Lahuerta.

De ahí que en 'Gaudí', el trabajo del arquitecto aparezca confrontado o relacionado con muebles de Pugin y Philip Weed, forjados de Hector Guimard, vitrales de Christopher Whitworth Whall… Arte, artesanía y arquitectura alimentando la personalidad de un pensador que desborda su propia leyenda. «Es un intelectual y su visión del mundo es la de un intelectual» , insiste Lahuerta.

Contra la incomprensión

Un creador todoterreno al que, tópico va, se ha querido recubrir con un halo de extrañeza e incomprensión, presentándolo como a un genio desajustado a su tiempo. «Si Gaudí es un incomprendido, ¿cómo es que es el arquitecto preferido de la más alta burguesía, de los Güell y los Comillas? ¿Cómo es que es el favorito de la iglesia en Barcelona y Mallorca?», cuestiona el comisario. Un paseo por el apartado dedicado a la huella del arquitecto en el Paseo de Gracia de la capital catalana, milla de oro del modernismo y escaparate desde el que las casas Calvet, Batlló y Milà siguen asombrando al mundo, ayuda a entender por dónde van los tiros. «Gaudí trabaja para la iglesia y la alta burguesía en un ciudad en la que trabajar con estos clientes implica significarse y exponerse», añade Lahuerta.

Porque Barcelona, ciudad de las bombas y Rosa de Fuego, fue para Gaudí una hoja en blanco, sí, pero también una herida abierta. Una ciudad vacía en la que el Eixample aún estaba a medio construir y la violencia campaba a sus anchas. De las bullangas a los atentados anarquistas y de ahí a la Semana Trágica. «Con la Sagrada Familia Gaudí interviene directamente en la construcción de la imagen de Barcelona a través de un templo expiatorio. ¿Expiatorio de qué? ¿Qué pecado ha de expiar este templo? Evidentemente, el pecado de la violencia de la lucha de clases», explica Lahuerta.

Nada más ilustrativo en la exposición que esa bomba orsini que puede verse dentro de una urna; una bomba idéntica a la que Gaudí incluyó en 'La tentación del hombre', escultura de la Capilla del Rosario de la Sagrada Familia en la que el diablo tienta a un obrero no con una manzana, como a Eva, sino con el mismo artefacto que el anarquista Santiago Salvador arrojó al patio de butacas del Liceo. Ocurrió en 1893 y en apenas dos años,en 1895, Gaudí ya tenía listo su conjunto escultórico.

Reja de dos batientes para la Casa Vicens MNAC

«Todo se explica en una relación constante que va de lo más bajo a o más alto, que es la esencia de la popularidad de un personaje como Gaudí», señala el comisario de una exposición que busca la dialéctica constante entre «el objeto sofisticado que está en el salón burgués y el papel barato que recorre Barcelona y pasa por todas las manos». «Gaudí ocupa todos estos espacios. No nos quedamos con el mito de luz y color, es un Gaudí con muchos más pliegues. La idea del barroco es la idea del pliegue y, como decía Joan Maragall, la Sagrada Familia es un templo monstruoso y barroco», zanja Lahuerta.

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