NUEVA GUÍA del MUSEO
Al pie del cañón en el Museo del Prado con Eduardo Arroyo
Por vez primera un pintor explica las pinturas del museo en un libro, amenísimo y muy personal, para pasar más de tres horas en la pinacoteca

Eduardo Arroyo publica «Al pie del cañón. Una guía del Museo del Prado» (Elba editorial). Por vez primera un pintor hace de cicerone pictórico de nuestra primera pinacoteca . Después de las maravillas literarias de Eugenio d'Ors, de las aproximaciones novelísticas de Manuel Mujica Lainez, y del prodigio científico de Juan Rof Carballo, Eduardo Arroyo ofrece un «personalísimo» menú para degustar la delicatessen artística del Prado. En el tintero deja el recorrido por la Sala Negra de Goya, a la que Arroyo compara con «una sala de cine de pueblo». Y ejerce la crítica , que algunos no le «perdonarán», como la del autorretrato de Zurbarán en «San Lucas como pintor, ante Cristo en la Cruz»: «El pintor no tiene que estar ahí» , arguye. A juicio de Eduardo Arroyo, muchas zonas del museo son hoy «más contemporáneas que el Reina Sofía , aunque parezca una paradoja».
- ¿Cómo hay que visitar el Prado?
-Acompañado, para poder detenerte ante un cuadro. Los museos, al igual que las iglesias, me ponen nervioso y aplico una rapidez diabólica a la visita.
-¿El mejor mes para visitar el Prado?
-Como Eugenio d'Ors, invito a visitar el Prado en abril, con los cielos velazqueños madrileños propios de ese mes.
-¿Cómo se siente un pintor al pie del cañón del arte?
-No tengo ninguna pretensión científica; hay guías magníficas, como la oficial del Prado, que está muy bien hecha, y esta guía mía tiene esa especie de mirada de un pintor. Porque lo que he querido, sobre todo, es comunicar mis impresiones de pintor. Las guías de especialistas son muy interesantes científicamente hablando, pero algunas veces no profundizan sobre lo que es la pintura en sí.
-Desde aquellas visitas con su abuelo o con dos de sus profesores del Liceo francés de dibujo, hasta las últimas con sus amigos, ¿cuántas horas ha pasado Eduardo Arroyo en el Museo del Prado?
-Muchísimas. Me he inspirado en algunas obras del Museo, sobre todo en mi juventud y formación. El Prado es la casa de los pintores, nos pertenece y no tiene nada que ver con el Louvre ni el Metropolitan; el Prado es la casa de la pintura, nuestra casa, y eso es lo que yo he querido resaltar con esta guía artística.
«En el Prado está de todo: el rojo, el negro, el Juzgado, las prisiones, el burdel...»
-¿Qué es lo primero que hay que ver en el Museo del Prado?
-He elegido, sobre todo, el rojo, el negro, las esquinas, todo ese microcosmos, un lugar donde ocurre de todo, como en la sociedad: hay el Juzgado de Guardia, están las prisiones, el burdel, está todo ahí. Acercándome al Prado de nuevo, bajo la perspectiva de tener que escribir sobre él, he descubierto muchas cosas que me habían pasado desapercibidas, como autores, cuadros, etc... He querido huir un poco de las grandes obras muy conocidos, que están dentro de la memoria de todo el mundo, y he mirado de otra manera, por ejemplo, el único Rembrandt que tiene el Prado, “Artemisa”, un cuadro fantástico, maravilloso, ahí me he concentrado mucho y he escrito bastante, luego todas las cosas de los suplicios, en forma de capítulos, y he hablado también de muchas obras singulares.
-Su obra delata su «obsesión» por Velázquez...
-Es el maestro de maestros, con obras «inconmensurables», y al que homenajeé en «Velázquez, mi padre», un autorretrato irónico pintado en 1964 en París.
-¿Las piezas más singulares del Prado?
-Me gustan mucho los cupidos, los crucificados y junto a las extraordinarias Meninas rindo tributo a un pintor que durante mi vida no he considerado mucho, que es Murillo; ahora me he encontrado con un murillo que no conocía muy bien y del que he apreciado enormemente muchísimas cosas.
-¿En cuántas horas se puede leer una pintura?
-Le confieso que he pasado escribiéndo este libro más horas de las que estuve en el Museo.
-¿Cómo mira un cuadro un artista?
-Es una mirada bastante complicada, misteriosa. Mucha gente puede pensar que la mirada del pintor es la que tiene razón; yo creo que esa mirada la tiene todo el mundo. Lo que pasa es que la mirada de un pintor es un poco particular. Porque es el que pinta quien mira. Entonces ahí hay una serie de curiosidades, intrigas, pero yo tengo la impresión que cuando la mirada es más acerada, próxima, intensa más difícil es el juicio y más complicadas se ponen las cosas. La pintura es como si se defendiera de la mirada del otro, del pintor. Es una cosa muy curiosa. Tienes la impresión de saber menos. Es el reino importante de la pintura. Por eso la pintura es eterna, cuanto más miras menos ves, en cierto sentido.
-¿El Prado es un excelente refugio contra la convulsión que quiere reinar en nuestras vidas?
-Ha sido siempre un refugio, independiente, protector, y en estos tiempos un poco amargos el Prado seguramente es un terreno acogedor, y lo ha sido en muchos momentos de la historia de España, incluso en tiempos muy duros y amargos durante la Guerra Civil. En la posguerra yo tuve siempre el sentimiento de que el museo me protegía, que me libraba de lo exterior. El Prado como refugio. Y eso es muy importante. Una isla en la que toda la mugre exterior no podía penetrar.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete