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Larga vida a Yoko Ono

La viuda eterna de John Lennon, una incunable del arte conceptual, ejecuta en el Guggenheim de Bilbao tres de sus famosas «performances». El museo vasco inaugura hoy su gran retrospectiva «Half-Wind Show»

Larga vida a Yoko Ono © Yoko Ono

ITZIAR REYERO

Se podría pensar que, a sus 81 años, Yoko Ono (Tokio, 1933) está tentada de enviar a una emisaria clonada para que, tras sus amplias gafas de sol e inseparable sombrero, interprete su rol de artista total en Bilbao mientras ella se queda sentada, en su apartamento de Dakota en Nueva York, saboreando su última gran «performance» ante el público español. Pero no. La americana-japonesa, eterna viuda de John Lennon, no se agota nunca de crear y provocar y reclama, ahora de visita en España, su hueco en la escena contemporánea por mucho tiempo. «Espero no ser completada nunca», confiesa en una charla con ABC que se publicará mañana, una vez que la gran retrospectiva sobre su vida y obra «Yoko Ono. Half-A-Wind Show» se inaugure hoy jueves en el Guggenheim.

Cuando se cumple el medio siglo desde que el carismático «beatle» y Yoko Ono protagonizaron sus rompedoras «encamadas» como forma de protesta pacífica contra la guerra de Vietnam, la artista presentó ayer en el museo vasco tres de sus «performances» conceptuales, la última de las cuales concluyó con su «Promesa». La de regresar en diez años para recomponer su viejo jarrón roto en mil pedazos, que los más de 300 espectadores privilegiados del «show» se llevaron a su casa. «Sugiero que cojan cada uno un trocito y juntos lo recompondremos otra vez. Os veo en diez años, ¿ok?», se despidió quien es considerada una de las artistas más influyentes de nuestro tiempo, referente desde los sesenta. Menuda y de aire frágil pero mucho desparpajo aún, se plantó junto a un segundo jarrón «idéntico» al ‘deconstruido’ y de casi el tamaño de la propia artista.

«Pieza cielo para Jesucristo» fue la gran sensación del aperitivo servido por Ono Poco antes acababa de completar su segunda intervención, cuyo lema –cómo no- era «love and peace». Se trató de «Pintura de acción», pieza ejecutada hace dos años por vez primera y en la que con tinta «sumi» dibujó sobre unos grandes paneles en blanco diferente grafía japonesa. Eran «siete felicidades y ocho tesoros» para «la bonita ciudad de Bilbao», según explicó luego. Fue su particular interpretación de un viejo cuento sobre la suerte de un guerrero que estudió en la escuela de Japón, siendo muy niña.

Pero fue su «Pieza cielo para Jesucristo» la gran sensación del cóctel servido por Ono como aperitivo de la gran retrospectiva hoy en el Guggenheim. En esta acción, ocho voluntarios van envolviendo con vendas blancas a los once componentes de una orquesta de cámara, que interpretan su pieza musical hasta que, por cuestión de movilidad, se ven incapaces de seguir tocando. Un enjambre de notas erráticas pone fin a una orquesta «lisiada», que arrancó aplausos –incluidos los suyos- y risotadas en sus 25 minutos de disparatado «ensayo».

El «sí» de John a Yoko

Tampoco perdió la sonrisa cuando, vestida de riguroso negro, supervisó por la mañana la gran exposición, compuesta por 200 obras, que abarcan desde –y sobre todo- los años sesenta y setenta hasta hoy. Un conjunto de «instrucciones» ayudan a aproximarse a la obra de Yoko Ono, de la misma manera que lo hizo John Lennon, quien se quedó prendido allá por 1966. Aquí está «Pintura de techo» y la escalera original a la que animó a subirse al célebre músico para, con la ayuda de una lupa sujeta con una cadena, observar a través de un marco la palabra «YES». Lennon pidió entonces conocer a la artista.

También pueden verse sus «Instrucciones para hacer pinturas» (1961 y 1962); su «Pintura gota de agua» o su imaginativa «Pintura para el viento».

Instrucciones en euskera

En la muestra del Guggenheim, ideada primero por la Schirn Kunsthalle de Frankfurt, se documenta su «performance» más universal «Cut Piece» (1964), donde la artista invitaba a la audiencia a cortar trozos de su vestido con unas tijeras, mientras ella aguardaba impasible y de rodillas.

Destaca igualmente su «Evento de la habitación azul» (1966), para la que la artista ha escrito más instrucciones, en euskera. «Quédate hasta que la habitación se vuelve azul», emplaza al espectador, que previamente puede obtener de sus «Dispensadores» una bolita de aire, «la única cosa que compartimos», razona.

De su cine experimental se pueden ver las películas decisivas para el movimiento Fluxus como «Violación» (1969), que hizo en colaboración con Lennon, o «Mosca» (1970). También instalaciones de gran formato que ha hecho en los últimos años como «Evento agua» (1971/2013), con la aportación de Warhol, John Cage, Lennon, Dylan o George Harrison.

Y entre piezas musicales creadas por ella, el cielo artístico de Yoko Ono confluye en un «laberinto», a modo de cabina transparente, el que se encierra un teléfono. Está previsto que la artista llame periódicamente para conversar con una persona del público en Bilbao. Hasta el final de la muestra, el 1 de septiembre. Larga vida pues a Yoko Ono en Bilbao.

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