La batalla nipona de los cuescos
Artistas del periodo Edo (1603-1868) utilizaron la escatología de la flatulencia para representar guerras y también ridiculizar a los occidentales
jesús garcía calero
La guerra fue una moneda común en el Periodo Edo de Japón (1603-1868). Pero a pesar de la heroica tradición del Bushido, que era la guía espiritual y bélica de los samurais de entonces, pocas veces los artistas pudieron representar combates tan singulares como ... los de este rollo del que hablamos y se conserva en la Universidad de Waseda. La escatología de esta obra, llamada «He-Gassen» (en japonés significa batalla de cuescos) es toda una sátira sobre las costumbres de los seres humanos, que los meticulosos (y esta vez poco refinados) artistas nipones supieron dibujar con toda maestría. Tal vez estaban tan hartos de la guerra que querían reírse un poco. Tal vez necesitaban levedad. Porque si hay una realidad humana universal, esa es la guerra. Y si hay dos, la otra es el pedo.
Contemple el lector detenidamente las fotografías que aquí le ofrecemos . El que observa este rollo puede viajar de algún modo al P. Edo (Periodo Edo) y puede ver al detalle la paz armada en la que se miden los contendientes dibujados en vivos colores poco antes de enzarzarse. Al principio, se alimentan en marmitas rebosantes de algo que debe ser más efectivo que la legumbre occidental , para lo que a los gases se refiere. Mastican una paz volátil, y luego es la tragedia lo que se masca, porque enseguida amenaza una tempestad; esa comida es una ingesta previa a la gesta que les espera, con la que sueñan como "campedones", porque comiendo se preparan para la lucha como soldados de élite (o de hálito).
Es una batalla aérea. El ejército del aire que ellos forman y se muestra en este rollo blandirá sus vientos mefíticos, dibujados como sombríos rayos de tinta aguada, para atronar al enemigo con todo tipo de estrategias. Incluso veremos, como balas perdidas, que algún cuesco desviado despanzurra a un conejo.
En el rollo retumban también los ecos de aquellas batallas históricas del P. Edo (Periodo Edo, insistimos), en las que los samurais se internaban con valor en el fragor de la batalla y si notaban manchado su honor, la única solución era el Harakiri (o Sepukku, en acepción más noble). Pero esta batalla de cuescos -triste es decirlo- alberga poca nobleza, en ella todo vale y tanto el vencedor como el vencido han de cumplir su destino en olor de multitudes. Hasta les vemos llenando sacos de pedos y los disparan como morteros. Y parecen divertirse.
Aquí, en esta obra magistral que tiene tres o cuatro siglos ilustrada a todo color, se ve la emocionante carga de la caballería ligera. Mirando los dibujos casi se les oye llegar al galope hasta las líneas enemigas, y no por el sonido de los cascos, sino por el de los cuescos. El indefenso soldado de a pie contra el que carga la caballería debe recular, apenas puede repeler, o repeer, esas ventosidades de largo alcance. Sin embargo, en el mismo rollo, aunque un poco más adelante, veremos a un caballero caer entre el fuego cruzado de los enemigos, que iban a pie.
Pero hay más: en el rollo hay duelos singulares entre "campedones" de este curiosísimo arte marcial, y también hay ejemplos del rudo combate cuesco a cuesco, lo mismo que ataques en formación lenta y flatulenta. La imaginación de los artistas no albergaba límites en el P. Edo (Periodo Edo).
Y el arte de la guerra samurai no tenía parangón. Pero también del oriente, y mucho más antigua que el Bushido, conocemos la obra de Sun Tzu. Algo tendrá que decir el viejo estratega chino del siglo IV antes de Cristo que sea relevante para esta batalla. Decía que «luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo». Claro que si Sun Tzu hubiera visto este rollo ilustrado, no sería «cara a cara» la expresión empleada, sería «nalga a nalga».
Sun Tzu recomendaba a sus discípulos «que la velocidad sea la del viento», y desde luego los contendientes de este rollo lo cumplen diligentemente. De hecho en uno de los dibujos se ve cómo unos buenos soldados, que se coscan muy rápido, utilizan grandes abanicos como contramedidas ante el ataque hostil del cuesco. Algo así como el escudo antimisiles del P. Edo (Periodo Edo).
Hombres y mujeres se esfuerzan por igual en esta batalla tan poco ejemplarizante, y ninguno merece una condecoración, desde luego, pues resultaría indecoroso. Como mucho unas salvas de homenaje.
Porque no todo se lo lleva el viento. Al final del periodo del que hablamos, el Edo, cuando llegaba ya la Época Meiji al Japón, dibujos similares a estos fueron muy populares y se empleaban para ridiculizar a los occidentales, que estaban muy mal vistos y eran representados bajo los impactos de los pedos japoneses. Sin embargo, sería el comodoro Matthew Perry el que los acallara con sus cañonazos aún más ruidosos y abriría el Japón al comercio en 1853, periodo que se conoce como el bakumatsu.
Y volvemos a Sun Tzu, que dice: «Un viento que arrecia durante el día dura mucho, pero una brisa nocturna remite pronto.» En fin. Depende de quién hablemos.
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