El arte de la guerra y las desoladoras cicatrices de la posguerra
El MNAC explora a través de piezas de Henry Moore, Francis Bacon, Joan Miró y Zoran Mušič, entre muchos otros, cómo los artistas han afrontado el reto de representar una humanidad tocada y hundida por los conflictos bélicos
Cuando el arte hizo la guerra a la guerra
Desde hace años, uno de los primeros contactos 'artísticos' que los escolares catalanes tienen con el horror de la guerra, con las cicatrices históricas de las atrocidades de la humanidad, es una de las encarnaciones más sobrecogedoras de 'la Montserrat' de Julio González: ... la cabeza esculpida en bronce de una mujer desgarrada por el dolor que puede verse en las salas del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).
Una bofetada con la mano abierta, un aullido desolado, que resume a la perfección (y por desgracia, cabría añadir) el espíritu de '¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra (1940-1966)', emocionante panorámica que aborda en el museo de Montjuïc la «condición humana enfrentada a la incertidumbre, las mutaciones, fracasos y esperanzas provocadas por la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil española, unos conflictos que desquiciaron la historia contemporánea».
Un completísimo catálogo de cicatrices físicas y emocionales, de horrores explícitos como los cuatro cadáveres ahorcados que dibujó el esloveno Zoran Mušič durante la liberación del campo de exterminio de Dachau, que viene a mostrar cómo el arte figurativo y abstracto asumió el reto de representar «la imagen de una humanidad herida, angustiada y destruida, pero también reinventada». En total, más de 120 obras de artistas como Joan Miró, Henry Moore, Francis Bacon, Alberto Giacometti, Inge Morath, Joan Ponç, Lasar Segall, Manolo Millares, Francis Gruber, Josep Maria Subirachs, Josep Guinovart y Germaine Richier, que abordan cuestiones nucleares como la disgregación del humanismo clásico y la construcción de una nueva subjetividad a través del dolor y la esperanza.
«Extrañamente bella»
El resultado, avisa el comisario Alex Mitrani, es una exposición «terrible, no peor que lo que vemos en los informativos» y, sin embargo, «extrañamente bella». «Ofrece una proximidad que nos hace empatizar con la humanidad que ha sufrido la guerra y la violencia y nos permite tener una distancia estética con la que enfrentarnos a la complejidad del mundo contemporáneo«, asegura. Ahí están, apretando el nudo en el estómago, las 'Mujeres rapadas', de Anton Prinner; 'Los rehenes', de Francis Gruber; y los dibujos con los que Lasar Segall se adelantó desde su exilio en Brasil a las primeras fotografías publicadas de los campos de exterminio nazis.
«Cada artista es un relato, una experiencia diferente», defiende el comisario. Y cada obra es el reflejo de un alma torturada y dolorida; de unas heridas profundas que se traducen en los espasmos casi físicos del 'Guerrero cayendo' de Henry Moore, y en el sufrimiento como de otro planeta de Francis Bacon y su 'Fragmento de una crucifixión', una de las joyas de la muestra.
No muy lejos, un esquemático dibujo de una Mercè Rodoreda a quien la Guerra Civil robó las ganas de escribir ahonda en un trauma que conecta la humanidad espantosa y grotesca de Guinovart y la religiosidad trágica y severa de Saura o el propio Bacon. La disolución de la humanidad, los exilios interiores y el optimismo poético de las vanguardias son algunos de los temas que explora una exposición que viaja de los horrores vividos y dibujados por Josep Bartolí en los campos de Bram y Argelés a un juego de tiro anónimo que permitía hacer diana en caricaturas de Hitler, Mussolini, Himmler, Goebbels y Goering; del 'Estudio para la Guerra y la Paz, 1 mayo 1952', de Picasso, a 'La estrella matinal', de Miró.
«Se trata de conmover, de provocar la emoción que nos mueva hacia la acción y la empatía por las víctimas», defiende Mitrani a modo de resumen de una exposición que, además dar dar voz a artistas poco conocidos como Gonçal Sobrer, responsable de una 'Danza del fusilamiento' que la censura no se sabe muy bien cómo dejó pasar en 1966, quiere ser el germen, o al menos uno de ellos, del MNAC del futuro. «Este proyecto concentra muchas de las claves del trabajo de transformación que está realizando el museo lejos del modelo de museo enciclopédico», apuntan desde la institución. De ahí que el arco narrativo desborde los límites cronológicos tradicionales del museo para incluir piezas como 'Negro herido de bala' de Lluís Güell o los disparos mudos y ahogados de Niki de Saint-Phalle.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete