Art Spiegelman, autor del clásico 'Maus': «Excepto Hamás, no hay nada más alejado del sionismo que yo»
El célebre autor visita Kosmópolis para presentar su revisión de la mítica novela gráfica que hace 40 años le valió el primer Premio Pulitzer para el cómic. Una obra en la que recogía la historia de su padre en un campo de concentración nazi durante el Holocausto
Un fundamentalista de la libertad de expresión con la maleta siempre hecha
Art Spiegelman en el CCCB de Barcelona
A los 13 años, Art Spiegelman salía por primera vez de su Nueva York natal y viajaba con sus padres a Israel. Desde el primer momento, se sintió algo incómodo en aquel emplazamiento que tenía que ser la tierra prometida del pueblo judío. «Veía ... a jóvenes en las calles con metralletas y me sentía inseguro y desplazado». Fueron a visitar un Kibutz, y la experiencia le dejó perplejo. «Veías a los niños separados de sus padres que sólo se reunían a la hora de comer. No lo entendía. Desde ese día no creo el estado de Israel ni en ninguna tierra prometida. Desde luego no soy nacionalista. Yo me definiría como asionista. Soy más partidario de la diáspora, no de la idea de un territorio sagrado», asegura.
El creador de 'Maus' está de celebración. Su celebérrima novela gráfica inspirada en la vida de sus padres en Auschwitz cumple 40 años. Y lo hace con 'Maus hoy' (Reservoir Books) una antología de ensayos donde 21 especialistas dan las claves sobre un libro más actual que nunca. «Cuando me dieron el Pulitzer, en realidad no era un premio fijo y establecido, sino que era un 'Special prize', con lo que yo creía que era algo así como los 'special olympics'. Entonces no le dí mucha importancia. Pero sí que es cierto que aquel premio fue un antes y después para la apreciación popular y crítica del cómic», señala Spiegelman.
Aquella creación ha marcado su vida. «Es mi rascacielos, hasta el punto que todo lo demás queda como pequeños bungalows en comparación», confiesa. Sin embargo, está orgulloso que 40 años después el cómic todavía dialogue de tú a tú con la actualidad. «A veces me molesta que se utilice de forma superficial. Por ejemplo, no quiero que se utilice como una herramienta de reclutamiento del ejército israelí al describir la tragedia del holocausto. En realidad, excepto Hamás, no hay nada más alejado del sionismo que yo», asegura el dibujante.
Y eso que el cómic pudo no haberse realizado nunca. Había hecho un primer intento en 1971, pero la experiencia no le satisfizo. Aparcó la idea y empezó a buscar nuevos proyectos. Por aquel entonces, su intención era describir la vida de un dibujante de cómics y hablar de la historia del medio en el proceso. Por aquel entonces vivía en San Francisco, pero decidió volver a Nueva York y con ello retomar su relación con su padre. «Imagínate que estando ya en Nueva York ponía una toalla en el teléfono para que, cuando llamaba a casa, pareciese que lo hacía todavía desde California. Me di cuenta de lo ridículo que era que me escondiese de mi propio padre y por fin retomé la relación. Cada día le hacía las mismas preguntas una y otra vez sobre su experiencia en Auschwitz y poco a poco abandonaba el discurso oficial que se había creado para sí mismo y rememoraba cosas reales y espeluznantes de aquella temporada en el infierno que había apartado de su memoria. En esas conversaciones vi que ya sabía lo que quería contar», recuerda Spiegelman.
Ahora que su libro vuelve a estar prohibido en algunas escuelas norteamericanas, Spiegelman mira anonadado la ironía de su existencia. «Mis padres huyeron de Alemania en busca de libertad a un país que ahora quiere negarla a todo el mundo. El fascismo salta de casa en casa, es imposible vencerlo. La democracia no es algo que tengamos, es algo que debemos aspirar a conseguir y ahora está más lejos que nunca», sentencia.
Aún recuerda con cariño la efervescencia de los años 70 con la irrupción del cómic underground, algo que pudo revivir in situ en Barcelona en los años 80. «Después de la muerte de Franco, Barcelona era una ciudad psicodélica, lleno de marihuana, libertad y locura. Me recordaba al final de los 60 y me encantó la energía. En esa época conocí a Mariscal y los dibujantes de 'El víbora' y me dieron nuevas energías para creer en el futuro del medio», señala Spiegelman.
Trump y sus similitudes de Pere Ubu
Aquella energía ya murió y ahora vive en un auténtico colapso creativo. Junto a su mesita de noche, tiene una libreta donde realiza pequeños sketches, pero le es imposible crear algo relevante. «Mi bloqueo creativo es absoluto. El segundo mandato de Trump me ha dejado perplejo y baldado. Ya no sé que pensar y estoy preocupado. Antes me encantaba Alfred Jarry y su 'Rey Ubu', pero ahora que lo tengo en la Casa Blanca no me hace ninguna gracia. Antes teníamos la sátira y la ironía para defendernos del poder, pero ahora lo han inutilizado al convertirse ellos mismos en un guiñol», comenta. Lo que tiene claro es que el humor sigue siendo imprescindible. «Trump es un narcisista y le encanta que hablen de él, de la manera en que sea. Pero ridiculizarlo a veces funciona, como hemos visto con lo que ha hecho 'South Park'».
Estos días está en Barcelona para participar en el festival de literatura Kosmópolis. Aquí se ha reunido con otros grandes del cómic como Charles Burns, que el ayudó a descubrir gracias a su revista 'Raw' o Chris Ware. «Chris es un buen amigo y suelo decir que es como un hombre orquesta, es capaz de tocar todos los instrumentos de una banda él solo. Supo leer la revista 'Raw' y coger y mejorar todas las diferentes facetas de los autores que allí descubrió», confiesa Spiegelman.
Todavía no sabe si logrará vencer su bloqueo creativo, pero lo que está convencido es que la Inteligencia Artificial nunca sustituirá a la creación humana. «La IA sólo entra si hay dinero y no hay mucho dinero en los cómics. Para hacer productos de consumo, será genial. Si quieres hacer novelas románticas, donde todo está muy calculado, la IA lo hará genial. Pero el arte requiere de un compromiso personal y una experiencia propia imposible de imitar a priori. El único peligro real del cómic es que la inmediatez de la que ahora todos somos esclavos nos quite la capacidad de atención suficiente para interesarnos por un libro, pero si el porno no ha perdido interés en 80 años haciendo lo mismo una y otra vez, tampoco lo hará el cómic, ni el cine, la música o el arte», concluye.