Ladrón de fuego
Vida de tumbado
«Estamos ante unos hombres que encontraron en el pijama, que a veces llevaban, y otras no, una armadura de evitar la vulgaridad del vivir»
Los restos mortales de Vicente Aleixandre
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Iniciar sesiónValle-Inclán cumplía temporadas sin salir de la cama. También Vicente Aleixandre, que a menudo remontó largas épocas de tumbado profesional, con la corbata puesta y todo. Cervantes pensó a Don Quijote sin quitarse el blusón de dormir. He aquí algunos ejemplos ... de ilustres que usaron la cama no como colchón de reparar el cansancio, según ocurre en cualquier mortal, sino como nido permanente de ir viendo cómo pasa la vida, cómo la vida no pasa. Estamos ante unos hombres que encontraron en el pijama, que a veces llevaban, y otras no, una armadura de evitar la vulgaridad del vivir, y en lugar de echarse a la contienda adversa, se echaron a dormitar.
A mí me parece un serio y subversivo modo de enfrentar la existencia, entre la convalecencia y el desencanto, porque a menudo la vida no es noble ni buena ni sagrada, según el lema de Lorca. Suscribe Luis Landero que «el tumbado no es un enfermo ni un holgazán sino alguien que decide abandonarse a la inacción». Ahí tenemos a Juan Carlos Onetti, el embajador de los tumbados, que pasó en la cama, porque sí, casi veinte años, desde 1979 hasta la muerte. Ahí en la cama daba alguna entrevista, hablaba por teléfono, y empujaba novelas.
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Caballero Bonald hizo el retrato de algunos parientes que fueron tumbados, y aclara que nunca fue un asunto inconfesable, en la familia, porque se comprendía con alegre naturalidad aquel estado de postración voluntaria. En algún momento Caballero sopesó alguna «dolencia secreta» en aquellos familiares, pero enseguida se convenció de que en rigor se practicaba un imperativo hereditario, quizá, una larga atracción o predilección por la cama.
Almudena Grandes también acercó su interés por la experiencia del tumbado, citando con detalle a algunos miembros de su familia. Este vivir tumbado, en síntesis, no entraña una cobardía o una debilidad, yo creo, sino una osadía a contratiempo, una aristocracia del no salir de uno mismo, que es mandamiento del dandi, un dandi que no se levanta, en este caso. Estamos ante una rebelde convalecencia, que reúne un modo dañado, pero impasible, de estar en el mundo. O aún mejor: de no estar.
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