LADRÓN DE FUEGO
La soprano de la amargura
Los informes rubricaron «paro cardiaco», pero Maria Callas murió, en rigor, de tormenta íntima, de estar lloviéndole siempre por dentro la tristeza
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Iniciar sesiónEn lo alto del año 68, lo soltó Maria Callas en alguna confesión de diosa dañada: «No estoy hecha para la felicidad». La frase pudiera encerrar su biografía, a la que no hay frase o cosa que la encierre. A finales de este año ... se cumplen cien años de su nacimiento, con lo que el mundo aupará su eternidad. Estamos ante una griega de Nueva York que acabó muriendo en París, más sola que la luna. Maria Callas, en la vida en general, venía de pasarlo entre mal y muy mal, de niña, e iba para solitaria a orilla de la Torre Eiffel, donde murió con aguacero interior.
Los informes rubricaron «paro cardiaco», pero murió, en rigor, de tormenta íntima, de estar lloviéndole siempre por dentro la tristeza. Ni se repuso nunca de la madre indiferente ni tampoco de un caprichoso Onassis, que al final le salió un cruce de ambición siempre inquieta y gafas de ciego forrado que lo ve venir todo antes que nadie.
Diríamos que Callas siempre fue una viuda interior. Venía de una familia averiada de afectos, con una madre humilladora y un padre que huyó enseguida. Tuvo dos hombres principales, Giovanni Battista Meneghini y Aristóteles Onassis, en orden cronológico. Meneghini fue un cariño de padre suplente, y Onassis fue después una pasión caníbal.
Maria Callas, un mito centenario
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Callas se levantó una mañana y eternizó el hastío conyugal con un brochazo brusco, según era vicio en ella: «yo ya prefiero dormir con mi perro». Y cambió al perro por Onassis. Onassis convidó a Callas a un crucero sexual, marido incluido. Y ahí prendió el idilio abrasivo, y luego el idilio debilitó el estrellato de la artista, que le echaba más afición a los cócteles de consorte de millonario que a las partituras de intérprete celeste. Pero se tuteó con Grace Kelly, Rainiero, Audrey Hepburn, o Marlene Dietrich.
La cosa con Onassis vino a durar casi ocho años, y la cosa para la Callas tenía afanes de amor infinito y para Onassis la intuición de que puede cambiarse de mujer igual que se cambia de yate, aunque la mujer se llame Maria Callas. La ópera sería otra cosa sin ella, y quien dice la ópera está diciendo el arte mismo, porque en ella se cumple la diosa. Llegó con la voz donde el milagro. Murió, ya eterna, a los cincuenta y cuatro, confesándose viuda de Onassis, que había echado el ancla de su agitada vida un tiempo antes. Iba tan sobrada de talentos como de infelicidades. Amó sin consuelo. No ha habido otra. Fue única. Es.
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