Ladrón de Fuego
La poesía de García
Yo a García Márquez lo veo Gabriel García Márquez, sencillamente, una escritura total que tiene una secreta arquitectura lírica, donde el adjetivo encaja musical y la subordinación es sedosamente torrencial
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Iniciar sesiónFue Ignacio Camacho, en este periódico, quien arriesgó un día que Gabriel García Márquez no cabe en ningún obituario, y es verdad. De manera que estamos ante un difunto que nunca lo será, porque hay en su prosa una vitalidad fija de relámpago, una ... sostenida vocación de manantial, una salud inaugural del lenguaje. El lenguaje, sí. He aquí la clave obvia y difícil del gran creador, del gigante mayor que fue García Márquez, y es que tiene siempre «calidad de párrafo», según la acuñación de Pedro Salinas a propósito de Marcel Proust. La calidad de párrafo la tramita, en él, la poesía, sobre todo, porque la poesía ancla la síntesis, y ensancha el idioma. Los narradores, cuando tienen cátedra de poetas, devienen deslumbradores, o bien un tostón insoportable, entre la cursilería y la gimnasia.
Obviamente, García Márquez aúpa, prorroga y prestigia el primer caso, porque se anima en su escritura «el duende inequívoco de la lírica», por decirlo en sus propias palabras. Carmen Balcells le llamaba García, y me gusta, mientras que los que de nada conocían al escritor se adornaban aludiéndolo como Gabo. Yo a García Márquez lo veo Gabriel García Márquez, sencillamente, una escritura total que tiene una secreta arquitectura lírica, donde el adjetivo encaja musical y la subordinación es sedosamente torrencial. De adolescente, y de joven aún, practicó el verso, pero no era su molde. Bajo el pseudónimo de Javier Garcés publicó poemas rimados, donde asoman revelaciones así, bajo gratas resonancias nerudianas: «Este amor que es harina en la ternura/, que es infancia de sueños en la frente,/que es líquido de música en la fuente y es lucero nostálgico en la altura».
Pudiera decirse, a la vista de su larga obra en prosa, que García tiene en la poesía «la única prueba concreta de la existencia del hombre». La poesía mejor de García está enramada en toda su prosa, pero no al modo en que los poetas escriben relatos, con bulto de cascabel, sino de modo vertebral, o elemental, poniendo brillo de medida y vuelo de gobierno a un barroquismo largo, personalísimo, y no estéril. Si le leemos en voz alta, los párrafos crepitan como los poemas auténticos, donde cada palabra parece recién sacada del agua santa y primera del idioma. La poesía de García, inquilina de su prosa, va mucho más allá de la muerte. Como él mismo, naturalmente, cuyo magisterio pasa, pero no pasa.
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