Ladrón de fuego
Morrison, en otro papel
«Un libro monumental reúne todos sus textos. Es la biblia lírica y total de un grafómano maldito»
Las últimas horas de Jim Morrison, el misterio tras la muerte del icono de The Doors
Jim Morrison, ángel negro de The Doors, sostenía, más allá de todo, una vocación de poeta, que es como decir un designio de sufrimiento, entre un ser de las lejanías y el vagabundo de los goces. Y ese designio nos llega ahora en copioso ... aval, bajo el título 'Jim Morrison: obra reunida', un tomo rico y monumental donde se recogen todos los textos de Morrison, los ya conocidos o publicados y un ramo largo de inéditos, más rincones de aforismos y un deshilachado diario suculentísimo de sus últimos años en París, hasta su muerte en el verano del 71.
Estamos, así, ante la biblia lírica y total de un grafómano maldito, que transitó la canción y también el verso, con apego a la provocación y agrado por los climas de peligro. «Perder nuestros sentidos juntos, lanzar la noche al río», escribe en algún momento Morrison, y esas palabras pudieran cifrar una militancia en el desacato que se extiende por todas las páginas, porque previamente, o paralelamente, se ha extendido por una vida incalculable que duró veintisiete años, como la de Jimi Hendrix, o Janis Joplin.
Esta obra se debe al empeño sostenido de Frank Lisciandro, amigo íntimo de Morrison, desde la juventud común en la escuela de cine, hasta el fallecimiento mismo del artista. La obra deviene así completísima e íntima. El ejemplar resulta una bella artesanía de Libros del Kultrum. Estamos, en síntesis, ante el testamento de un autor que se bifurcó en cineasta o mito, en bestia mitológica de escenario o melancólico rehén de los propios precipicios, porque un hombre contiene multitudes, según la iluminación de Baudelaire, que nos sirve para Morrison. También quedan cerca de sus desvelos autores como Rimbaud, Burroughs o Blake.
Aquí se comprueba cómo Morrison, desde niño, acomodó en la escritura un modo de estar en el mundo, que a menudo, en él, era un modo de no estar en el mundo. Porque en estas páginas crudas vive un ídolo del rock que gustaba de pasear solitario en los cementerios, que cargaba en noches lisérgicas un ansia de infinito, que se daba al convite de acabar naufragando no se sabe en qué salvajes orillas.
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