El cierre de las salas de cine: cuando ni Hollywood consigue que ganen los buenos
El videoclub, los 'top manta' o el plasma en casa. Los exhibidores llevan cuatro décadas derrotando a nuevos villanos que terminan pasando de moda. Ya no saben ni qué inventarse en un modelo en el que la película, a veces, es lo de menos
Plasma para todos: las pantallas en casa crecen y las de los cines se apagan
Cómo tiene que estar sufriendo el cinéfilo de bien ahora que comer palomitas a puñados es casi lo más discreto que puede hacerse en una sala de cine. La pantalla y lo que se proyecta en ella ha pasado a ser un accesorio más ... que compite contra la butaca reclinable, la pizza y hasta la cerveza servida en una mesita auxiliar antes de que aparezcan los títulos de crédito.
«¿Para que veas el cine como en tu casa? Me gustaría saber a quién se le ocurrió un eslogan tan horroroso. Si en el cine voy a estar como en mi casa, ni me muevo». El que habla es Enrique González Macho, exdirector de la Academia de Cine y cabeza pensante de las salas Renoir. Cuando inauguró sus cines en el centro de Madrid hace casi cuarenta años lo hizo con canapés de caviar ruso y con la pintura de las paredes todavía fresca.
Pero ahora no se corta al reconocer que la gente «ya no consume pan con caviar, pero tampoco pan con mantequilla ni con chorizo». Vamos, que sobran butacas para ver cine intimista francés, una de Marvel o la mejor de los Goya. En su opinión, el sector quizá no esté empleando las armas adecuadas.
Aún es pronto para afirmar si esas armas terminarán reflotando o no una industria herida de muerte tras el Covid, pero los exhibidores ya no saben ni qué inventarse para volver a los números prepandémicos.
Los hay que han empezado a alquilar las salas a particulares para que puedan proyectar la película que les dé la gana; los que lo fían todo a la idea de un cine de barrio o los que, como Cinesa, han lanzado su 'plan de suscripción': un pago único (mensual o anual) para tener acceso ilimitado a la cartelera. Sesiones matinales, encuentros con directores, ópera, ballet o decorados de mármol.
Según ha podido comprobar este diario al analizar datos de los últimos 40 años, nunca la caída fue tan abrupta, es lógico, como el año en que el Covid lo trastocó todo. Si la recaudación en taquilla antes de 2019 se situaba en torno a los 610 millones de euros, en el año del confinamiento no se llegó a los 173. Pero la manivela no termina de girar como antes: el año pasado, ya con los proyectores a pleno rendimiento, la recaudación tuvo que conformarse con 511 millones.
«Se ha asentado la idea de que antes del virus estábamos mal por culpa de las plataformas de 'streaming' tipo Netflix, pero eso no es del todo cierto. Los últimos años habían sido positivos para el sector», mantiene Luis Gil, director general de la Federación de Cines de España. Y aunque los últimos movimientos de las plataformas parecen indicar que ya no sale tan rentable que cinco parientes compartan contraseña, los datos son los que son: más del 80% de los españoles cuenta con una o más suscripciones para ver películas o series.
El coronavirus y las plataformas han sido los últimos pero, echando la vista atrás, los villanos a los que han tenido que enfrentarse las salas de cine han sido múltiples y de todo pelaje. Incluidas las dos grandes crisis económicas: la de la reconversión industrial de los ochenta y la recesión mundial de 2008.
«Si hay una industria que ha cambiado dentro del audiovisual es la de la exhibición. Ni siquiera la producción ha dado un vuelco tan importante. Ya no nos acordamos, pero el daño que hizo el vídeo doméstico fue terrible», recuerda Sagrario Beceiro, profesora de Estructura del Sistema Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid.
El VHS, ascenso y caída
En 1986 se puso a la venta en España la primera cinta VHS y, sólo dos años después, las salas sufrieron la mayor pérdida de espectadores de la historia respecto al año anterior. «La televisión no nació para emitir películas, pero hubo un estudio de cine, el RKO, que traicionó a la industria y vendió sus producciones», señala González Macho.
VILLANOS DE DISTINTO PELAJE
La cinta de vídeo quedó relegada por la modernidad del DVD, a la que luego se sumaría la piratería de los 'top manta' y el burrito del Emule
En los noventa, los mejores locales comerciales de Madrid eran videclubs e incluso El Corte Inglés sacó su propia 'marca blanca' de cintas. «El vídeo desapareció, no sé cómo, pero de muerte natural. Nadie lo atacó, ni lo prohibió, pero terminó muriendo». Quedó relegado por la modernidad del DVD, a la que luego se sumaría la piratería de los 'top manta' y el burrito del Emule.
La burbuja del 3D
En esa época, los exhibidores lo apostaron todo a los multisala: más pantallas en cada cine, pero también más pequeñas. Fue el momento más parecido a una economía de escala. Pero entonces, en el 2009, llegó 'Avatar' y tras ella, la llamada «crisis del 3D». En palabras de la profesora Beceiro, fue una auténtica burbuja que se desinfló sorprendentemente pronto: «Todas las salas empezaron a pedir préstamos para poder adaptarse y se abrió hasta una línea de financiación del ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales)».
Una gran bofetada, muchas veces pasada por alto, que -dice Beceiro- terminó por cargarse muchas de las salas independientes de nuestro país. Es interesante detenerse en esas salas también llamadas de autor o de arte y ensayo, pues aunque representan una franja minoritaria (en torno a un 15% del total de espectadores) el público que acude a estos cines se mantiene más estable o, para ser justos, estancado.
El 'indie' es para las señoras
Las amantes del 'indie' son, ojo al dato, mujeres a partir de 35 años, según refleja la última encuesta de hábitos culturales publicada por el INE. Fuera ya del circuito más sibarita, la mayoría de los asistentes al cine comercial son jóvenes y no hay apenas diferencia entre hombres y mujeres: casi la mitad del público español se encuentra entre los 20 y los 24 años.
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Pero a los cines patrios no les terminan de salir las cuentas y el precio de los alquileres influye, razón por la que muchas de las nuevas salas se abren en la periferia. Esa 'España de las piscinas' donde residen las familias con niños pequeños, otro de los públicos que sigue sin renunciar del todo al hábito del estreno y las palomitas en el centro comercial más cercano.
De todos modos, el sociólogo especialista en Psicología Social Esteban Agulló puntualiza que el consumo, para cualquier franja de edad, se ha vuelto más personalista y las dinámicas más abiertas y comunitarias (la sala de cine) salen cada vez más damnificadas. Según Agulló, el gasto familiar también ha ido cambiando e invertimos más en tecnología doméstica, la gran televisión en casa, otro de los villanos contra el que luchan los exhibidores.
La batalla de la cuota de la pantalla y la ventana de exhibición
La industria, pese a todo, tiene otras batallas que dar: desde la federación de cine se quejan de que la nueva ley les obligue a mantener la cuota de pantalla, por la que tienen que programar un 25% de cine europeo y español. No obstante, otras fuentes de la industria matizan a este diario que el cumplimiento de esa cuota se traduce en subvenciones y que es probable que, sin ella, el cine español no sobreviviese.
No es el único punto conflictivo. También pelean por ampliar la llamada ventana de exhibición, algo así como los días en que las salas pueden programar la película en exclusiva. Es habitual escuchar eso de «no voy al cine y me espero a que la saquen en plataformas». Los exhibidores, ante esa realidad, plantean que se fijen unos cien días de exclusividad para que los estrenos sigan siendo uno de esos momentos importantes para la taquilla.
Con cierta nostalgia, la gente de las salas, como González Macho, insiste en que la esencia siempre estará en la película y el resto es sólo un envoltorio. «Hombre, estar cómodo y un mínimo de higiene, pero eso también lo cumplen las funerarias».
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