Trujamanerías
Sacar la lengua
En Suiza se reduce el estudio del español. Parece una batalla digna para nuestra diplomacia
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Pedro Sánchez y José Manuel Albares
De las muchas funciones y valores de la lengua (identitarias, simbólicas, etc.), quizá vaya por delante la comunicación. De hecho, una de las leyes mayores de las lenguas -y mis colegas no me dejarán mentir- es la tendencia a la economía y la eficiencia: de ... ahí vienen las koiné (o códigos unificados) y la selección de uno o varios idiomas para las relaciones entre comunidades -del tipo que sean- con lenguas distintas.
Si en el siglo XVIII Europa hablaba francés (como bien explica Fumaroli), ahora por fortuna contamos con una sociedad de naciones con 24 lenguas oficiales, al lado de la tiranía del inglés. Y claro que hay más, pero no todo vale para un roto y un descosido: un porcentaje importante en casa no cuenta igual fuera.
Por eso, la apuesta europea de España no tiene ni pies ni cabeza: abogar por que lenguas minoritarias y regionales -sin ningún matiz despectivo- sean oficiales en Europa va contra todo criterio natural porque junto a los derechos de algunos están los riesgos (barra abierta) y la amenaza de dispendios (traductores) en tiempos de vacas flacas, así como la imagen de España. Y, lo que es peor, las razones políticas que están por detrás, porque no sé si el señor Sánchez hablará gallego en la intimidad.
En cambio, hay otras batallas que se dejan de lado injustamente a propósito del español, como si -muy españolamente- nos diera vergüenza su importancia: segunda lengua materna con más hablantes en el mundo (y la cuarta en total), una carta de las buenas que tiene España en la mano, gracias a Latinoamérica y los muchos hispanohablantes en EE.UU., le pese a quien le pese.
Un ejemplo que no he visto en la prensa: en Suiza, una reforma disparatada amenaza con reducir las horas de enseñanza del español en la escuela (collège) pese al interés general de un país -no se olvide- con mucha población de origen hispánico, que puede tener graves consecuencias en cascada en colegios y universidades. Parece una batalla digna de la diplomacia nacional. Y del sentido común, aunque ya decía Voltaire que no es el más común de los sentidos.